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Los circos sin animales, ¿respeto o exceso?

Un tigre realiza uno de sus ejercicios en el Circo Fuentes Gasca Brothers en Ciudad de México. (AP Photo/Sean Havey)
Un tigre realiza uno de sus ejercicios en el Circo Fuentes Gasca Brothers en Ciudad de México. (AP Photo/Sean Havey)

Alguna vez, frente al escenario donde los tigres cruzan el círculo de fuego, los osos montan bicicletas o los elefantes se balancean sobre enormes esferas, ¿usted se ha preguntado si esos animales disfrutan tales acrobacias? Para los ecologistas la respuesta es inequívoca: no. Porque ningún ser nacido para la libertad ama la obligación de actuar y vivir tras los barrotes, ajeno a la naturaleza donde habitan sus semejantes.

La prohibición de incluir animales en las funciones del circo en la ciudad de México abre el más reciente capítulo de la puja entre quienes defienden los derechos de los animales y los herederos de una vieja tradición. Al margen de las escaramuzas legales, el hecho nos interroga sobre nuestra relación con la fauna del planeta. ¿Debemos seguir disponiendo de ella como dueños absolutos o ha llegado la hora de extender los límites de los valores humanos?

Entrenamiento salvaje

Los animales poseen una inteligencia que los humanos con frecuencia no entendemos. Pero esas habilidades útiles en su hábitat poco tienen que ver con las piruetas aprendidas en un circo. Domesticar a un felino o a un paquidermo exige métodos atravesados por la violencia.

La organización Personas por el trato ético a los animales (PETA) ha denunciado el uso de látigos, collares ajustados, bozales, picanas eléctricas, ganchos y otras herramientas para castigar a los animales cuando no efectúan las acrobacias como esperan sus entrenadores. Además, durante las giras de los circos estos “artistas” viajan en jaulas donde comen, beben, duermen, orinan y defecan, soportando el frío o el calor en dependencia de la estación.

El resultado de este maltrato, presente también en zoológicos, acuarios y algunos “santuarios” de vida silvestre, es un padecimiento conocido como zoocosis. Según la definición del activista británico Bill Travers, se trata de un comportamiento anormal cuando los animales en cautiverio han sufrido daños mentales. La enfermedad se expresa fundamentalmente mediante la repetición obsesiva de movimientos, la apatía, la agresividad y la automutilación.

En casos extremos las víctimas de estos abusos se rebelan, como ocurrió con el elefante Tyke en 1994 en Hawái y en 1992 con Janet, en la Florida, por solo citar dos ejemplos. De acuerdo con datos de PETA, desde 2000 han ocurrido 35 incidentes similares en Estados Unidos.

La muerte de una tradición

Los defensores del circo en México D.F. alegan que la prohibición de usar animales acabará con una tradición de 250 años. Además, pondrá en peligro 50.000 empleos y exigirá soluciones para más de 2.000 animales, de acuerdo con datos de la Unión Nacional de Empresarios y Artistas de Circo. Pero la crisis de ese añejo espectáculo trasciende las fronteras de la capital mexicana.

En ese país norteamericano otros tres estados –Querétaro, Morelos y Guerrero—y las ciudades de Veracruz, Naucalpan, León, Culiacán y Zapopan han modificado las leyes para impedir la exhibición de animales en funciones circenses. En otras regiones del mundo gobiernos y autoridades locales han vedado también el uso de animales salvajes o de cualquier tipo en la producción de shows de circo.

Una lista de Animal Defenders International (ADI), actualizada en junio pasado, registra prohibiciones en 19 países europeos, 11 de América Latina, cuatro de Asia, además de Australia, Estados Unidos y Canadá. Las interdicciones varían en su alcance nacional o regional, y en detalles como la inclusión o no de animales domésticos o la protección especial a especies amenazadas. Bolivia fue la primera nación en establecer esta medida, con la entrada en vigor de la ley 4040 en 2009.

Las organizaciones ambientalistas recomiendan al público apoyar a compañías de circo que no emplean animales, como las canadienses Cirque du Soleil y Cirque Éloize. El éxito de esas empresas difícilmente se repetiría en México porque el público prefiere ver animales a las acrobacias ejecutadas por artistas, afirman voceros del sector en el país norteamericano.

Entonces, ¿dejamos morir al circo tradicional como una manifestación de otra época? ¿O exigimos más regulaciones para evitar el maltrato de los animales bajo las carpas? Quizás la solución más duradera demande un cambio profundo en el acercamiento a la fauna “salvaje”, cuyo comportamiento natural registra menos violencias que nuestra humana historia.