Bienvenidos a la galaxia paralela de Bolsonaro en Facebook

El presidente de Brasil Jair Bolsonaro
El presidente de Brasil Jair Bolsonaro

SAN PABLO.- El Jair Messias Bolsonaro más genuino se asoma cada jueves a los teléfonos móviles y las pantallas. A las siete en punto de la tarde, empieza el Facebook Live semanal del presidente de Brasil. Cada siete días, cambia el elenco, pero el escenario, el guion y el tono varían poco en el resumen cortado a la medida de los bolsonaristas más ultras. Dos indígenas, a los que presentó como “hermanos indios”, lo acompañaron esta semana como ejemplo vivo de qué motiva su proyecto legislativo más polémico para la Amazonia. De camisa y pantalón, los dos invitados ofrecían la imagen del indígena que le gusta a Bolsonaro, el asimilado, nada que ver con los coloridos tocados y las decoraciones corporales cotidianos en muchas aldeas.

Vino a decir el mandatario que, para prosperar, los indígenas deben poder cultivar a gran escala, talar, extraer oro, diamantes o construir hidroeléctricas en sus tierras si así lo deciden (ahora es ilegal). Se habló de desarrollo social y económico, pero ni palabra del valor ecológico de esas tierras, que incluyen la Amazonia, biodiversidad o crisis climática.

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El asunto que copaba en ese instante los titulares de prensa –el coronavirus ha matado ya a 400.000 brasileños– fue mencionado de pasada durante la hora de retransmisión desde el Palacio de Planalto, en Brasilia. Todo, sin mascarillas ni distancia de seguridad.

Es una especie de Aló, presidente a lo Bolsonaro. Versión 2.0 del formato inventado por otro populista, de izquierdas, el venezolano Hugo Chávez. Es la galaxia paralela que el ultraderechista brasileño se ha creado para comunicarse directamente, ahora desde la cúspide del poder político, con los que permanecen a su lado pese a la pandemia, la inflación, el desempleo o los escándalos: un tercio del electorado, según los sondeos.

Con más de 20 millones de seguidores en redes, reúne gran audiencia en este país de 210 millones de habitantes. Casi un millón de internautas vieron el último directo, que superó los 93.000 comentarios. El poder multiplicador de Facebook o Whatsapp fueron cruciales en su sorprendente victoria electoral en 2018 en este país sin televisión pública, donde la red Globo domina la televisión con un poder mediático inmenso.

El formato es siempre el mismo. Bolsonaro sentado tras una mesa con un intérprete de signos a su izquierda (a menudo la única mujer en el plano porque el Gobierno es casi todo masculino) y a su derecha, uno o dos ministros o altos cargos a los que pregunta como si les tomara la lección. A veces anuncia medidas gubernamentales como la paga extra navideña de Bolsa Familia, que reciben millones de pobres.

Este jueves fue el turno del presidente de la Fundación del Indio (Funai), Marcelo Xavier da Silva, un comisario de policía. Juntos desgranaron la defensa del proyecto de ley que pretende autorizar la explotación minera en las tierras indígenas con el argumento de que no puede ser que el millón de indígenas viva en la miseria sobre tierras de riquezas fabulosas. Con ellos, los indígenas Arnaldo, de etnia paresí, y a Joselio, un surucú. El primero discursó en fluido portugués hasta que Bolsonaro le interrumpió: “Hala, di algo en tu lengua”.

Como todo populista, Bolsonaro necesita enemigos para mantener prietas las filas. Los de este jueves fueron Europa, a la que presentó como preocupada de boquilla con los indígenas, pero ajena a sus miserias, las ONG, una prensa a la que acusa de desinformar… También machacó con las amenazas clásicas de su manual: el socialismo, el comunismo, Venezuela, la izquierda, el partido socialdemócrata, “el candidato que acaba de recuperar sus derechos políticos”, en referencia a Lula da Silva. Y con la vista puesta en las presidenciales de 2022, agitó el fantasma del fraude electoral. Presumió de acciones gubernamentales y pronunció una de sus frases preferidas: “Me llamo Messias pero no hago milagros”.

Los dos asuntos más candentes en la prensa tradicional aparecieron sólo fugazmente. A las víctimas de la Covid-19, Bolsonaro les dedicó unas pocas palabras: “Lamentamos las muertes, llegó a un número enorme” seguidas por un ruego: “Pido a Dios que no haya una tercera ola”. Y sobre la comisión parlamentaria de investigación que analizará a partir del martes próximo las acciones y omisiones de su Gobierno en esta crisis sanitaria, dijo: “Seguimos a todo vapor, no estamos nada asustados con esa comisión”. Acto seguido, anunció la inauguración de una de esas obras eternas.

Desde que descubrió el filón de comunicarse con el pueblo sin intermediarios, Bolsonaro lo ha adoptado con fervor. Los FB live son ahora la zona de confort de este presidente que no da ruedas de prensa, ofrece pocas ocasiones de ser abordado directamente por la prensa y solo concede entrevistas a periodistas afines. Es su burbuja, donde nadie le cuestiona o critica. Los directos incluyen preguntas vía un móvil que le acerca un militar, pero no son del pueblo, sino de periodistas de un programa radiofónico amigo.

Brasil acaba de caer al puesto 111 entre 180 países en la clasificación anual de Reporteros Sin Fronteras. Sostiene RSF que “el contexto tóxico en el que trabajan los profesionales de la prensa brasileña” es culpa principalmente del mandatario. “Los insultos, la estigmatización y las humillaciones públicas orquestadas contra los periodistas se han convertido en la marca registrada del presidente Bolsonaro, su familia y su círculo cercano”, añade RSF.

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Durante los directos presidenciales, los internautas comentan. Entre ánimos, encendidos elogios y bendiciones, peticiones antidemocráticas como la de Rubanubio Pereira Silva: “Presidente, esperamos una intervención militar con usted al frente”.

En este país enganchado a las redes, muchos instantes viralizaron. Dos de los más controvertidos: él y su ministro de Exteriores, un trumpista, beben un vaso de leche en un gesto interpretado por internautas como un guiño a los supremacistas blancos. Y el día que Brasil superó los 55.000 muertos por la Covid, el director de una empresa pública tocó al acordeón el Ave María en homenaje a las víctimas junto al presidente de “la gripecilla”, el ministro de Economía y la intérprete de signos. Para los 400.000 fallecidos, no hubo homenaje. © El País, SL