La bioeconomía, el futuro verde de La Raya

Salamanca (España), 12 feb (EFE).- Álvaro investiga las propiedades culinarias de la bellota y ha creado recetas únicas. Pilar madruga cada mañana en Salamanca para dirigir una empresa que recicla una tonelada al día de aceite. Y Francisco Mateus, en la lusa Mogadouro, ha dado con la fórmula para hacer pan de champiñones.

Los tres basan sus éxitos en la bioeconomía y ponen en valor recursos endógenos de España y Portugal, a la vez que apuestan por la economía circular y sostenible.

Pilar Rodríguez dirige en Salamanca la empresa "Porsiete" que ella misma fundó en 2006 con el objetivo de fomentar la economía circular y social.

El 80 % de su plantilla son personas con algún tipo de discapacidad y todo el aceite que logran rescatar de la hostelería se convierte en un combustible biodiésel no contaminante.

Álvaro León, técnico medio ambiental, está convencido de la necesidad de un cambio en la alimentación y considera vital revalorizar recursos de la tierra, como la bellota, un fruto símbolo de la resiliencia y que antaño comían los pobres. Tiene un potencial saludable y ha creado más de medio centenar de recetas con harina de bellota.

En Mogadouro, en pleno Parque Internacional de Duero-Douro que une España y Portugal, Francisco Mateus recoge cada semana una media de tres toneladas de champiñones.

Con la pandemia, explica a Efe, el consumo en las grandes áreas de Portugal se ha reducido por la escasa demanda de la hostelería y ahora reparte puerta a puerta sus champiñones, mientras idea nuevas fórmulas para rentabilizar su producción micológica.

Estas tres iniciativas forman parte del proyecto hispanoluso INBEC, basado en la bioeconomía circular y sostenible que pretende extrapolar iniciativas de éxito desarrolladas en territorios fronterizos de España y Portugal.

Con una inversión de 2.063.623,73 euros, la propuesta está liderada por el Instituto para la Competitividad de Castilla y León (ICE) y financiada en un 75 % por el Fondo de Desarrollo Regional FEDER a través del Programa de Cooperación Transfronteriza Interreg España-Portugal (POCTEP).

BANCO DE PROYECTOS HISPANOLUSO

Desde el ICE y la Fundación Cartif, con sede en Valladolid (España), han puesto en marcha un plan de acción para identificar todas aquellas iniciativas que se desarrollan en los territorios fronterizos y que basan su actividad en la bioeconomía o en la economía sostenible.

Mercedes Vicente, técnico del ICE y coordinadora del proyecto, asegura que "los recursos endógenos que nos da la tierra" tienen un gran potencial de desarrollo para los territorios fronterizos de la española Castilla y León y del Centro y Norte de Portugal.

El poder calorífico de las cáscaras de almendra o de los huesos de aceituna, la elaboración de harinas a partir de insectos o el aprovechamiento de la cera de abejas para crear envases sostenibles en el sector agroalimentario son algunos ejemplos de economía circular y sostenible que ya se han puesto en marcha en las zonas fronterizas, explica.

En Castilla y León y en las regiones Centro y Norte de Portugal se han identificado empresas que apuestan por la bioeconomía para ampliar sus experiencias entre el resto de la comunidad ibérica. El objetivo es llegar a compartir sus resultados con el bloque europeo.

Es el caso de los restos de la poda de la vid que antaño se quemaban entre el rastrojo y que a día de hoy se transforman para crear cosméticos.

La puesta en común de estas experiencias innovadoras basadas en la economía circular son fuente de nuevos empleos para el territorio fronterizo y a través de INBEC las pymes que quieran poner en marcha alguna iniciativa similar recibirán el asesoramiento de los centros tecnológicos de España y Portugal que participan en el proyecto.

El proyecto contempla también un plan de comercialización y un inventario de todos los subproductos derivados de la bioindustria con el objetivo de alargar su ciclo de vida.

BELLOTAS DE LA RESILIENCIA

El técnico medioambiental Álvaro León lleva varios años estudiado las propiedades culinarias de la bellota en encinares de Castilla y León o Extremadura y participó en una de las ponencias organizadas por INBEC para dar a conocer posibles iniciativas de éxito basadas en la economía sostenible.

