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El último de los Bee Gees, Barry Gibb, tiene una misión: "Mantener viva la música"

Barry Gibb, el último integrante vivo de los Bee Gees, en Miami Beach, Florida, el 18 de noviembre de 2020. (Rose Marie Cromwell/The New York Times)
Barry Gibb, el último integrante vivo de los Bee Gees, en Miami Beach, Florida, el 18 de noviembre de 2020. (Rose Marie Cromwell/The New York Times)

El último sobreviviente de los Bee Gees me marcó por teléfono desde el estudio de su casa en el sur de La Florida, a pocos pasos de las aguas de la bahía Vizcaína.

“Solía tener un barco genial”, dijo Barry Gibb. “Una lancha rápida”. La llamó Spirits Having Flown, en honor al álbum de los Bee Gees de 1979 que ha vendido más de 25 millones de copias en todo el mundo. “Solía salir con el bote a romper toda la bahía y a que se me ocurrieran ideas”.

A veces ni siquiera necesitaba el bote. Un día, el mánager de los Bee Gees, Robert Stigwood, lo llamó. Estaba produciendo la versión cinematográfica del musical “Grease” (“Vaselina”) y necesitaba una nueva canción principal. Barry no había visto la película; esto era un desafío creativo.

“¿Cómo demonios escribes una canción llamada ‘Vaselina’?”, se preguntó. “Recuerdo haber caminado por el muelle, cuando de repente se me ocurrió que era una palabra, y que lo que había que hacer era escribir sobre la palabra”.

Grease is the word (Vaselina es la palabra), escribió, is the word that you heard. It’s got a groove, it’s got a meaning. (es la palabra que escuchaste. Tiene ritmo, tiene significado)

Había resuelto su problema y había visto la luz; la palabra era “vaselina”, y la palabra era buena. “Grease”, grabada por Frankie Valli, fue lanzada en mayo de 1978 y para finales de agosto ya había llegado al primer lugar en la lista Billboard Hot 100.

Ese sería el séptimo crédito de Gibb como compositor de un éxito que llegaba al primer lugar ese año, tras “How Deep Is Your Love”, “Stayin’ Alive”, “Night Fever” y “If I Can’t Have You”, todas de la banda sonora de “Saturday Night Fever”, y “Shadow Dancing” and “(Love Is) Thicker Than Water”, los sencillos solistas que Barry ayudó a escribir para su hermano Andy Gibb. En el Hot 100 de la semana del 3 de marzo de 1978, tres de las cinco canciones en los primeros lugares eran de los hermanos Gibb.

Así fue durante mucho tiempo —éxitos números 1, uno tras otro— hasta que dejó de ser así.

A principios de la década de 1970, los Bee Gees llegaron a Miami para intentar grabar discos en Estados Unidos. Les funcionó bastante bien, y desde entonces Barry ha vivido allí.

“Es solo una casa grande y vieja. Jamás la clasificaría como una mansión”, dijo Gibb, quien en el tiempo que ha vivido aquí ha tenido entre sus vecinos a Matt Damon, Dwyane Wade y Pablo Escobar.

Tiene 74 años, y su legendaria melena de león gris estaba desordenada bajo un sombrero de cuero estilo australiano. Sus palabras se deslizaban por sus dientes —todavía magníficos— en un acento rico, casi al estilo de Sean Connery, que sus orígenes (nació en la isla de Man, creció en Manchester, Inglaterra y luego en Australia) no explican del todo.

El disco más reciente de Gibb, “Greenfields: The Gibb Brothers Songbook, Vol. 1”, grabado en Nashville, Tennessee, con el productor Dave Cobb, saldrá a la venta en enero. Vendrá precedido este mes por el documental de HBO “The Bee Gees: How Can You Mend a Broken Heart” dirigido por Frank Marshall. Al principio de la película, vemos a Gibb y a sus hermanos Maurice y Robin como la mayoría de las personas los recuerdan: con camisas de plata reluciente de cuello abierto y medallones que brillaban intensamente contra sus pechos mamíferos.

