¿Puede una vacuna centenaria ayudar a atenuar el golpe del Covid-19?

Campaña de vacunación infantil contra la tuberculosis. (Imagen creative commons vista en Wikipedia).
Campaña de vacunación infantil contra la tuberculosis. (Imagen creative commons vista en Wikipedia).

Una de las primeras vacunas que reciben los niños en los países de bajo nivel socieconómico, es la de la tuberculosis, también conocida como Bacillus de Calmette y Guérin (o abreviado BCG). Creada en 1925 se la considera una de las primeras vacunas del siglo XX y desde 1974 forma parte del programa de vacunaciones que la OMS administra en la mayoría de los países donde esta patología aún es común. En España se considera erradicada la tuberculosis, aunque cada año se dan unos pocos miles de casos, y lo cierto es que cuando yo era niño todavía se administraba, pero por lo que puedo leer en la web de la Asociación Española de Pediatría, hace años que ya no es así.

La BCG contiene una cepa debilitada y viva del Mycobacterium bovis, bacteria que se encuentra con frecuencia en el ganado vacuno (de ahí su nombre) y “prima hermana” de la Mycobacterium tuberculosis, causante de la enfermedad homónima. Lejos de ser perfecta, la vacuna evita únicamente el 60% de los casos de tuberculosis en promedio, aunque hay grandes diferencias según los distintos países en que se administra.

¿Por qué os hablo de una venerable vacuna casi centenaria? Buena pregunta. Os respondo: según puedo leer en Science, la BCG podría suponer “un as en la manga” para combatir otras infecciones más allá de la tuberculosis. Un equipo de investigadores holandeses piensa poner a prueba la hipótesis esta misma semana. Si verdaderamente esta vacuna puede revitalizar y poner en guardia a nuestro sistema inmunológico para lo que pueda venir (coronavirus incluido) es algo que podremos averiguar en unos pocos meses. Las pruebas se efectuarán con 1.000 trabajadores de los hospitales públicos de los Países Bajos, que o bien recibirán la vacuna o bien un placebo.

Normalmente las vacunas disparan una respuesta del sistema inmunológico contra un patógeno específico. En el caso de la de la gripe estacional, por ejemplo, la vacuna prepara al organismo para combatir a las 3 o 4 cepas del virus que circulan ese año. Sin embargo la BCG podría también “darle un subidón” al sistema inmunológico, de modo que este pudiera prevenir las infecciones causadas por el 30% de los patógenos conocidos, incluyendo virus, en el año posterior a su administración. Al menos eso es lo que creen los investigadores daneses Peter Aaby y Christine Stabell Benn, cuyas suposiciones pueden leerse en la web del proyecto Bandim.

¿Qué opina la comunidad científica de esta hipótesis? Bueno, pues en el pasado reciente ha recibido bastante críticas, especialmente después de un estudio ordenado por la OMS en 2014 cuyas conclusiones (si bien ligeramente positivas) fueron recibidas con “poca confianza”. Dos años después, otra revisión sobre este campo obtuvo mejores resultados, aunque se pidió realizar ensayos aleatorios, donde los participantes no supieran si se les administra la BCG o un placebo. Puede parecer sencillo hacer algo así, pero no lo es tanto porque la BCG deja tras de sí una postilla característica en el brazo que puede durar varios meses.

Postilla habitual tras administrar la vacuna Bacillus Calmette Guérin BCG a un bebé. (Imagen creative commons vista en Wikipedia).
Postilla habitual tras administrar la vacuna Bacillus Calmette Guérin BCG a un bebé. (Imagen creative commons vista en Wikipedia).

Veamos cómo se supone que funciona. Cuando un patógeno se adentra en nuestro cuerpo, se libra un combate en el que la primera línea de defensa la componen los glóbulos blancos, el sistema inmune innato. Si estas células fracasan, se pone en marcha el sistema inmune “adaptativo”, y nuestro cuerpo comienza a generar más copias de las células-T y linfocitos B (que producen anticuerpos) para que se unan a la batalla.

La clave de esta estrategia es que ciertas células-T se hagan específicas para el patógeno, son esas células las que van amplificando su presencia y (con suerte) terminan por derrotar al patógeno. Tras ese punto, una pequeña parte de esos anticuerpos victoriosos se transforman en “células de la memoria”, y la próxima vez que el cuerpo sufra el ataque del mismo patógeno, nuestro sistema inmune basará su mecanismo de respuesta en ellas.

El sistema inmune innato, que es con el que venimos al mundo (recordemos que es el que explica que no haya muerto ningún niño por covid-19) se compone de glóbulos blancos “asesinos de células” como los macrófagos y los neutrófilos, pero supuestamente no cuenta con células de memoria. En 2018, un equipo dirigido por Mihai Netea (experto en enfermedades infecciosas del Centro Médico de la Universidad Radboud) realizó un estudio en el que probó que la vacuna BCG parecía desafiar a los libros de texto, y que de hecho su administración no solo protegía contra el patógeno de la tuberculosis, sino que de algún modo, la cepa atenuada que contiene podría permanecer viva durante varios meses estimulando también a las células que componen el sistema inmunológico innato durante un tiempo prolongado. Tal y como Netea y sus colegas dicen, se logró una especie de “inmunidad entrenada”.

Las citadas pruebas de 2018, demostraron que la BCG protegió a los participantes contra una infección experimental creada con una forma debilitada del virus de la fiebre amarilla, usada en vacunas contra este mal.

¿Servirá también para reforzar nuestras defensas contra el Covid-19? Esto es lo que el ensayo que el equipo de Peter Aaby y Christine Stabell Benn realizarán esta semana con personal sanitario en Holanda quiere dilucidar. Pruebas similares se realizarán además en Australia y Canadá, en este último país con personas mayores.

Esperemos que esta iniciativa ofrezca resultados esperanzadores porque en estos momentos lo que necesitamos son buenas noticias, y contar con una vacuna útil cuya toxicidad lleva un siglo probada acortaría tremendamente los plazos de espera.

Me enteré leyendo Science.

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