¿Quién consume comida orgánica?

Los tiempos en que una elite de ecologistas, jovenzuelos con mucho dinero y algunos excéntricos dominaban el mercado de la alimentación orgánica han terminado. Hoy la mayoría de los consumidores, sin importar su nivel de ingresos o su conciencia ambientalista, quiere desterrar a pesticidas, herbicidas, fertilizantes y demás químicos de su menú, por el daño que estas sustancias causan a la salud humana.

Esta popularidad de la comida "bio" ha transformado radicalmente un sector otrora integrado por pequeños productores y una clientela fiel, pero reducida. La nueva era abre algunas interrogantes que interpelan a la masa de compradores: ¿cuán orgánicos son los vegetales, las frutas, los cereales, los productos lácteos y la carne certificados como tal? ¿A quién enriquece esta tendencia? ¿Vale la pena invertir unos dólares más en nuestra lista del supermercado?

La utopía orgánica

La avidez por la comida orgánica no ha pasado desapercibida para las grandes compañías del sector –las conocidas como Big Food en Estados Unidos -ni para algunos negociantes sin escrúpulos. El precio elevado de esos productos en el mercado ofrece seductoras ganancias, una oportunidad que nadie quiere perder.

“La imagen de la industria –vacas felices pastando en las verdes colinas de una granja familiar—es pura fantasía o, más bien, puro marketing”, asegura el Instituto Cornucopia, una organización sin fines de lucro especializada en agricultura orgánica y sustentable. Según una infografía publicada en su sitio web, las marcas de alimentos orgánicos en Estados Unidos han caído bajo el control de gigantes como Pepsi, Nestlé, Coca Cola y General Mills.

De acuerdo con el Instituto Cornucopia, esas empresas controlan la National Organic Standards Board, un grupo de expertos que hace recomendaciones al Departamento de Agricultura (USDA) sobre las políticas relacionadas con los alimentos orgánicos. El resultado más evidente de esa influencia ha sido la aprobación de 250 sustancias no orgánicas que pueden estar presentes en productos “bio”, el triple de las contempladas en 2002.

La certificación del USDA tampoco garantiza la “pureza” de la comida orgánica, que puede contener hasta cinco por ciento de residuos químicos. En rigor, prácticamente ninguna cosecha o animal escapa del contacto con los químicos usados en la agricultura y la ganadería convencionales. La utilización extensiva de esas sustancias desde mediados del pasado siglo ha contaminado el suelo, las aguas subterráneas y superficiales.

Además de esa realidad, las autoridades estadounidenses han detectado fraudes como el de Harold Chase, un empresario que vendió como orgánicas más de cuatro millones de toneladas de maíz. Chase fue condenado a dos años de prisión en 2012.

La inquietud por casos similares ha llegado hasta Europa, donde la Comisión Europea espera endurecer el control sobre el mercado de los alimentos orgánicos en el Viejo Continente, valorado en 27.600 millones de dólares. El comisionado de la UE, Dacian Ciolos, ha reconocido que las actuales regulaciones dejan demasiado espacio para los estafadores.

A pesar de la contaminación casi inevitable y los riegos de fraude, los alimentos orgánicos constituyen aún una mejor opción para los consumidores, asegura Mark Kastel, fundador del Instituto Cornucopia. Y ciertamente el mensaje del lobby “bio” ha calado en muchas personas.

Un mercado fértil

Las cifras confirman este creciente interés en la comida “bio”: en Estados Unidos las tres cuartas partes de los compradores incluyen alimentos orgánicos en su cesta al menos ocasionalmente, mientras la tercera parte hace esta elección todos los meses.

Según el USDA, cerca de 20.000 tiendas de comida natural ofrecen productos orgánicos, mientras las tres cuartas partes de los mercados convencionales también incluyen esta oferta. Aunque el peso del sector todavía es discreto en la industria alimenticia –apenas cuatro por ciento de las ventas totales—ya representa un mercado de más de 30.000 millones de dólares, un monto impensable hace solo un par de décadas.

El reciente anuncio de Walmart sobre el inicio de la venta de alimentos orgánicos de la marca Wild Oats podría dar el impulso definitivo a esta tendencia en Norteamérica. La gigante cadena de supermercados ha prometido una diferencia de precios de 25 por ciento con respecto a sus competidores. Para alcanzar este objetivo establecerá contratos a mediano plazo con los proveedores, que deberán incrementar el volumen de sus cosechas si desean suplir la demanda masiva de la empresa estadounidense.

Walmart no arriesga demasiado con esta apuesta por la alimentación “bio”. Según investigaciones internas de la empresa, 91 por ciento de sus clientes comprarían comida orgánica si los precios fuesen accesibles.

Del otro lado, algunos promotores de la agricultura orgánica como Mark Kastel mantienen un moderado optimismo. La voracidad de la compañía también podría extinguir una cultura de consumo consciente, en la que cada dólar invertido representa un apoyo a prácticas agropecuarias sustentables y a una relación más justa entre productores y empresas distribuidoras. En otras palabras, el fin de otra utopía.