Los Bee Gees en 1979 (AP)
Los Bee Gees en 1979 (AP)

Más adelante, un reflector se centra en él, eliminando al resto de la banda. Este sería un presagio casi literal. Desde 1979, Gibb ha perdido a tres hermanos. Andy —el menor, quien tuvo gran éxito como solista bajo la tutela de Barry pero que luchó con la adicción a las drogas— falleció primero, en 1988, a los 30 años, de miocarditis. Maurice murió en 2003, de complicaciones causadas por un intestino torcido; Robin falleció en 2012, por complicaciones de cáncer y cirugía intestinal.

Esto deja a Barry Gibb como el senescal viviente de un catálogo de canciones que se han convertido en pilares contemporáneos. Han sido interpretadas y grabadas por Janis Joplin (quien cantó “To Love Somebody” en Woodstock) y Destiny’s Child (quienes hicieron una versión de “Emotion” en su tercer disco), así como por el reverendo Al Green, los irreverentes punks de Texas The Dicks, Bruce Springsteen y la señorita Piggy de los Muppets. Es difícil imaginar un mundo en el que nadie cante canciones de los Bee Gees, incluso solo por razones relacionadas con el karaoke, pero Gibb ha visto lo suficiente en la vida como para entender que nada es eterno.

“La misión”, dijo, “es mantener viva la música. Independientemente de nosotros, independientemente de mí. Algún día, como mis hermanos, ya no estaré presente, y quiero que la música perdure. Así que la tocaré sin importar nada”.

Barry Gibb, enamorado del bluegrass

Gibb solo conoce de pasada la música pop moderna, la cual percibe como un mundo gobernado por niños que usan apodos y números. Espera que alguien les esté dando buenos consejos.

“No escucha mucha música nueva”, dijo su hijo Stephen Gibb. “Escucha música de su juventud”.

Los primeros recuerdos musicales de Barry Gibb son de armonías: los Everly Brothers y el cuarteto vocal de jazz de Ohio, los Mills Brothers, sonando desde un solo altavoz en la casa de sus padres. Gibb puede trazar una línea directa desde allí a todo lo demás; es la razón por la que él, Robin y Maurice comenzaron a cantar juntos.

Pero después de eso, lo que se le metió en la cabeza a Gibb fue la música country, en particular cuando los Gibb se mudaron de Inglaterra a Australia en 1958, justo antes del cumpleaños número 12 de Barry.

“Música bluegrass”, dijo Gibb. “Me enamoré de ella. Me obsesioné de niño, porque no escuchabas casi más nada que bluegrass en Australia en 1958”.

Mientras estuvieron exiliados de las listas de éxitos en la década de 1980, Gibb y sus hermanos compusieron éxitos country para Conway Twitty, Olivia Newton-John y —más célebremente— “Islands in the Stream”, que fue éxito a nivel mundial para Kenny Rogers y Dolly Parton.

“Kenny siempre decía ‘Todavía no entiendo esa canción. No estoy seguro de qué trata”, dijo Gibb. “Y yo le respondía, ‘Kenny, yo sí entiendo esa canción, es un éxito número 1 en las listas’”.

Gibb aseguró que siempre ha habido country en el sonido de los Bee Gees, independientemente de si sus hermanos lo querían allí o no. Sin embargo, la idea de hacer todo un álbum country de larga duración había sido un asunto pendiente por décadas, hasta el año pasado, cuando los Bee Gees firmaron un nuevo contrato con Capitol Records. Hubo conversaciones acerca de que Gibb hiciera nuevas versiones del catálogo; así se dio cuenta de que su momento country había llegado.

