De barbas y la peste bubónica: los rezos de un pueblo alemán por un (segundo) milagro

En 1633, el pueblo bávaro de Oberammergau, azotado por una pandemia, le hizo una promesa a Dios. Ahora, otra pandemia ha obligado a sus habitantes a incumplir su promesa.
En 1633, el pueblo bávaro de Oberammergau, azotado por una pandemia, le hizo una promesa a Dios. Ahora, otra pandemia ha obligado a sus habitantes a incumplir su promesa.
Asientos vacíos en el teatro de la obra de la Pasión, en Oberammergau, Alemania, el 26 de marzo de 2020. (Laetitia Vancon/The New York Times)
Asientos vacíos en el teatro de la obra de la Pasión, en Oberammergau, Alemania, el 26 de marzo de 2020. (Laetitia Vancon/The New York Times)

OBERAMMERGAU, Alemania — Para el reverendo Thomas Gröner, no cabe la menor duda de que lo ocurrido en su pueblo fue un milagro.

También dice que tiene pruebas.

La pandemia había azotado el pueblo: se creía que había muerto una de cada cuatro personas. “Familias completas, muertas”, mencionó Gröner.

Entonces, los pobladores se pararon frente a una cruz y le prometieron a Dios que, si le perdonaba la vida a la gente que quedaba, a partir de ese momento iban a montar la Pasión —una representación de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús— cada diez años por siempre.

Eso sucedió en 1633. La peste bubónica arrasaba con Baviera. Sin embargo, dice la leyenda que después de la promesa ninguna persona del pueblo murió a causa de ella.

De pie en su iglesia, debajo de la cruz donde alguna vez los pobladores hicieron la promesa, Gröner sostenía un libro maltratado con tapa de cuero.

“Mira”, comentó mientras sus dedos escaneaban una página descolorida con una caligrafía muy compacta que se detiene de manera abrupta a tres cuartos de la página. “Registraron decenas y decenas de muertes y luego… nada”.

Durante casi cuatro siglos, la gente de Oberammergau más o menos cumplió su promesa de celebrar su salvación de una pandemia, hasta que otra pandemia la obligó a romperla.

El pueblo tuvo que renunciar a hacer la obra de la Pasión de este año, programada para estrenarse en mayo y durar todo el verano, a causa del coronavirus. La obra, una producción épica con un reparto de residentes locales, habría llevado a medio millón de visitantes al pueblo y a 2500 personas (la mitad de Oberammergau) al escenario al aire libre más grande del mundo.

La producción habría sido la cuadragésima segunda desde el estreno en 1634. La obra, cancelada tan solo dos veces —en 1770 durante la Ilustración y en 1940 durante la Segunda Guerra Mundial—, ha sido representada una vez cada década y a veces dos por aniversarios especiales. Ya se había pospuesto una vez: durante la Primera Guerra Mundial murieron demasiados hombres como para completar el elenco.

Ahora que se acerca el fin de semana de Pascua, Oberammergau está rezando para que se haga otro milagro.

Hasta la fecha, el pueblo no tiene ningún solo caso conocido de COVID-19.

“¿Tal vez la promesa sigue protegiendo al pueblo?”, se preguntó esperanzada Susanne Eski, una modista, mientras una tarde reciente se preparaba para guardar en el almacén el vestuario de la obra de la Pasión.

No obstante, afuera de Oberammergau, la cantidad de casos ha aumentado, y la mayoría teme que tan solo sea una cuestión de tiempo. Durante el Domingo de Ramos, en Alemania hubo más de 91.000 infecciones y más de 1300 muertes.

Durante siglos, los reyes y las reinas, los líderes y las celebridades han acudido en tropel a este pueblo de los Alpes bávaros para sumergirse en la historia de la salvación.

Desde mediados de la década de 1960, la obra ha recibido críticas por su crudo antisemitismo, primero de grupos judíos y luego de la misma Iglesia católica. Se dice que a Adolf Hitler le encantaba y la consideraba “importante para el Reich”.

Christian Stückl ha dirigido la obra de la Pasión durante tres décadas, y poco a poco le ha ido quitando el simbolismo antisemita más ofensivo y ha abierto el elenco a la participación de protestantes, musulmanes y mujeres casadas. A Stückl se le llenaron los ojos de lágrimas cuando anunció que las representaciones de este año se iban a posponer dos años.

El pueblo se había estado preparando para este momento a lo largo de toda una década.

Durante meses, los hoteles y los restaurantes habían aumentado su personal para atender a la oleada de visitantes. Los artesanos locales trabajaron horas extras para tener lista la utilería del escenario. Hubo voluntarios que ayudaron a coser el vestuario. Los ensayos reunieron a todos los grupos etarios del pueblo, desde niños dando sus primeros pasos hasta abuelos, a veces a diario.

Además, para cumplir un antiguo estatuto del pueblo, muchos hombres habían dejado de rasurarse desde hace un año para que la barba les creciera libremente, al estilo de los años treinta del primer siglo de nuestra era.

Sin embargo, los ensayos se detuvieron. El teatro donde se representa la Pasión, con sus 4500 asientos, está vacío. La utilería y el vestuario se están enviando al almacén.

Tan solo han quedado las barbas: las dos peluquerías del pueblo están cerradas por el coronavirus.

A una hora en auto de Oberammergau, en la profundidad del bosque, hay una capilla dedicada a una santa poco conocida que apenas ahora se ha redescubierto: santa Corona, patrona de la resistencia a las epidemias, afirmó Gröner.

Se vienen tiempos difíciles, comentó. No obstante, todo tiene dos lados. Tal vez salga algo bueno de la crisis, mencionó: el regreso de la solidaridad y la compasión hacia el prójimo y el planeta.

“En cierto modo, la historia del sufrimiento y la salvación que han ensayado en el escenario ahora se está representando en la vida real”, concluyó Gröner.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company