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¿Por qué las chicas sacan peores notas en matemáticas? Una explicación sencilla.

Hecho probado número uno: los chicos sacan peores notas que las chicas en clase (ellos se implican menos en el aula, puntúan menos en los exámenes, hacen menos horas de deberes, leen menos y consiguen menos titulaciones, según la OCDE)

Hecho probado número dos: los hombres consiguen mejores trabajos y mejor remunerados que las mujeres (ellas tienen que trabajar 79 días más al año para conseguir el mismo sueldo que ellos y sólo ocupan uno de cada cuatro cargos directivos en las empresas).

¿Por qué los puestos que implican un gran desafío y responsabilidad resultan más atractivos para los hombres que para las mujeres?

 

 

Los datos están ahí. ¿Querría ser usted director general de la compañía?, le preguntaron a cuatro mil empleados de potentes empresas estadounidenses. 4 de cada 10 hombres dijeron que sí. Y sólo 2 de cada 10 mujeres.

¿Qué pasa entre el colegio y el mercado laboral? Quizá la pregunta tendríamos que hacerla ya desde la misma escuela.

Un estudio de la OCDE asegura que, aunque la capacidad intelectual no conoce género, las chicas tienen menos confianza en ellas mismas que los chicos. Es decir, que ellos, a pesar de sacar peores notas, confían más en sí mismos que ellas. Pongamos a las matemáticas como ejemplo. Las niñas en edad escolar confiesan sentir ansiedad en la clase de matemáticas, no se creen preparadas (incluso niñas de sobresaliente) y eso las retrotrae y bloquea. El resultado final es que los chicos, en matemáticas, sacan mejores notas que las chicas. Pero no porque sean mejores, sino porque confían más en ellos. De hecho, si nos fijamos en las pocas chicas que aseguran –y demuestran- tener confianza en sí mismas, veremos que sacan buenas notas en matemáticas. Pero son muy pocas.

Ahí tienen el agujero.

 

Una niña escribe en una pizarra. EFE/Archivo
Una niña escribe en una pizarra. EFE/Archivo

 

Porque las niñas que confían en ellas mismas, las niñas que levantan la mano en clase, las niñas que insisten en sus ideas y criterios, las niñas que persiguen una ambición, son unas mandonas. Y los niños que hacen lo mismo son líderes a admirar. Y a los que seguir. 

En una encuesta en varios colegios, se preguntó a los niños y las niñas si querían ser líderes de sus grupos de trabajo en clase. Tres de cada cuatro niños dijeron que sí. Las niñas fueron sólo la mitad. Porque las niñas saben que, si toman el liderazgo, las llamarán mandonas, o agresivas, o brujas, o … un lastre demasiado pesado para el resto de su vida.

¿Qué quieren ser de mayores? Les han preguntado también. Y, por goleada, los niños españoles quieren ser futbolistas, quieren ser como esos jóvenes sobrados de dinero y éxito a los que entre todos hemos convertido en venerados líderes de la sociedad. Sin embargo ellas, las niñas, se decantan por profesiones que tienen que ver con el cuidado al prójimo: profesora, médico y veterinaria ocupan los primeros lugares; de hecho la mitad de las chicas encuestadas escoge uno de estos tres trabajos como su futuro ideal.

Es la continuación del estereotipo de género, que espera, también en el ámbito laboral, que las mujeres cuiden a los demás y los hombres luchen por el liderazgo y el éxito personal. En Estados Unidos, preguntados en la escuela infantil por su futuro trabajo, ninguna de las niñas escogió un trabajo por el que sí que optaron muchos de los niños: presidente del país.

Desde pequeñas, palabras como mandona envían un claro mensaje a las niñas: no levantes la mano ni des tu opinión. Así que cuando llegan a secundaria están menos interesadas en liderar que los niños, explica Sheryl Sadenberg, una poderosa directiva que encabeza un movimiento para devolver el orgullo de líder a las chicas, BanBossy. La campaña sostiene que el liderazgo se interioriza y perfecciona practicándolo. Y que las niñas sólo lograrán ser líderes si lo intentan desde la escuela.

¿Cómo? Levanta la mano en clase e insiste hasta que te den la palabra. No pidas perdón antes de hablar (“no estoy segura de esto, pero…”). Rétate a ti misma más allá de tu zona de confort. Pide ayuda a la gente que sabe. No hagas el trabajo del vago del grupo, ínstale a que lo haga él. O practica cosas que te asusten (como hablar en público) para superar tus miedos.

Algunos expertos sostienen que la vergüenza de muchas mujeres a demostrar su valía podría tener que ver con el síndrome del impostor. Diversos estudios han demostrado que –al igual que sucede en la escuela- las mujeres juzgamos nuestro trabajo peor de lo que es en realidad. Con los hombres pasa lo contrario: son más propensos a pensar que están muy cualificados para el puesto y para posibles ascensos, mientras que nosotras atribuimos nuestros éxitos al trabajo duro y la suerte. Siempre con el miedo a que descubran que no somos tan buenas.

Pues lo somos. Y tenemos que empezar a creérnoslo.

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