“Había estado poniéndole a mi padre música de Jason Isbell, Chris Stapleton, Brandi Carlile y Sturgill Simpson”, dijo Stephen Gibb. “Y su reacción fue ‘Dios mío, estos discos son geniales. Son brillantes’. El hilo conductor de muchos de esos discos resultó ser Dave Cobb”.

Cobb, de 46 años, que ha ganado varios Grammy por su trabajo con Carlile, Stapleton e Isbell, también resultó ser un gran fanático de los Bee Gees. Para octubre de 2019, Gibb ya estaba en el Studio A de RCA en Nashville, grabando nuevas versiones de clásicos y temas menos conocidos de los Bee Gees con una gran variedad de compañeros de dúo asociados al country: creadores de éxitos modernos como Keith Urban, tradicionalistas como Alison Krauss, Gillian Welch y David Rawlings, e iconos como Parton.

Parton y Gibb realizaron su interpretación del melancólico sencillo de 1968 de los Bee Gees, “Words”, en el primer día de grabación. Cobb describió la experiencia como “probablemente la sesión más intimidante que he tenido en mi vida”. Recuerda que cuando caminó hacia el micrófono para tocar la guitarra, “mis piernas comenzaron a temblar un poco”.

Isbell se sintió igualmente intimidado con el hecho de cantar con Gibb en “Words of a Fool”, una canción poco conocida que Gibb escribió para la banda sonora de la olvidada película de 1988 “Hawks”.

“En un momento estaba tratando de cantar una armonía sobre Barry”, dijo Isbell, “Dave dijo algo y yo le respondí ‘Dave, uno de nosotros no es Barry Gibb, hermano. Tienes que bajar un poco la presión y permitirme varios intentos para lograr esto’”.

La voz de Gibb en “Words of a Fool” es potente pero también espectral. Su vibrato estremecedor evoca al cantante de jazz Jimmy Scott. Casi seis décadas después de que cantara por primera vez en un disco, su voz sigue siendo uno de los instrumentos más sobrenaturales de la música pop.

“Le pregunté que cómo diablos hacía para seguir sonando así”, dijo Isbell. “Siempre tengo miedo de hacer esa pregunta a las personas, porque no quiero ofenderlas al reconocer su edad, pero le dije, ‘Barry, ¿cómo puedes seguir cantando de esa manera tan hermosa y poderosa?’ Y él me respondió, ‘Nunca me gustó mucho la cocaína. Tienes que usarla cada 15 minutos para que funcione. Así que simplemente nunca me atrajo’. Fue la respuesta perfecta a esa pregunta”.

Una tristeza temblorosa

Barry Gibb, el último integrante vivo de los Bee Gees, en Miami Beach, Florida, el 18 de noviembre de 2020. (Rose Marie Cromwell/The New York Times)
Barry Gibb, el último integrante vivo de los Bee Gees, en Miami Beach, Florida, el 18 de noviembre de 2020. (Rose Marie Cromwell/The New York Times)

En Australia, a pesar de ser menores de edad, los hermanos tocaban en bares, narró Gibb, que eran “muy al estilo de Crocodile Dundee”. Dijo que las audiencias australianas eran increíbles, “pero es un público que bebe. Fuimos testigos de muchas peleas mientras cantábamos. Yo vi a dos tipos golpearse sin siquiera ponerse de pie”.

En cuanto tuvieron un sencillo exitoso, con una canción llamada “Spicks and Specks” —“Robin solía decir que ese fue nuestro primer sencillo en llegar al número uno, pero en realidad llegó al número uno solo en Perth”— regresaron a Inglaterra, firmaron un contrato con Stigwood, quien en ese entonces era socio del promotor de los Beatles, Brian Epstein, y se encontraron con un Londres en el pleno auge de los años sesenta.

“De pronto nos encontramos con la filosofía hippy”, dijo Gibb. “La meta era averiguar de qué personaje te disfrazarías”. Describió un recuerdo vívido de cuando entró a un elevador con Eric Clapton. “Él estaba vestido de vaquero y yo de sacerdote”.

