La paradoja de publicar más ciencia que nunca mientras los avances se ralentizan

Revista de divulgación científica estadounidense de los años 20 del siglo pasado. (Imagen Creative Commons vista en Flickr de James Vaughan).
Revista de divulgación científica estadounidense de los años 20 del siglo pasado. (Imagen Creative Commons vista en Flickr de James Vaughan).

Cuando yo era un joven estudiante de informática en la universidad, los alumnos asistíamos alucinados a la constante mejora y avances en el campo de los procesadores. Asistíamos en directo a la célebre ley de Moore, que expresaba que cada dos años el rendimiento de los procesadores se duplicaba, a pesar de mantener un tamaño similar. Dicha ley - en realidad una norma no escrita - comenzó a observarse en 1965, y fue posible gracias a los logros tecnológicos en miniaturización. A día de hoy, sigue cumpliéndose, aunque hace unos años escuché decir al fundador de Intel (y a la sazón el hombre que da nombre a dicha ley) que a partir de 2023 ese ritmo de crecimiento no podría mantenerse.

Con la literatura científica podríamos decir que ocurre algo similar, ya que la producción de ciencia global (expresada en número de trabajos publicados) se duplica cada década. Y al contrario de lo afirmado por Gordon Moore sobre el hipotético y próximo fin de la norma que lleva su nombre, en lo referente al ingente volumen de estudios científicos no parece que se aprecien tendencias desaceleradoras.

Sin embargo, una noticia aparentemente esperanzadora, como es el constante crecimiento de la producción científica, se enfrenta a un problema del que resulta imposible abstraerse: el grado de innovación parece estar estancándose. ¡Esta es la paradoja de la ciencia contemporánea!

Si os preguntáis cómo es posible este aparente contrasentido, deberéis buscar la respuesta en la “humanidad” de los científicos, sometidos a una siempre creciente presión por mantenerse al día, motivada principalmente por la velocidad y cantidad de publicaciones. ¿Resultado? Las ideas innovadoras con potencial de transformar nuestra sociedad pueden estar pasando desapercibidas.

Pensado bien, si un científico novel comprueba que en este o aquel campo, existe una avalancha de trabajos, en el fondo recibe una motivación para emprender ese camino y no salirse de la pista segura. Esto, puede inducir a que algunos trabajos realmente vanguardistas puedan quedar arrinconados por alejarse del canon.

Al menos esta desalentadora conclusión es la que emerge después de un análisis sobre el tema, recientemente publicado en PNAS, elaborado por dos científicos que trabajan en el estado de Illinois, Johan Chu (Universidad Northwestern) y James Evans (Universidad de Chicago). Para el trabajo, ambos autores analizaron más de 90 millones de estudios (publicados en 10 campos científicos relevantes), que en su conjunto recibieron casi 1.800 millones de citas entre 1960 y 2014.

El trabajo de Chu y Evans detectó evidencias de una creciente desigualdad a la hora de las citas, siendo los estudios publicados en las las revistas con mayor índice de impacto las que se llevaban el gato al agua más a menudo. Por poner un ejemplo de esta desproporción, veamos lo que sucede en el campo de la ingeniería eléctrica. Hace unas décadas, cuando se publicaban una media de 10.000 artículos anuales de esta temática, el 1% de los artículos más citados se llevaba el 9% de las reseñas, mientras que el 50% menos citado del total de trabajos, acumulaba en su conjunto el 44% de las citas. A día de hoy, cuando se publican 10 veces más artículos que entonces (unos 100.000 al año) la desproporción ha aumentado, llevándose el 1% de los trabajos “top” el 17% de las citas, y descendiendo las citaciones a los trabajos que ocupan la mitad inferior del total de la lista a solo el 20%.

Estas proporciones eran mayores en los campos científicos más activos o “grandes” mientras que los más "pequeños" mostraban una desigualdad menor. De hecho, en las áreas científicas “grandes”, los trabajos más citados se basaban en otros que a su vez también habían recibido muchas citas anteriormente. En las disciplinas pequeñas, en cambio, era más normal encontrar trabajos realmente innovadores y disruptivos.

Obviamente esto es un problema, porque existe la posibilidad de que un trabajo que suponga una contribución potencialmente importante en cierto campo no consiga ganar la atención necesaria, lo cual obstaculiza sin duda alguna el progreso. ¿Cómo solucionarlo? Si habías pensado en cerrar las revistas que menor índice de impacto tienen, o aumentar las barreras de entrada en las que más alto puntúan, la respuesta es equivocada. No solo sería poco ético sino contraproducente, ya que en el entorno académico actual se exige a los científicos que publiquen para avanzar en su carrera profesional.

Toca encontrar una forma de equilibrar las estructuras de control, edición, diseminación y recompensa de trabajos de forma que se fomente la erudición “rompedora” y se consiga que la atención se centre en las ideas verdaderamente novedosas. Tal vez como primer paso, se podría exigir a las revistas más prestigiosas que dediquen páginas a trabajos más arriesgados, y que se alejen más del canon prestablecido.

De no encontrar solución, podríamos terminar alcanzando un estado en el las ideas capaces de cambiar nuestro mundo “murieran” antes de nacer sepultadas por mares de estudios tan citados como irrelevantes. Crucemos los dedos para que el nuevo Einstein no acabe apartado, desmotivado y olvidado, en una rama muerta de la estricta jerarquía de publicaciones.

Me enteré leyendo Zmescience.com