¿Qué podemos aprender de los Amish?

Los Amish aprenden desde pequeños la importancia de la humildad y el respeto a los otros (AP/Scott R. Galvin)
Los Amish aprenden desde pequeños la importancia de la humildad y el respeto a los otros (AP/Scott R. Galvin)

Llegaron a América en el siglo XVIII. Los Amish, como otros grupos cristianos que huyeron de Europa en esa época, no han modernizado demasiado su modo de vida desde entonces. Sin embargo, sus costumbres, que para algunos forasteros resultan anticuadas, podrían inspirar un cambio en nuestra sociedad.

Vivir en comunidad, esa idea olvidada

Los Amish cultivan su fe y la comunidad por encima de todo. La solidaridad, antónimo del individualismo tan celebrado en Occidente (en particular en Europa y Norteamérica), constituye el valor fundamental por el que se rigen las relaciones entre los habitantes de los poblados rurales donde reside la mayoría.

La renuncia al interés ciegamente individual se conoce con el término alemán 'Gelassenheit', cuyo significado comprende la entrega a Dios, la iglesia y a los demás miembros de la comunidad. Ese altruismo hace que la exaltación personal y las ansias de poder carezcan de sentido. 

La consagración a la colectividad se manifiesta también en ciertas costumbres que fascinan a los turistas y a los “ingleses”, como llaman los Amish a los demás estadounidenses. El vestuario sencillo, sobrio, ajeno a las modas; la ausencia de maquillaje en las mujeres y de accesorios como joyería, relojes de pulsera y otros objetos, completan una imagen extraña al frenesí visual del “mundo exterior”.

Aislados del mundo, cercanos a la naturaleza

Los Amish consideran que su Dios aprecia a quienes protegen la naturaleza. Si bien utilizan fuerza animal para las labores agrícolas y para sus carros tirados por caballos, respetan a los demás seres vivientes. La armonía con el entorno es, religión aparte, la decisión más lógica en poblaciones que dependen en gran medida del producto de la tierra. En las comunidades rurales el vínculo del hombre con el suelo que pisa se hace más evidente que en las grandes ciudades.

Los Amish no utilizan automóviles, aunque en las comunidades menos ortodoxas pueden aceptar un aventón (Serge Melki - Wikimedia Commons)
Los Amish no utilizan automóviles, aunque en las comunidades menos ortodoxas pueden aceptar un aventón (Serge Melki - Wikimedia Commons)

En los poblados de este grupo protestante no suele haber electricidad –salvo para algunas instalaciones productivas—ni líneas telefónicas privadas, ni equipos de radio o televisión, ni ordenadores conectados a Internet. La oposición a las nuevas tecnologías se explica por un principio esencial: cualquier adelanto técnico que pueda amenazar la cohesión de la comunidad es prohibido.

Nos parecerá absurdo este aislamiento voluntario, pero si pensamos en cómo la tecnología domina nuestras relaciones cotidianas, quizás comprendamos la lógica de los Amish. Un teléfono inteligente o una tableta, por sí mismos, no interfieren en los vínculos humanos. Sin embargo, cuando pasamos horas conectados a una pantalla y desconectados del mundo físico, entonces vale la pena preguntarse si los “likes” en una red social remplazarán la conversación cara a cara. 

Por otra parte, los Amish gestionan sus propias escuelas, donde niños y adolescentes estudian juntos hasta los 14 años. Aprenden cuatro materias: lectura, redacción y escritura en inglés, y matemáticas. Cuando concluyen esa educación básica, los muchachos reciben formación sobre las labores en el campo o en los talleres, y las niñas retornan a los quehaceres hogareños.

A los 16 años la comunidad les permite salir a conocer el mundo exterior. Ese momento, conocido como 'rumspringa', marca el arribo a la madurez, cuando los jóvenes deben decidir si abandonan la comunidad o si son bautizados y asumen las responsabilidades de los Amish adultos. Alrededor del 90 por ciento prefiere quedarse con los suyos.

Sam Mullet y sus seguidores más fervientes fueron condenados por crímenes de odio (AP/Amy Sancetta)
Sam Mullet y sus seguidores más fervientes fueron condenados por crímenes de odio (AP/Amy Sancetta)

Manchas en la luz Amish

Por desgracia, o por simple naturaleza humana, los Amish no escapan de los crímenes de los hombres. En rigor, detrás de los más célebres escándalos en el seno de este y otros grupos de similar origen, se esconde el papel de subordinación asignado a las mujeres. En su rol tradicional, ellas se ocupan de las tareas domésticas, el cuidado de los niños y trabajos menores en las granjas. Además, deben obediencia a sus esposos. Mientras, los varones trabajan por el sustento económico y se encargan de la vida espiritual de la familia.

La condena en 2013 contra Samuel Mullet sacó a la luz los abusos sexuales que soportaban mujeres cercanas a este líder Amish, fundador de una comunidad en Ohio. Mullet fue condenado por instigar a sus seguidores a cometer actos de violencia contra miembros que no se sometían a los dictados del presunto profeta. A pesar de su encarcelamiento, aún se desconoce el alcance de sus crímenes. La influencia sobre quienes padecieron sus “consejos íntimos” perpetúa el silencio y la impunidad.

Otro caso estremecedor ocurrió en la comunidad menonita de Manitoba, en Bolivia. En 2009 se descubrió a los autores de una oleada de violaciones, perpetradas con la ayuda de un producto veterinario para adormecer a las víctimas. El proceso concluyó en 2011 con sentencias de hasta 25 años de prisión, pero los abusos sexuales contra mujeres y niñas de ese asentamiento de colonos viejos han continuado.

El orden patriarcal no funciona, poco importa el tipo de sociedad. La subordinación de las mujeres, que a los estrictos seguidores de los preceptos religiosos puede parecer natural, condena a la mitad del mundo a una existencia limitada. Y no solo se trata de una cuestión de derechos humanos, el de las mujeres a determinar el rumbo de sus vidas, sino también de la pérdida del potencial económico femenino. La igualdad es, en fin, políticamente justa y económicamente eficiente.

Los hombres se dejan crecer la barba (no el bigote) desde el momento en que se casan (Ivan McClellan - Wikimedia Commons)
Los hombres se dejan crecer la barba (no el bigote) desde el momento en que se casan (Ivan McClellan - Wikimedia Commons)

Cuántos son, dónde viven

Los expertos en el tema aconsejan no generalizar cuando se habla de los Amish. De hecho, bajo este nombre se conoce al menos a cuatro grupos en Estados Unidos, dentro de los cuales también varían las costumbres.

Las comunidades Amish establecidas en territorio estadounidense rozan los 300.000 habitantes, más del doble de los miembros de hace dos décadas. Los asentamientos se hallan desperdigados en 30 estados y la provincia canadiense de Ontario.