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El catalán mentiroso que burló a Hitler y salvó a Europa

Pujol se enroló en ambos bandos durante la Guerra civil, pero aseguraba que jamás disparó un tiro (Wikimedia Commons)
Pujol se enroló en ambos bandos durante la Guerra civil, pero aseguraba que jamás disparó un tiro (Wikimedia Commons)

La historia celebra con indudable justicia la proeza de los militares que desembarcaron en Normandía, el 6 de junio de 1944. Los protagonistas del “D Day” se ganaron la gratitud de Europa, liberada del yugo nazi y del aluvión comunista. Pero tras el telón del escenario de guerra un hombre tejió, con su inusitado ingenio, los hilos del destino que engañaron a Hitler y condujeron a la victoria.

Su nombre fue Joan Pujol García. Antes de alzarse como un maestro del espionaje, la biografía de este catalán acumulaba fracasos. Mediocre criador de pollos y gerente de un discreto hotel en Madrid, había evitado cualquier episodio heroico durante la Guerra civil española. Sin embargo, ese hecho lo transformó en un enemigo jurado de los totalitarismos, vinieran de Berlín o de Moscú.

Una cruzada personal contra Hitler

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, con la invasión a Polonia en 1939, Pujol se prometió que lucharía contra la Alemania nazi. En su interior una voz le aseguraba que cumpliría un papel relevante en el curso de aquella contienda. Inspirado por esta convicción se presentó en la embajada del Reino Unido en Madrid. Los diplomáticos escucharon perplejos su solicitud de trabajar como espía para los servicios de inteligencia británicos, y lo condujeron amablemente a la puerta en cuatro ocasiones.

Entonces el joven catalán ideó una jugada digna de un genio del ajedrez. Se ofrecería para laborar como agente encubierto de los alemanes para luego, cuando hubiese ganado reputación suficiente, proponer nuevamente su colaboración a Londres. La estrategia abundaba en riesgos, pero su imaginación le bastaba para derribar cualquier obstáculo.

No sin cierto recelo un agente de la Abwehr –el cuerpo de inteligencia nazi—lo recibió en un café madrileño. Impresionado por el hiperbólico relato de Pujol, mas aún dubitativo, Federico, el verdadero espía, lo envió a una misión casi imposible en Lisboa, donde debía obtener una visa diplomática. Cuando el habilidoso cadete regresó con el documento en sus manos –una copia que había falsificado—Federico aprobó su ingreso y lo bautizó como Arabel.

En los meses siguientes Pujol se infiltró en los servicios de inteligencia del Reino Unido… sin moverse de Lisboa. Su fabulosa imaginación lo ayudó a escribir verosímiles informes sobre los preparativos de guerra ingleses, construidos a partir de reportes de prensa, una guía de turismo, un mapa de Inglaterra, un libro sobre la Royal Navy y un manojo de libros consultados en la biblioteca. Para colaborar con su misión reclutó a otros agentes… que jamás existieron fuera de sus relatos. La suerte también contribuyó a su empresa.

En 1942 un contingente angloestadounidense desembarcó en África y sorprendió a los aliados de Alemania (Wikimedia Commons)
En 1942 un contingente angloestadounidense desembarcó en África y sorprendió a los aliados de Alemania (Wikimedia Commons)

Garbo, el mejor actor del espionaje

En abril de 1942 el MI5 se llevó a Pujol a Londres. Uno de sus últimos informes había adivinado movimientos reales de tropas hacia la isla de Malta, en el Mediterráneo. Los británicos se convencieron entonces de que la inagotable creatividad de este hombre haría un gran favor a la causa de los Aliados. El doble agente recibió el nombre de Garbo, como la famosa actriz, por su increíble capacidad para fabular.

Durante dos años el agente Garbo alimentó a los nazis con medias verdades y un torrente de mentiras, que proveía una red de 27 fantasmagóricos informantes en territorio británico. Uno de sus mayores éxitos fue la Operación Torch –la invasión del norte de África—que reveló con detalle a sus jefes nazis en una carta fechada una semana antes del inicio de la campaña, el 8 de noviembre de 1942. El MI5 retrasó la misiva para que llegara justo un día después del desembarco y Pujol demostrase nuevamente su clarividencia.

Las mentiras también lo ayudaron en su vida personal. El intenso trabajo de Garbo con su colega Thomas Harris provocó la furia de Aracelli, la esposa del catalán, que lo amenazó con revelar sus secretos a los nazis. Pujol y los servicios de inteligencia forjaron un falso incidente con un oficial británico, por el cual el agente debía permanecer en prisión hasta que se demostrase su absoluta lealtad. El temor a perder a su esposo convenció a la mujer de guardar silencio.

El FUSAG contaba con un arsenal de armamento falso, desplegado para engañar a los alemanes (U.S. Army - Wikimedia Commons)
El FUSAG contaba con un arsenal de armamento falso, desplegado para engañar a los alemanes (U.S. Army - Wikimedia Commons)

Un ejército fantasma derrota a los nazis

Pero la obra cumbre de Pujol empequeñeció su anteriores mentiras e inmortalizó su nombre en la historia del espionaje. Hitler conocía los planes aliados de invadir Europa en 1944, pero ignoraba cuándo y por qué lugar ocurriría el desembarco. El plan de los servicios de inteligencia era convencer a los nazis de que el centro del ataque sería la región de Calais, cientos de kilómetros al este de Normandía.

El agente Garbo desplegó su red de agentes para revelar los movimientos del Primer Grupo del Ejército de Estados Unidos (FUSAG), un contingente fantasma que supuestamente se preparaba en el sureste de Gran Bretaña. Al mando de la expedición marcharía el temido general estadounidense George S. Patton. Los alemanes creyeron toda la farsa hasta el último y fatal acto.

El 6 de junio, mientras los aliados inundaban las playas de Normandía, el mando alemán retenía a sus mejores unidades de blindados en torno a Calais. Tres días después, cuando Hitler ordenó a las divisiones de Panzers acudir en socorro a las tropas en la Península de Cotentin, Pujol envió un mensaje en el que insistía sobre el carácter secundario del desembarco y la futura incursión por el Paso de Calais. Ese informe detuvo el avance de los tanques y, argumentan los historiadores, aseguró el éxito de la invasión.

El mando alemán creyó en su agente Arabel hasta el derrumbe del Tercer Reich. Hitler le otorgó a Pujol la Cruz de Hierro, en reconocimiento a sus servicios.

Pujol desapareció después de la guerra. Se radicó en Venezuela para evitar las represalias de los nazis sobrevivientes. Hasta sus compañeros del MI5 lo dieron por muerto en África. En 1984 regresó a Londres, redescubierto por el periodista Nigel West (seudónimo de Rupert William Simon Allason). West publicó su historia y lo acompañó ese año a Normandía, donde Garbo conoció, cara a cara, a algunos de los hombres salvados gracias a su incomparable habilidad para mentir.