"Las bellotas son un símbolo de resistencia", explica Álvaro León a EFE, que recuerda que nuestros abuelos comían bellotas en su infancia, aunque la práctica se fue perdiendo porque estaba "mal vista" y ganó términos peyorativos como el de "belloteros".

Después de estudiar durante varios años las propiedades de la bellota, Álvaro aún no entiende por qué no crece su consumo y se aprovecha su potencial para la salud.

"La harina de la bellota tiene un potencial muy grande y con ella se pueden elaborar un sinfín de recetas", explica.

No tiene gluten y tiene más proteínas que cualquier otro cereal, asegura Álvaro León, que ha participado en proyectos de investigación de la bellota con diferentes entidades como la Universidad de Extremadura.

La estrella de sus creaciones, el paté de bellota, una crema con diferentes frutos secos a base de harina de bellota que "no recuerda a ningún otro sabor".

También ha logrado unas tortas de bellota que irían muy bien para servirlas de entrantes a modo de "nachos".

Creaciones gastronómicas como galletas, helados, bellotas encurtidas o hasta café de bellota son algunas de las recetas que relata.

Un producto único que sólo se puede obtener en las dehesas españolas y en los afamados "montados" portugueses que, además, se puede aprovechar para tratamientos médicos porque es antiinflamatorio, hipoalergénico y antioxidante.

DE LA CAÑERÍA AL BIODIÉSEL

Cada mañana, un grupo de trabajadores de Porsiete se recorre los bares y restaurantes de Salamanca y sus alrededores y recoge una media de una tonelada diaria de aceite usado.

"Es una tonelada de aceite que no se va cañería abajo y que,a demás, se convierte, más tarde, en un combustible biodiésel que no contamina", explica Pilar Rodríguez, una salmantina de 64 años apasionada con el trabajo de economía circular que puso en marcha en 2006.

La cooperativa que dirige ha logrado emplear a una veintena de personas que tienen algún tipo de discapacidad y la mayoría está con un contrato indefinido.

Recogen el aceite en botellas de todo tipo y luego lo vierten en un contenedor. Después se filtra para eliminar impurezas y se deriva a industrias que, mediante diferentes procesos de decantación, lo reconvierten para su nuevo uso combustible.

Otra de las actividades de Porsiete es la recogida de ropa usada que los salmantinos depositan en unos contenedores de la cooperativa y que al año suman casi medio millón de kilos de textil.

Pilar advierte: "Con el textil tenemos un problema serio, porque contamina mucho. Sí se reutiliza, pero, de momento, no hay solución para su reciclaje".

El objetivo de Porsiete es recoger la mayor cantidad de ropa posible para que "nada vaya al vertedero", ya que todo lo sintético de las prendas "es muy difícil de reciclar", insiste Pilar.

La cooperativa trabaja también con la recogida de pilas y de todo tipo de aparatos electrónicos.

LA BIOECONOMÍA DEL CHAMPIÑÓN

El matrimonio portugués formado por Francisco Mateus y Silvia Marcos lleva siete años dedicado a la industria del cultivo del champiñón en la ciudad portuguesa de Mogadouo, fronteriza con la provincia española de Zamora.

Tienen claro que el futuro de este tipo de iniciativas pasa por la innovación porque el consumidor tiene a buscar cosas nuevas.

La última novedad que han desarrollado, el pan de champiñones. La receta ha tenido "buena aceptación", reconoce Mateus, aunque "vamos ajustando", ya que hay que fusionar un producto crudo, como el champiñón, y la masa de harina húmeda antes de meter al horno.

Este matrimonio compra los paquetes germinados con el micelio en los granos de centeno a una empresa española de La Rioja y en dos semanas y media ven como empiezan a salir los champiñones.

Hasta el año pasado, sus principales destinos del champiñón crudo eran los mercados lusos de Oporto y Lisboa, sin embargo, con la pandemia se han tenido que reorganizar.

Ahora, explica Mateus, recorre los pueblos de esta zona del Norte de Portugal para vender bandejas de champiñones crudos casa por casa. Y, así, casi a diario, para darle salida a la producción de doce toneladas mensuales que generan.

"Hay que entender los mercados", apunta Francisco Mateus, que ve en la economía bioeconomía una alternativa de futuro para algunas zonas más deprimidas, como puede ser La Raya hispanolusa, carente de grandes industrias.

Carlos García

(c) Agencia EFE