Bailes eróticos, karaoke y trasnochadas: los tugurios clandestinos de la era del COVID

El bar deportivo Déjà Vu en Staten Island, el martes 5 de enero de 2021. (Michelle V. Agins/The New York Times)
El bar deportivo Déjà Vu en Staten Island, el martes 5 de enero de 2021. (Michelle V. Agins/The New York Times)
El Chicanito, un bar y restaurante en el Bronx, el martes 5 de enero de 2021. (Michelle V. Agins/The New York Times)
El Chicanito, un bar y restaurante en el Bronx, el martes 5 de enero de 2021. (Michelle V. Agins/The New York Times)

NUEVA YORK — En Brooklyn, los investigadores llegaron a un bar en diciembre y vieron cómo las bailarinas exóticas les hacían bailes privados a varios clientes detrás de puertas cerradas al sonido de una música intensa, según dijeron las autoridades estatales.

En un bar de karaoke en Queens, los oficiales encontraron ocho salas llenas de gente y a un gerente, todos sin mascarilla. Tan solo tres días antes, la policía había descubierto una escena casi idéntica en el mismo local.

Y en un lounge bar en el Bronx, los investigadores se metieron por una puerta lateral y se toparon con más de 50 personas fumando de un narguile, sin cubrebocas, relataron las autoridades.

Por toda la ciudad de Nueva York, las restricciones que se han impuesto para contener el coronavirus han provocado el surgimiento de un número desconocido de clubes y bares ilícitos (que serían como los speakeasies que se crearon durante la Prohibición, pero en la época del COVID-19), pues los bares y restaurantes con licencia se han convertido en sitios clandestinos para poder sobrevivir.

Los bares y restaurantes que incumplen las normas que prohíben comer y beber en espacios cerrados corren el riesgo de propagar más infecciones en un momento en que el virus está en auge. El gobernador Andrew Cuomo dijo el miércoles que más de 8600 personas fueron hospitalizadas por COVID en el estado, más del doble que a inicios de diciembre.

En una ciudad donde más de 25.000 personas han fallecido a causa del virus, los peligros potenciales de que haya más contagios son claros. Una mayoría abrumadora de los negocios de la ciudad han cumplido con las normativas, incluso los propietarios de algunos lugares acusados de violar las reglas reconocen que los bares y restaurantes representan un riesgo alto de transmisión.

“Yo no tenía problemas con las reglas”, afirmó Kristian Kane, el propietario de un bar en Brooklyn donde los investigadores dijeron que encontraron a personas que no mantenían una sana distancia.

Pero si bien una taberna en Staten Island, Mac’s Public House, ha recibido mucha atención por convertir el desafío a las normas en un punto de convergencia política, los propietarios de otros establecimientos que fueron sorprendidos violando las normas dijeron que sus objetivos estaban lejos de ser ideológicos. Más bien, explicaron que estaban luchando contra la dificultad de mantenerse a flote durante la pandemia porque el apoyo a la afectada industria de la hospitalidad ha sido casi inexistente.

Varios dijeron que casi no tenían ningún ingreso, que lidiaban con dificultades para comprender cómo y cuándo las reglas cambiaban y que era difícil persuadir a los pocos clientes que aún llegaban de usar mascarillas o mantener una sana distancia.

Conforme avanza el invierno, se encuentran en una situación aún más precaria, pues en la ciudad está prohibido que los restaurantes sirvan alimentos en espacios cerrados y hacerlo al aire libre es más complicado con las temperaturas bajas.

Jose Chiqui, dueño de El Chicanito, un bar y restaurante en el sur del Bronx, ha sido acusado por la Autoridad de Licores del estado en tres ocasiones por violar las normativas de la pandemia. En diciembre, los oficiales inspeccionaron el bar justo antes de la 1:00 a. m. y lo encontraron abierto en violación del toque de queda de las 10:00 p. m. que Cuomo había impuesto ante el aumento de contagios y hospitalizaciones.

Chiqui no negó haber incumplido las reglas. Pero afirma que cerrar antes de las 10:00 p. m. sería devastador para su negocio.

“Nuestra clientela es latina, mexicana, trabajan en el centro de Manhattan”, dijo. “Para cuando llegan acá, deberíamos estar cerrados”.

Chiqui dijo que las multas de las violaciones anteriores fueron de 10.000 dólares y añadió que tuvo que cerrar su negocio para siempre luego de recibir estos últimos cargos legales.

“No tiene sentido estar en el sector si el municipio te sanciona con multas”, dijo.