Barry tenía 20 años en ese entonces; sus hermanos aún no cumplían 18. “Seguíamos siendo unos niños”, comentó, “y todavía éramos muy ingenuos. Creo que esa ingenuidad no desapareció sino hasta mucho tiempo después”.

Aunque al poco tiempo descubrieron el alcohol, la hierba y las pastillas, relató Gibb. Pero sus primeros álbumes británicos como “Bee Gees’ 1st” de 1967con su carátula psicodélica diseñada por Klaus Voormann, sus orquestaciones excéntricas, y títulos como “Every Christian Lion Hearted Man Will Show You”— los hicieron parecer participantes más activos del estilo de vida sesentero de lo que en realidad eran. Una vez, alguien les dio a Barry y a Robin Gibb una pastilla de mescalina; decidieron tirarla por el inodoro.

Si bien estaban inmersos en la vibra del momento, los álbumes de los Bee Gees de finales de los sesenta también están impregnados de una tristeza cursi y temblorosa que se siente única de los Gibb. Suenan como principitos enclenques que han dominado el mundo del pop con solo mirarlo con anhelo desde la ventana de una torre muy alta. Las drogas por sí solas no podrían producir música así de inexplicable y rara.

“No se puede comprender cómo un grupo de humanos se reunió en una habitación y grabó esas canciones”, dijo Cobb, que se topó con el material de los sesenta de la banda debido a una obsesión con los Beatles y el álbum “Odessey and Oracle” de The Zombies. “Simplemente existen. Se siente como si vinieran de un universo distinto”.

Sin embargo, incluso sus discos de universos alternos estaban diseñados para ser populares. Nunca pasaron por una etapa experimental como Brian Wilson con su arenero debajo del piano. Eran auténticos inmigrantes diligentes, versátiles y laboriosos. Trabajaron para Stigwood, quien era su representante y el propietario de sus grabaciones, un conflicto de intereses que pasó desapercibido durante décadas.

Para 1969, los tres Bee Gees ya estaban casados y llevaban vidas independientes.

“Creo que empezamos a distanciarnos después de llegar a Inglaterra”, dijo Gibb. Empezaron a discutir como solo podría hacerlo una banda de hermanos con dos líderes: Barry y Robin. Robin Gibb se retiró de la banda en 1969 y regresó 18 meses después animado por Stigwood. Gibb dijo que muchos conflictos seguían sin resolverse. En lugar de hablar escribieron juntos “How Can You Mend a Broken Heart”, y se cantaron las cosas que no podían decirse.

Su música en la década de los setenta representó un punto bajo en lo creativo; tras mudarse a Miami a sugerencia de su amigo Clapton, comenzaron a producir algunos de los discos más exitosos de todos los tiempos.

Canciones como la sublime “Jive Talkin’” tenían un ritmo más pesado que cualquier cosa que habían hecho antes. Gibb pensó que su nueva dirección era una transición hacia el R&B. Pero su contribución a la banda sonora de “Fiebre de sábado por la noche”, una película taquillera de 1977 producida por Stigwood, los redefiniría como artistas para siempre. En cuanto John Travolta se pavoneó por el bulevar Bay Ridge en Nueva York al ritmo del ágil bajo de “Stayin’ Alive” —una oportunidad perfecta para lucir el falsete angustiado que Barry Gibb había descubierto en ese entonces— se convirtieron en músicos del género disco.

“Eso nos absorbió de la nada”, dijo Gibb. “Nosotros solo estábamos haciendo música que nos encantaba. De hecho, ni siquiera la llamábamos ‘disco’. Jamás me pareció que un álbum de The Stylistics fuera disco, y nunca pensé que ‘Shining Star’ de The Manhattans fuera una canción disco, y ‘Too Much Heaven’ no era disco. ‘How Deep Is Your Love’ tampoco lo es. Pero te clasifican así”.

