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Así les enseñaban a los jefes a tratar a las empleadas en los años 40

En los años 40 la industria necesitaba más mano de obra y fue a buscarla entre las mujeres, a las que alentó para que se incorporasen a un mercado laboral que las necesitaba en plena Guerra Mundial. Para hacer frente al desembarco femenino, la empresa RCA elaboró una guía dirigida a sus supervisores -todos hombres, por supuesto- en la que les daba una serie de directrices sobre cómo debían tratar a sus empleadas femeninas. El folleto, rescatado por boredpanda.com, no tiene desperdició alguno.

Verla con los ojos de la época resulta complicado. Más aún tras haber vivido un movimiento tan reciente y revolucionario como el #MeToo y con las reivindicaciones del feminismo en auge. Pero la idea que se desprende de las hojas compartidas en dicha web es que quien redactó la guía tenía la imagen de que las mujeres son seres frágiles, sin sentido del humor y con la piel muy fina, como suele decirse habitualmente.

Títulada When You Supervise A Woman (Cuando usted supervisa a una mujer), el texto consta de varios apartados en la que se dan un número considerable de consejos sobre cómo trabajar con mujeres. Lo primero que debe comentarse es que muchas de las cosas que se dicen son de sentido común y que deberían aplicarse a cualquier trabajador, independientemente de su género. De hecho, si se cambia ‘mujer’ por ‘empleado’, el consejo funciona igual.

En ese apartado entrarían directrices como darle un trabajo acorde a sus estudios, preparación y capacidades o no cambiar los turnos de trabajo sin previo aviso. Tiene todo el sentido del mundo. Como, siendo supervisor, encargarse de que el lugar de trabajo sea “confortable, seguro y conveniente”. Sin embargo, existen algunas apreciaciones que hoy en día resultan más que cuestionables y despiertan dudas.

En este sentido, surgen preguntas como ¿qué se quiere decir con promover una supervisión “amable y cuidadosa”? ¿Por qué hay que evitar “bromas y payasadas”? ¿Es que no tienen sentido del humor las mujeres? Hay más consideraciones que contribuyen a hacerse una idea de cómo las mujeres eran vistas como seres demasiado sensibles para hablarles como al resto.

Debían pensar que si les reprendía por no hacer bien su trabajo se iban a echar a llorar o que necesitaban un refuerzo positivo continuo. Sino no se entienden consejos como “sugerir en lugar de reprender” o “escucha sus problemas y díselo cuando lo haga bien”. ¿No debería ser algo generalizado? ¿Por qué solo con las mujeres? Problablemente porque los hombres eran tipos duros que no necesitaban palmaditas en la espalda.

Lo de asegurarse de que saben dónde están los baños o el lugar habilitado para comer durante la hora del almuerzo suena amable. De hecho, es algo que debería hacerse con cada nuevo empleado. Lo que llama la atención por lo absurdo que resulta es que se incluyan apreciaciones como que se aseguren de que los baños estén limpios. ¿Qué se quiere decir con eso? ¿Que a los hombres les da igual que el baño esté hecho un asco?

Otras indicaciones que se dan es poner música en los periodos de trabajo más cansados, que la luz, los asientos y la ventilación sean buenos, que tengan acceso a agua limpia y fresca… No se entiende bien, quizá porque han pasado casi 80 años, por qué todo esto es necesario para las mujeres y si con eso se está diciendo que en el caso de los trabajadores hombres no había nada de esto.

Además, en las imágenes de mujeres trabajando en lo que claramente es una fábrica, la guía destaca las bondades de este género para incorporarse a la plantilla y ensalza el hecho de que sean “educables (en el sentido de que aprenden), pacientes, cuidadosas y cooperativas”.

Probablemente en su día, en los cuarenta, esta guía fue recibida como una iniciativa digna de aplauso por querer facilitar a la mujer la incorporación al mundo laboral y hacerle la transición más agradable y sencilla. Sin embargo, con pasado el tiempo, lo que demuestra no es otra cosa que la imagen equivocada de ser indefenso, frágil y delicado que se tenía de ellas.