Burdeles colaboracionistas en el París de la Segunda Guerra Mundial

Todo estratega militar ha sabido a lo largo de la Historia que uno de los puntos débiles de sus ejércitos era todo lo relacionado con el sexo y la necesidad de la tropa en mantener cualquier tipo de relación, como mero efecto de desahogo. Muchos son los grandes ejércitos que han sufrido sus mayores bajas a causa de las enfermedades venéreas que contraían los militares, algo que desde tiempos remotos se ha tratado de remediar a base de controlar los arrebatos sexuales de sus soldados.

La mejor solución era tener prostitutas y burdeles controlados sanitariamente donde pudiesen acudir, solucionándose así el problema de las infecciones por transmisión sexual al mismo tiempo que se procuraba acabar con las múltiples violaciones realizadas a las mujeres y niñas, realizadas por miembros del ejército al invadir alguna población. A muchas de estas mujeres se las conoció con el apelativo de consoladoras sexuales.

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Durante la Segunda Guerra Mundial los mandos del ejército alemán fueron conscientes de este problema, por lo que gestionaron lo mejor posible la posibilidad de ir habilitando burdeles allá donde se instalaban. El armisticio de Francia, en 1940, propició que París se convirtiese en la ‘capital sexual’ por excelencia durante los años de ocupación nazi.

El gobierno francés, presidido por Philippe Pétain, mantuvo una política de total colaboracionismo con el régimen nazi, facilitando todo lo necesario que los militares alemanes precisasen en el país galo.

Una de esas facilidades fue el poner a la entera disposición de los mandos de la Wehrmacht los más selectos y exclusivos burdeles y cabarets de la capital francesa, así como el reclutamiento para estos establecimientos de miles de jóvenes y bonitas muchachas que trabajarían por y para satisfacer los caprichos sexuales de los militares alemanes.

Bajo un estricto control médico, tres veces por semana, trabajaban en esos locales muchachas que, a cambio de cumplir las fantasías sexuales de los nazis, recibían suntuosos y caros regalos en forma de joyas, obras de arte y dinero. La mayor parte de esos regalos provenían de los saqueos que habían realizado los propios militares en las viviendas y negocios pertenecientes a judíos.

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Todo esto propició que un gran número de mujeres sin recurso alguno decidiesen dedicarse por su cuenta, y sin el control pertinente de las autoridades políticas, militares y sanitarias, a ofrecer sus favores sexuales a cambio de productos de primera necesidad o unas cuantas monedas.

Se calcula que fueron más de cien mil las mujeres francesas que decidieron prostituirse y mantener relaciones sexuales con soldados de la Wehrmacht. Algunas fuentes indican que entre 1940 y 1945 nacieron alrededor de ochenta mil hijos fruto de esas relaciones esporádicas.

Mientras que muchas de esta jóvenes realizaban el acto en cualquier esquina a cambio de unos pocos francos, los grandes lujos, regalos y fiestas con champagne y marisco se producían en una veintena de selectas ‘maisons closes’ (como eran llamados los burdeles) que estaban repartidas por todo París; aunque el número de este tipo de locales alcanzaba los 300 en la capital francesa y los 1.400 en todo el país.

Uno de los personajes más asiduos a Le Chabanais (el burdel más selecto y exclusivo de París) fue Hermann Goering (lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luftwaffe) quien se convirtió en un visitante fijo, pasando largas horas allí cada vez que visitaba la capital francesa y ajeno a la cruenta guerra que se estaba librando fuera de los muros de aquel lugar.

Al finalizar la guerra, esa confraternización que se había producido a lo largo de un lustro entre las mujeres francesas y los militares alemanes les pasó una factura muy cara a la mayoría de ellas, siendo señaladas como colaboracionistas con el régimen nazi y pidiéndose, por parte del resto de la población, un castigo ejemplar contra esas jóvenes que sin ningún tipo de pudor (la mayoría voluntariamente) se entregaron sexualmente al enemigo a cambio de regalos, dinero y una vida descocada y llena de vicios, orgias y fiestas.

El recién instaurado gobierno francés, ante las presiones y campañas que se realizaron, decidió clausurar y cerrar todos los burdeles del país, así como aplicar un castigo que sirviese como ejemplo, rapando el pelo al cero a cerca de 20.000 mujeres acusadas de colaboracionismo y a las que se les conoció como ‘femmes tondues’ (mujeres afeitadas). Incluso a algunas de ellas, y a modo de represalia, se les llegó a tatuar una cruz gamada en la frente.

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Fuente: Yahoo! España
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