La banda sonora de la película se convirtió en su mayor éxito; ha sido certificado disco de platino dieciséis veces y sigue siendo la segunda banda sonora más exitosa de todos los tiempos, tan solo detrás de la de “El guardaespaldas” de Whitney Houston.

Arrastrados por la corriente de “la música disco apesta”

En 1979, mientras los Bee Gees iban de gira por todo el mundo en un jet de pasajeros Boeing 720 personalizado con el logotipo de la banda pintado en la cola, un movimiento reaccionario en contra de la música disco se estaba gestando entre los fanáticos blancos del rock ’n’ roll. Ese verano, entre partidos de un doble juego de los White Sox, un DJ de Chicago llamado Steve Dahl hizo estallar una caja llena de álbumes de música disco en el campo de Comiskey Park.

En el documental de Marshall, el productor de música house de Chicago Vince Lawrence —quien esa noche estaba trabajando en Comiskey Park como acomodador— recuerda haber visto a personas llegar cargando álbumes de artistas negros que no tenían nada que ver con la música disco, y describe el evento como “una quema de libros racista y homofóbica”.

La música disco, como fenómeno cultural, era negra, morena y gay; el hecho de que los Bee Gees no se identificaran con ninguna de esas etiquetas no impidió que fueran víctimas del fuego cruzado. Eran los avatares populares del género, y el movimiento “Disco Sucks” (“la música disco apesta”) los convertiría en parias instantáneos. El documental de Marshall intercala cortes entre la cuenta regresiva a la explosión y tomas de la banda en el escenario, sonriendo en atuendos plateados, sin percatarse de que el destino los embestiría como un tren.

“La dinámica de su situación cambió de la noche a la mañana”, dijo Marshall. “Todo lo que habían soñado se estaba volviendo realidad. Estaban en la cima. Y de pronto, todo se transformó en una pesadilla, tenían que ir acompañados de guardaespaldas y recibían amenazas de bomba. Y ellos decían: ‘Esperen, solo somos una banda’, pero eso iba mucho más allá de ellos. Era un momento en la historia y ellos quedaron atrapados en medio. Su época más exitosa se convirtió en su mayor pesadilla. De verdad me encantó esa ironía”.

Gibb afirmó que nunca dejó que lo sucedido en Comiskey lo molestara: “Yo sabía que, sin importar a qué te dediques, en algún momento tiene que acabar”.

Sin embargo, ha vivido lo suficiente para ver el cambio de discurso en torno a su música. Hay docenas de videos en línea en los que “youtubers” —la mayoría negros y demasiado jóvenes para recordar siquiera el muestreo musical que hizo Wyclef Jean de “Stayin’ Alive” a finales de los noventa— reaccionan al video de los Bee Gees de la balada “Too Much Heaven” del álbum “Spirits Having Flown”.

El video es un documento prototípico de su era, como una metacualona suelta que se rescata de entre los cojines del sofá del tiempo. Los Bee Gees cantan en un estudio de grabación lleno de helechos, acompañados por una sección de cuerdas. Visten camisas de seda de cuello abierto. Los pantalones de mezclilla de Barry son un chiste obsceno sobre aguacates. Así que al principio los youtubers se muestran escépticos. Luego, casi sin excepción, se quedan mudos al escuchar las voces, y ven a Gibb y a sus hermanos construir una catedral con tan solo el aire de sus pulmones.

Barry Gibb no ha visto estos videos, pero ha visto algunos fragmentos de jóvenes haciendo sus versiones de canciones de los Bee Gees como “How Deep Is Your Love” en línea, y algunos son bastante buenos. “Vi a un muchacho que no pudo haber tenido más de 11 o 12 años. No sé quién es, pero será uno de los mejores si mantiene los pies en la tierra. Esa siempre es la cuestión, ¿verdad? Esa siempre es la cuestión”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company

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