El drama que arde fuera de la postal turística en las playas de Río de Janeiro

La belleza de las playas de Río de Janeiro oculta la tensión racial que se vive en la ciudad.
La belleza de las playas de Río de Janeiro oculta la tensión racial que se vive en la ciudad.

En las famosas playas de Río de Janeiro, fuera de la postal turística, transcurre uno de los dramas que retrata lo peor de los cariocas. El litoral de la metrópoli brasileña ha vuelto a ser el escenario de la batalla entre el sur blanco y rico, y el norte pobre, negro y mestizo. Esas tensiones raciales demuestran hasta qué punto ha fracasado la estrategia de “pacificación” de las favelas.

El retorno de los arrastões

Las bandas llegan a la playa y se despliegan en busca de turistas desprevenidos, bañistas que portan objetos de valor, gente absorta por la belleza del panorama. Los residentes en la zona sur reconocen de inmediato a esos niños y adolescentes de apariencia humilde. Vienen de los barrios pobres del norte, de las favelas. Ellos son los protagonistas del arrastão, una “red de arrastre” humana que deja una estela de asaltos y robos.

Los cariocas conocen bien esa táctica de las pandillas. En la década de 1990 aterrorizaba a los habitantes de Leblon, Ipanema, Copacabana… En aquella época Río de Janeiro soportaba la mala reputación de una urbe violenta, angustiada por el crimen que irradiaban las favelas.

El desempeño de la policía de Río de Janeiro ha sido criticado por grupos de derechos humanos (Agência Brasil - Wikimedia Commons)
El desempeño de la policía de Río de Janeiro ha sido criticado por grupos de derechos humanos (Agência Brasil - Wikimedia Commons)

Pero con el nuevo siglo y el auge económico de Brasil, las autoridades implementaron el nuevo programa de “pacificación”. La policía ejecutó grandes redadas en los barrios de chabolas en el norte para desmantelar las redes de tráfico de drogas, controladas por las mafias locales. Esta vez, en lugar de abandonar los vecindarios tras los operativos, los uniformados permanecieron en las Unidades de Policía Pacificadora (UPP). La estrategia pretendía elevar los niveles de seguridad en una ciudad que acogió los Juegos Panamericanos en 2007, la Copa Mundial de Fútbol en 2014 y recibirá los Juegos Olímpicos en 2016.

A pesar de todos los conflictos sociales que la “pacificación” engendró, el gobierno de Río de Janeiro celebró el éxito de su plan. Según un reporte del Centro Brasileño de Estudios Latinoamericanos, entre 2000 y 2010 los asesinatos se redujeron casi a la mitad. Ese dato no incluye la muerte de más de 1.500 personas a manos de la policía en el último lustro, consecuencia de lo que Amnistía Internacional califica como uso desproporcionado de la fuerza letal.

De acuerdo con observadores locales, el resurgimiento de los arrastões confirma que el repliegue de las pandillas fue solo temporal. Los incidentes de este verano anuncian el regreso de las bandas a sus territorios perdidos.

La tasa de homicidios en Río de Janeiro se mantiene en 25 por cada 100.000 habitantes, casi el doble que Bogotá (14), cuatro veces más que Lima (5,7) y el doble que México D.F. (12), aunque estas tres capitales latinoamericanas tienen más población que la brasileña.

La violencia en las favelas de Río de Janeiro no entiende de edades. (AP Foto/Silvia Izquierdo)
La violencia en las favelas de Río de Janeiro no entiende de edades. (AP Foto/Silvia Izquierdo)

No queremos negros en nuestras playas

El último fin de semana de agosto la policía de Río de Janeiro detuvo a más de 150 jóvenes provenientes de la zona norte. Según José Mariano Beltrame, el Secretario de Seguridad Pública, se trató de una operación preventiva, dirigida a adolescentes en situación de vulnerabilidad. Pero los reportes de prensa descubrieron otra historia.

La mayoría de los retenidos eran negros. Ese patrón racista reproduce la visión de muchos residentes en el sur acomodado de Río de Janeiro. Para las personas de clase media y alta que residen en Copacabana, Leblon, Ipanema, Lagoa, Botafogo y Flamengo, sus vecinos de la zona norte solo provocan desórdenes.

En enero pasado un periodista propuso que se cobrara el acceso a las playas y se limitaran las líneas de ómnibus de norte a sur, para reducir la afluencia desde los suburbios pobres. “Las medidas son antipáticas y discriminatorias”, reconoció "pero es esto o el caos."

Ese es precisamente el problema que la “pacificación” no ha resuelto. A pesar de la mejora de las condiciones de vida en algunas favelas, la urbe carioca sigue claramente dividida entre la postal turística y el reverso miserable de sus barrios norteños. Cuando las causas del crimen permanecen prácticamente intocadas, la policía apenas puede contener sus manifestaciones por un tiempo.

Por el momento, el gobernador de Río de Janeiro, Fernando Pezão, ha apoyado la actuación de la policía, aunque viole el derecho de niños y adolescentes al libre movimiento.