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Doce años de cárcel si no se casa con su violador

Gulnaz recuerda bien cómo empezó todo. Qué estaba haciendo ella, a qué olía la ropa del hombre, cómo resonaron sus gritos por la casa. Cómo quedaron desatendidos. Han pasado dos años, pero ella no olvida. "Tenía ropa sucia, porque trabaja en la construcción", recuerda. "Cuando mi madre, que me estaba visitando, se fue de mi casa, vino él y cerró las puertas y las ventanas. Empecé a gritar, pero él me calló tapándome la boca con la mano".

Gulnaz lo recuerda todo porque esa fue la noche que le cambió la vida. La noche que el marido de su prima la violó. Hubiera sido un triste incidente, una muestra más del tácito dominio que tienen los hombres sobre las mujeres en Afganistán, que fácilmente se hubiera podido esconder y disimular para no ser objeto del deshonor de la familia. Pero al cabo de unas semanas, empezó a notar que vomitaba por las mañanas y que algunos olores hasta ahora inocuos la repelían. Estaba embarazada.

La única forma de conciliar el deshonor de una violación con la ley afgana, se le explicó, es casarse con el violador para formar una familia. No hay otra manera de otorgarle parentesco al bebé y de no tener que vivir en la cárcel, como toda mujer desvirgada en soltería. Porque una mujer soltera como Gulnaz solo puede estar en la cárcel. En su caso, serían 12 años si no se casa y comparte marido con su prima. Es algo que ella está dispuesta a hacer. "Me explicaron que la única forma de tener una nueva vida es casándome con ese hombre. El hombre que me deshonró. Quiero quedarme con él".

Sus motivos no tienen nada que ver con la ley. Son mucho más profundos, más cercanos a los principios rectores que informan las leyes: la importancia de la familia como respuesta a la caótica miríada de culturas árabes. "Mi hija", explica, sostiéndola en su celda, "es un niña inocente. Quién me iba a decir que iba a tener un hijo así. Mucha gente me recomendó que se la diera a alguien en cuanto naciera, pero mi tía dijo que me la quedara como prueba de su inocencia".

Pero si precisamente el bienestar de su hija y su hueco en el mundo es lo que importa a Gulnaz, la libertad es una solución arriesgada: con la pérdida de su virginidad, la mujer ha deshonrado a su familia. Y el violador, a la suya. La única solución, a ojos de los miembros más conservadores de estos clanes, pasa por matar al objeto de la deshonra. Que no es el violador, sino Gulnaz. Sabe que en cuanto salga de la cárcel, en cuanto se case con el hombre que le arrebató la virginidad a golpes y se enfrente a las continuas amenazas de muerte de su propia familia, su hija podría dejar de tener una madre.

Precisamente esta semana, la ONU se lamentaba del poco uso que se da en tribunales afganos a la ley de Eliminación de la Violencia Contra Mujeres, aprobada por el organismo hace dos años. De unos 2.299 casos producidos desde entonces, solo se ha recurrido a ella en 101 ocasiones. El uso de esta ley, que prohíbe la compraventa de mujeres, forzar a alguien al matrimonio y criminalizar un embarazo, podría ayudar a Gulnzar. Su creación, en agosto de 2009, no impidió otros casos notables como el de Bibi Aisha: esta mujer fue "ofrecida" a un hombre por su padre cuando ella tenía 12 años. A los 14 se casó, a los 16 se hartó de los repetidos abusos y se fugó. Su propia tribu la capturó, le sajó la nariz y las orejas y la dejó por muerta en el monte. Su historia fue portada de la revista Time en 2010. A los pocos meses, una ONG le reconstruyó la nariz.

Fuente: CNN