Sin autopsias ni tomografías: el difícil trabajo de un médico argentino en Bangladesh

El audio se corta. El video es imposible. Hablar con Juan no es fácil. Porque está en Bangladesh, a casi 17 mil kilómetros, a diez husos horarios, pegado a la India, por debajo de China, en una zona en que viven más de un millón de personas. Por las lluvias, por el tránsito, por las voces que se oyen detrás. Y por lo que dice. En Buenos Aires son las 11 de la mañana pero allí es la noche y el momento del rezo. Hay autos. Hay tuctucs. Y Juan, en medio del barullo, desde su cuarto, junto a una ventana que da a la calle, asegura que esto es lo que le da sentido a lo demás.

Juan se llama Juan Carlos Martínez, le dicen Juanchi, tiene 33 años y es parte de Médicos Sin Fronteras (MSF), una organización sin fines de lucro que ayuda a víctimas de desastres naturales o humanos y conflictos armados. Está allí para hacer lo que antes hizo en Angola, Guinea Bissau, Etiopía: asistir, curar, escuchar. Mostrar lo que no se ve. La discriminación, la violencia, la falta, el olvido. Por eso es difícil hablar con Juan. Por lo que cuenta. Por lo que vive.

Nació en la ciudad de Buenos Aires, a los 11 años se mudó a Brasil por el trabajo de su padre, allí estuvo dos años y al regresar terminó la secundaria. Tiene un hermano dos años menor y una hermana más chica. Dice que siempre supo que quería ser médico. Estudió en la Universidad de Buenos Aires, hizo la residencia en pediatría en el Hospital Materno Infantil de San Isidro y trabajó en el Garrahan y en el Gutiérrez. Dice que entonces se empezó a inclinar por el sector humanitario.

"A medida que avanzaba en la carrera me fui interesando por conocer otras culturas, por trabajar de otras maneras. Y también comencé a interiorizarme por las poblaciones olvidadas", asegura.

Asia no fue su primer plan. Antes pasó varios meses en Jujuy, en un proyecto de atención a la salud de sectores vulnerables. Cada quince días se subía a un auto y manejaba hasta los cuatro mil metros de altura y buscaba gente para brindar atención médica.

A MSF ingresó hace tres años. Bangladesh es su quinto destino. Desde allí, desde el hospital de madres e hijos en Cox's Bazar, habla ahora. Llegó hace casi cuatro meses porque desde 2016 los rohingyas, un pueblo de mayoría musulmana, comenzaron a instalarse de forma masiva en esa zona ante la persecución del Ejército de Myanmar. Ahora ya son más de un millón los refugiados y todos viven en malas condiciones, en casa precarias, de bambú, superpobladas, que se inundan, con mucha mugre y poca agua.

Juan se levanta a las 7 de la mañana y a las 8 ya está en el hospital. Su casa no queda lejos de su trabajo. Sin embargo el tiempo que tarda no depende de la distancia sino del clima. Si llueve, y en Bangladesh llueve casi todos los días, la ruta va de transitable a insoportable. Si llueve poco, recorrer en auto las cuadras sin veredas y llenas de basura es un viaje de quince minutos. Si llueve mucho, de una hora y media. Siempre se inunda.

Juan duerme en un cuarto que no comparte. Convive con otros catorce médicos de diferentes nacionalidades. "Esta casa está muy bien armada. Compartimos baño con una o dos personas. Estuve en otros lugares mucho peores. Acá abrís la canilla y sale agua pero en Etiopía teníamos un balde y nos lavábamos los dientes ahí. Los baños no tenían agua, el espacio de la ducha era otro balde. Agua caliente no tuve nunca, por suerte acá hace calor. En otros lugares debíamos calentar agua en una olla para ducharnos".

-¿Cómo es el trabajo?

-Es poco habitual, muy demandante, es rápido, estresante, tiene muchas responsabilidades. Pero creo que ingresé por esto. Quería contribuir con la sociedad ante algo que no es justo. Quizá la parte académica no sea la más importante pero se aprende mucho en lugares extremos. Se conocen otras formas de pensar, de trabajar, de vincularse.

-¿Qué dificultades enfrentan?

-Es complicado explicar la responsabilidad de tratar un paciente. De eso depende la vida de otro. Hay angustia y está ligada a la impotencia, a la falta de recursos, a las estructuras, al país, a la región. Muchas veces no podemos hacer nada para cambiar lo que pasa. Yo intento hacer el mejor trabajo que puedo. Trato de dar lo mejor pero lo mejor varía. Asumo mi responsabilidad de mantenerme actualizado, pero acá, por ejemplo, no tenemos radiografías o tomografías y eso genera frustración. Provoca que no podamos saber lo que tiene o puede llegar a tener un paciente.

