Así son los centros secretos de tortura de Sudán, los lugares a los que el Gobierno lleva a los manifestantes

El procedimiento se repite a diario desde hace casi dos meses en Sudán: comandos que amenazan, golpean, detienen y se llevan a los manifestantes a centros secretos en los que normalmente son torturados. Aunque no se conoce con detalle lo que ocurre dentro de esos lugares, una investigación de la BBC ha revelado la espiral de violencia y represión que en las últimas semanas está viviendo un país bajo la dictadura de Omar al Bashir desde hace 30 años.

Las imágenes, tomadas por activistas, muestran cómo estos grupos, aliados de las fuerzas de seguridad, no solo se han dedicado a reprimir las protestas, sino que han ido varios pasos más allá. BBC relata que normalmente son escuadrones de seis miembros, que ocultan su identidad y van armados en vehículos con la matrícula oculta, que se dedican a dispersar a los manifestantes haciendo uso de la violencia y disparando contra ellos. Normalmente eligen varios objetivos (en la calle o en sus propias casas) a los que cogen, les montan en sus coches y les hacen desaparecer.

Protestas contra el Gobierno en Jartum (REUTERS/Stringer)
Protestas contra el Gobierno en Jartum (REUTERS/Stringer)

Nadie sabe dónde terminan estas personas, pero sí se ha documentado que algunas de ellas acaban en centros de detención cuya ubicación es desconocida (popularmente conocidos como casas fantasma debido a que se oyen los gritos de los prisioneros) en los que son sometidos a distintos tipos de violencia: manos rotas, agresiones e incluso el ingreso en ‘La Nevera’. Algunos supervivientes han señalado que este último lugar está compuesto de una serie de celdas en las que el frío es usado como instrumento de tortura, dejando a los detenidos allí durante muchas horas. Cuentan que permanecer allí es el peor castigo.

Son las últimas revelaciones de unas protestas que están a punto de cumplir dos meses y que comenzaron a mediados de diciembre por el encarecimiento del precio del pan, un alimento básico para la sociedad sudanesa. Las manifestaciones empezaron en ciudades más pequeñas del país y rápidamente se extendieron hasta llegar a la capital, estando presentes hoy en día en gran parte del estado. Desde sus primeros días, los ciudadanos que pacíficamente salieron a las calles exigieron la dimisión del presidente Bashir, reclamado por el Tribunal Penal Internacional desde hace años por genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Darfur, una región al oeste del país.

La respuesta gubernamental fue la represión, desplegando al Ejército y a la Policía en las calles y decretando el toque de queda en distintas ciudades del país. Al menos 50 personas han sido asesinadas y hay centenares de detenidos, aunque las cifras podrían ser muy superiores ante la dificultad de contrastar los números por la opacidad del Ejecutivo.

Organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch han criticado la “violencia despiadada” que ha empleado Bashir contra los manifestantes, la mayoría de ellos profesores, médicos, periodistas, abogados o estudiantes. HRW ha publicado vídeos en los que se ve a las fuerzas de seguridad golpeando a las personas e incluso arrollándolas con los vehículos. También se aprecian distintos sujetos con heridas de bala, el uso de gases lacrimógenos de forma arbitraria y ataques a hospitales y personal sanitario.

Omar al-Bashir, presidente de Sudán desde 1989 (REUTERS/Mohamed Nureldin Abdallah/File Photo).
Omar al-Bashir, presidente de Sudán desde 1989 (REUTERS/Mohamed Nureldin Abdallah/File Photo).

Las continuas violaciones de los derechos humanos en el país, reportadas por diversas organizaciones internacionales, y la falta de rendición de cuentas han fomentado que los abusos continúen en el país de forma impune. A pesar de todo los manifestantes no parecen dispuestos a rendirse y siguen arriesgando su vida para intentar forzar la caída del régimen.

Así, las manifestaciones ya llevan casi dos meses y son las más grandes y multitudinarias desde la llegada al poder de Bashir en 1989, según desvela Amnistía Internacional. Ya después de las Primaveras Árabes hubo un pequeño levantamiento en el país que fue rápidamente sofocado, pero ahora las cosas pueden ser diferentes.

No es la primera vez que Bashir utiliza la violencia contra su pueblo. De hecho Sudán ocupa el puesto 155 en el Índice de Democracia 2018 elaborado por The Economist y saca una puntuación de 2,15 (sobre 10). El informe califica al Estado como autoritario y señala que no hay pluralismo y que las libertades civiles son prácticamente nulas.

Desde hace años el país vive una profunda crisis económica que se ha traducido en una inflación que supera el 70%. Además, Sudán ha pasado de ser un gran exportador de productos agrícolas a sufrir una fuerte dependencia del exterior. En el año 2011 perdió un 75% de sus reservas petrolíferas tras la independencia de Sudán del Sur, un conflicto que había durado décadas y por el que se produjeron dos guerras civiles en las que la violencia estuvo muy presente.

También ha habido mucha represión sobre la región de Darfur, en la zona occidental del país. El largo enfrentamiento ha dejado más de 300.000 muertos y más de 2,4 millones de desplazados. Una vez más, la comunidad internacional guardó silencio, tal y como revela el antiguo representante de Naciones Unidas Mukesh Kapila en su libro Objetivo Darfur. En esta obra, documenta las violaciones de derechos humanos sobre la población de Darfur y muestra la nula implicación de la ONU para evitar estas matanzas.

Sudán vuelve a vivir un nuevo episodio de violencia en el país. Está por ver si es el último que comete Bashir o si por el contrario su Gobierno es capaz de resistir a la insistencia de los manifestantes en su marcha.