Las nuevas reglas sobre cómo y cuándo los bares y restaurantes pueden operar también han hecho que las fuerzas del orden busquen con mayor agresividad hacer cumplir la ley.

La Autoridad de Licores estatal, la fuerza impulsora de la aplicación de la ley en todo el estado, normalmente cuenta con unos 30 investigadores, pero este año, al reclutar personal de otros departamentos, la fuerza de investigación es de casi 200 elementos, dijeron los funcionarios de la autoridad de licores. Hasta diciembre, la autoridad de licores había suspendido 279 licencias este año, en comparación con las 29 del año pasado.

“Estamos haciendo cumplir la ley de una manera más proactiva”, dijo Sharif Kabir, subcomisionado ejecutivo de la autoridad.

A medida que avanza el invierno, las autoridades anticipan que las medidas enérgicas continuarán en medio de una prohibición de servir alimentos y bebidas en espacios cerrados. Los funcionarios estatales, al reconocer que estas prohibiciones implementadas al inicio de la pandemia no eliminaron las violaciones, se preparan para la posibilidad de que hacer cumplir la ley sea todavía más difícil.

“El clima frío podría motivar más a los poseedores de licencias a infringir la ley y complacer a quienes quieren comer y beber afuera, violando las disposiciones estatales en materia de salud pública”, dijo Gary Meyerhoff, abogado general de la Autoridad de Licores del estado.

Andrew Rigie, director ejecutivo de la Alianza de Hospitalidad de la Ciudad de Nueva York, dijo que las violaciones pueden ser sancionadas con multas de hasta 50.000 dólares, las cuales a veces plantean importantes problemas financieros para los bares y restaurantes.

“Se escuchan historias de dueños de restaurantes que no pueden dormir por la noche debido a las inspecciones”, dijo. “Sienten que se esfuerzan por cumplir con innumerables requisitos en una situación imposible y los inspectores solo están esperando para atraparlos”.

Meyerhoff dijo que los negocios que han estado operando desde marzo “deberían saber dónde encontrar la información que necesitan sobre cómo operar”.

“No sé si podemos decir algo además de que tenemos el deber de hacer cumplir la ley”, dijo.

En el C. J.’s Bar de Queens, al que le han suspendido la licencia de licores dos veces este año, Bobby Abru, empleado y novio de la propietaria, dijo que esta tuvo que pagar una multa de 35.000 dólares para recuperar su licencia. Dijo que las autoridades los eligieron como víctimas después de que vieran a dos o tres personas salir sin mascarilla.

“Puedo entender si estaban entrando, pero estaban saliendo; ¿qué se supone que debemos hacer? ¿Perseguirlos?”, expresó.

En Déjà Vu, un bar deportivo en Staten Island, los investigadores del estado dijeron que encontraron que el bar estaba abierto alrededor de las 12:15 a. m. con 40 personas adentro, mucho más del aforo permitido, y la cortina de la entrada se había bajado “en un esfuerzo para que pareciera cerrada”. Su licencia de licor fue suspendida.

José Luis Juárez, de 43 años y propietario del bar, reconoció que había más gente adentro de lo que permitían las regulaciones, pero sostuvo que el número era 28, no 40. Dijo que había bajado la puerta para indicar a los clientes que estaban adentro que el negocio estaba cerrado y debían salir.

Los clientes no se sentían cómodos siguiendo las reglas de distanciamiento social y uso de mascarilla, lo que le dificultaba al restaurador la aplicación de las reglas y le obligaba a pensar en si debía expulsar a los clientes que estaban consumiendo en el local y cómo hacerlo, porque apenas mantenía su negocio a flote.

Juárez dijo que había mucho en juego porque antes de la pandemia, sacaba de 10.000 a 12.000 dólares cada semana. Cuando empezó a ofrecer comidas al aire libre, ganó menos de la mitad de eso. Incluso antes de que se cerrara el comedor en interiores, no podía cubrir el alquiler y otras facturas con una capacidad limitada, sobre todo cuando la gente empezó a evitar sentarse afuera.
Juárez, que todavía le debe a su casero tres meses de alquiler de cuando estuvo sin trabajo en la primavera, cerró su negocio de manera indefinida. Dijo que la posibilidad de reabrir dependerá del monto de la multa que le impongan las autoridades.

La Autoridad de Licores del estado puede imponer diferentes niveles de sanciones, que van desde una advertencia hasta la suspensión de una licencia de licores.

Sin embargo, algunos negocios dicen que las reglas de la pandemia no se están aplicando correctamente.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company