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Bélgica se plantea qué hacer con los símbolos coloniales

Bruselas, 11 feb (EFE).- Junto a una anodina rotonda de Bruselas reposa desde hace 59 años una estatua de bronce que últimamente genera debate: un negro congolés en taparrabos que apunta al vacío con un arco.

¿Reproduce un cliché racista? ¿Hay que contextualizar la obra? ¿Es un legado histórico o propaganda colonial belga? ¿Hay que derribarla? ¿Llevarla a un museo? ¿Dejarla como está?

La encorvada efigie expuesta sobre una peana de piedra se titula "Tirador con arco" y es obra de Arthur Dupagne (1985-1961), un escultor que trabajó durante ocho años como ingeniero en una mina de diamantes en el Congo belga, donde se interesó por la etnia chokwe.

Su arquero africano pasará un examen ciudadano, como otros restos del pasado colonial belga diseminados por el espacio público de la comuna bruselense de Etterbeek, en la que están ubicadas las sedes de las instituciones de la Unión Europea.

Veinte vecinos voluntarios y no remunerados han sido elegidos por sorteo para participar -junto a 10 cargos electos municipales y dos expertos en historia- en una reflexión sobre el devenir de los vestigios coloniales de Etterbeek.

"El espacio público es inclusivo y hoy no lo concebimos como pudimos hacerlo hace cien años, así que algunos de esos elementos que hoy generan debate, molestan o son celebrados, porque caben todas las reacciones, quizá cien años después sea interesante ponerlos en cuestión y debatir qué hacer", relata a Efe Chantal Kesteloot.

La doctora en historia contemporánea se explica poco antes de la primera de las reuniones de una comisión en la que los vecinos darán su opinión sobre "el mantenimiento de los testimonios de la historia colonial, su contextualización o su modificación", según la convocatoria.

Ciudadanos, expertos y políticos se reunirán media docena de veces a lo largo del año y luego presentarán al consistorio sus recomendaciones.

"Quiero escuchar lo que se va a decir pero mi opinión, a priori, es que no hay que demolerlo todo. Si borramos las huellas del pasado, las generaciones jóvenes no sabrán nada", dice una profesora de francés retirada, en contra de la "cultura de la cancelación".

Hablarán sobre la calle Baron-Dhanis, en honor al vicegobernador del Congo; la calle Général Fivé, inspector del Estado belga en la antigua colonia; la calle de los Padres Blancos, tributo a los misioneros en África; o la plaza de Léopoldville, nombre de Kinshasa entre 1881 y 1960, cuando la excolonia conocida hoy como República Democrática del Congo obtuvo su independencia.

Aunque novedosa y experimental, la iniciativa municipal debe entenderse como parte de un proceso de revisión que se inició en Bélgica hace una década. Surgió del impulso de activistas afrodescendientes, fue reivindicado por la ONU y volvió a coger fuerza con el movimiento antirracista estadounidense "Black Lives Matter" (Las vidas negras importan).

EL CONGO BELGA

En la Conferencia de Berlín de 1885 donde las naciones europeas pactaron el reparto de África, el Congo fue declarado propiedad privada del Rey Leopoldo II (1835-1909).

El monarca lo administró hasta 1908, cuando pasó a ser una colonia de Bélgica para, décadas después, obtener su independencia en 1960. Bajo el mandato de Leopoldo II se produjo una explotación masiva de los recursos naturales del Congo para la que se utilizó en condiciones de esclavitud a la población autóctona.

Se aplicó un régimen de terror con asesinatos en masa en el que fueron comunes los castigos atroces, en particular la mutilación de las manos. No hay cifras exactas, pero se calcula que murieron entre cinco y diez millones de personas.

Un siglo después, Bélgica ha avanzado en el complejo proceso de mirar al pasado con ojos nuevos. Se ha sumado hasta el rey Felipe de los belgas, pariente de Leopoldo II cuyo retrato oficial observa el claustro de la reunión municipal de Etterbeek.

El actual monarca reconoció en 2020, por primera vez, la "violencia y crueldad" ejercidas en el Congo durante el reinado de Leopoldo II, en una carta enviada al primer ministro de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, por el sesenta aniversario de la independencia de 1960.

La estatua del arquero de Dupange -cuyas piezas se pueden ver también en las calles de Kinshasa- se instaló en Bruselas dos años después, en 1962. Ha recibido críticas entre quienes lo consideran propaganda colonial que perpetúa estereotipos racistas pero también hay quienes la consideran una obra hermosa y respetuosa.

"He oído decir que hay que llevar las estatuas a los museos. Para mí no es el sitio donde ponerlas porque si a alguien no le gusta ir al museo nunca van a ver esas estatuas, que son parte del patrimonio y algunas son muy bellas", comenta Tatiana Roy, médica de padres haitianos, nacida en Madrid, crecida en África central y residente en Bruselas.

Sea cual sea el resultado, el debate es positivo porque sirve para transmitir "conocimientos científicos" sobre un período que "la enseñanza no ha tenido suficientemente en cuenta durante años", dice Romain Landmeters, que participa como experto en historia de la colonización y la descolonización.

"El objetivo es encontrar una forma de convivir", resume la consejera municipal afrodescendiente Gisèle Mandaila.

Por Javier Albisu

(c) Agencia EFE