-¿Cuáles son los problemas de salud que afectan a los refugiados?

-Dependen de la temporada. Son enfermedades respiratorias, de la piel, infecciones, diarreas. Puede también haber malaria, dengue, sarampión, todo relacionado a cómo viven. En campamentos, en casas hechas de material o chapa o plástico, sin piso. En condiciones de hacinamiento, lo que genera enfermedades transmisibles por mosquitos y contagios. Y en cuanto a la maternidad y la neonatología, al tratarse de una población desplazada, no cuentan con vacunas o tuvieron partos en sus casas y a veces eso genera complicaciones serias en bebés y en madres.

Es complicado explicar la responsabilidad de tratar un paciente. De eso depende la vida de otro. Muchas veces no podemos hacer nada para cambiar lo que pasa

Cuando no trabaja, aunque trabaja de domingo a jueves y casi siempre los sábados, a Juan le gusta escuchar música, ver películas, leer. Cuenta que hay días en que va a un local que queda a una hora y media para tomar un café pero que lo hace poco porque queda a una hora y media. También, que cuando puede sale a caminar solo pero que en Bangladesh mucho no puede porque no hay qué hacer. Sobre la comida asegura que hay mucha papa, mucho tomate, mucho arroz, mucha fruta, poca carne, poco pollo, poco queso. Y sobre cómo funciona la organización, dice que MSF en general tiene recursos para medicamentos y suplementos, que todo lo ofrece de forma gratuita y que con las donaciones compra lo que falta. Aunque a veces nada sea suficiente. Juan explica que en todas las misiones de las que participó la mortalidad es alta.

-¿Te acostumbraste a lidiar con la muerte?

En mis cuatro años de carrera debo haber visto de forma activa menos de diez muertes pero cuando empecé en Guinea había una mortalidad de uno o dos por día, que en seis meses significaban trescientos. Es duro afrontar las muertes, entender por qué pasaron. La acumulación genera pena. Acá en Bangladesh la mortalidad no es tan alta, hay semanas en que no fallece nadie y días en que mueren tres pacientes en una hora. El dolor está condicionado al volumen. Trabajamos para hacer lo imposible y muchas veces mueren igual y no sabemos por qué. No tener una respuesta definitiva es difícil. Eso es lo que más tristeza me genera. No hay autopsia ni forma de investigar. Y la muerte siempre te hace pensar.

La crisis

Los rohingyas son en su mayoría musulmanes y viven desde hace años en huida permanente. ¿Por qué? Los especialistas afirman que son víctimas de una discriminación institucionalizada. "No tengo dudas de que siempre han sido las personas más discriminadas del mundo, sin ningún reconocimiento, ni siquiera de los derechos más básicos", declaró en 2018 desde Cox's Bazar el secretario general de la ONU, António Guterres. Son descendientes de comerciantes árabes y fueron mano de obra clave del imperio británico. En 1942 se enemistaron con los budistas de Myanmar y desde 1982 no tienen derecho a casarse, a viajar sin permiso o a tener propiedades a su nombre.

"La llegada de los rohingyas se da dentro de la colonización del imperio inglés en el siglo XIX. Pero aunque asentados en Bangladesh, todavía no hay una solicitud de asilo, rasgo básico para ser considerados refugiados. Además ni Myanmar ni Bangladesh firmaron la Convención sobre el Estatus de Refugiado de las Naciones Unidas de 1951. Por eso están en un vacío legal", explica a LA NACION Ezequiel Ramoneda, miembro del CARI y coordinador del Centro de Estudios del Sudeste Asiático de la Universidad Nacional de La Plata.

En octubre de 2016, la persecución que parecía habitual se recrudeció a causa de una serie de ataques a comisarías perpetrados por el Ejército de Salvación Rohingya de Arakán. Así empezaron a ser, de nuevo, capturados, golpeados, torturados, asesinados, incendiados, aislados. Para Ramoneda, la crisis hay que entenderla en el contexto de un Estado, liderado por la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi (cuya figura está en jaque por esta persecución), "con una democracia frágil y un poder central débil, con diversos conflictos interétnicos, donde los militares siguen en control".

Es ahí, entre la ausencia de leyes, faltas de derechos, golpes, marcas y enfermedades, que está Juan. Habla con los pacientes. Chequea si hay enfermos críticos. Informa sobre tratamientos. Conversa con los familiares. Intenta curar. Desde ahí, él asegura que esto es lo que le da sentido a lo demás.