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Corrupción policial o “el soborno nuestro de cada día”

La policía mexicana tiene una de las peores reputaciones de América Latina (AFP/Ronaldo Schemidt)
La policía mexicana tiene una de las peores reputaciones de América Latina (AFP/Ronaldo Schemidt)

A usted, que lee estas palabras sobre el fondo blanco, inocente de la red, le pregunto: ¿alguna vez ha pagado un soborno? ¿Algún policía le pidió una discreta contribución para evitar ser multado? ¿O un funcionario una coima para evitar engorrosos trámites? Si ha respondido afirmativamente, sepa que comparte esa culpa con millones de latinoamericanos. Ah, y puede quedarse tranquilo, no lo denunciaré.

La corrupción atesora una larga historia en América Latina. Se ha aclimatado bien a nuestra accidentada sucesión de virreyes, caudillos, presidentes… cuya tendencia al poder absoluto ha erosionado la autoridad de la ley y las instituciones. A falta de un buen ejemplo en la cúpula, quienes deben hacer cumplir las ordenanzas abajo suelen entregarse a manejos irregulares. En ese infame palmarés, la policía ostenta laureles.

Soborno, mordida, coima, serrucho, cometa…

Si las estadísticas no mienten, pocos latinoamericanos ignoran el significado de esos términos. Quizás nunca han participado en transacciones ilícitas tales, pero al menos han escuchado anécdotas al respecto. Veamos los números.

En Bolivia la mitad de los sobornos van a manos de la policía (Eneas de Troya - Flickr)
En Bolivia la mitad de los sobornos van a manos de la policía (Eneas de Troya - Flickr)

Según el semanario británico The Economist, la quinta parte de los latinoamericanos pagan sobornos cada año. El Barómetro Global de la Corrupción de 2013, elaborado por la organización Transparencia Internacional, reveló que Bolivia y México encabezaban la lista de países donde se acude al cohecho, por delante de Venezuela, Perú, Paraguay y Colombia.

En ese grupo, Bolivia, Venezuela y México se destacan por la venalidad de sus cuerpos de policía. El 61 por ciento de los mexicanos encuestados había sobornado a un agente del orden durante los 12 meses anteriores. No por casualidad el 90 por ciento de los residentes en esa nación norteamericana califican a las fuerzas policiales como corruptas o muy corruptas, una nota solo comparable con la de los políticos.

No estamos solos, claro. Transparencia Internacional estima que alrededor 1.600 millones de personas en el mundo se valen de los sobornos. Pero… “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Cómo extirpar la corrupción policial

En lugar de teorías, un ejemplo concreto: Ecuador. Tal vez algunos lectores de este país, mejor informados que este periodista, exclamen: ¡la policía de aquí un ejemplo! ¡Qué dices! Casos siempre habrá, sin embargo, si comparamos con los cuerpos de naciones vecinas, los ecuatorianos muestran la luz al final del túnel de la corrupción.

El acercamiento a la comunidad ha sido una de las claves del cambio en la policía ecuatoriana (Maurizio Costanzo - Flickr)
El acercamiento a la comunidad ha sido una de las claves del cambio en la policía ecuatoriana (Maurizio Costanzo - Flickr)

¿Qué cambió? Quito incrementó su inversión en las fuerzas del orden y creó nuevas Unidades de Policía Comunitarias, con el objetivo de acercar los agentes a la ciudadanía. Además, mejoró el equipamiento, la formación y, muy importante, incrementó el salario de los policías a cerca de 1.000 dólares mensuales. Para merecer ese estímulo económico, los uniformados debieron responder con mayor profesionalismo. Como resultado, Ecuador elevó la seguridad interna, lo cual se traduce en un descenso de la tasa de homicidios de 18 por cada 100.000 en 2008 hasta 8 al cierre de 2014.

Existen otros ejemplos alentadores, como los tres policías dominicanos que rechazaron un soborno el 30 de mayo pasado, o iniciativas como Fuerza Civil, en el estado mexicano de Nuevo León. Por supuesto, los escándalos de corrupción siguen ocupando titulares con harta frecuencia.

Transparencia Internacional hace tres recomendaciones a los ciudadanos: negarse a pagar sobornos, porque al hacerlo nos convertimos en cómplices; no votar por políticos “que roban, pero trabajan”, sino por candidatos honestos… si hubiese; romper con la apatía, con el conformismo que se refleja en frases como “y yo qué puedo hacer, si así somos”.

Mientras los gobiernos no ejecuten reformas profundas en los cuerpos policiales y los agentes tengan que subsistir en entornos hostiles –salarios bajos, violencia, el poder de los cárteles de la droga—la integridad deviene el único escudo de la ciudadanía. Porque a fin de cuentas, quienes se aprovechan de la corrupción, no moverán un dedo para erradicarla.