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El asesinato de George Floyd impulsa un gran debate sobre el pasado esclavista de Francia

Karfa Diallo encabeza un recorrido por sitios relacionados con el tráfico trasatlántico de esclavos en Burdeos, Francia, el 18 de junio de 2020. (Andrea Mantovani/The New York Times)
Karfa Diallo encabeza un recorrido por sitios relacionados con el tráfico trasatlántico de esclavos en Burdeos, Francia, el 18 de junio de 2020. (Andrea Mantovani/The New York Times)
La Place de la Bourse en Burdeos, Francia, donde hay rostros africanos esculpidos que miran hacia abajo desde grandiosas construcciones de piedra, el 18 de junio de 2020. (Andrea Mantovani/The New York Times)
La Place de la Bourse en Burdeos, Francia, donde hay rostros africanos esculpidos que miran hacia abajo desde grandiosas construcciones de piedra, el 18 de junio de 2020. (Andrea Mantovani/The New York Times)

BURDEOS, Francia — En un recodo del río, a lo largo de la orilla izquierda, se extiende una serie de majestuosas construcciones de piedra, cada una más imponente que la otra. Sus elegantes fachadas del siglo XVIII sirvieron para que la ciudad francesa de Burdeos, de por sí famosa por sus bodegas de vino, se convirtiera en Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

“Esta fachada es un patrimonio extraordinario y monumental, y una especie de metáfora escénica”, comentó Laurent Védrine, director del Museo de Aquitania. “Pero veamos detrás de la fachada de piedra: ¿de dónde provino esta riqueza?”.

Burdeos, a diferencia de la mayor parte de Francia, comenzó a indagar en ese tema hace más de una década. Y descubrió que sus grandiosas construcciones habían sido financiadas, de manera parcial, por el tráfico de esclavos. La esclavitud tocó sus monumentos y su arquitectura. Por lo tanto, la ciudad comenzó a abordar el pasado, pero, en vez de derribar los indicios de su horrible historia, ha puesto placas para reconocerla y explicarla.

Otras ciudades europeas con historias similares han preferido permanecer en silencio. No obstante, el asesinato de George Floyd a manos de un oficial de la policía de Minneapolis ha ampliado y fortalecido el debate en torno a la historia larga, brutal y lucrativa de Europa en África, lo cual ha sido enfatizado por el reciente derribo de las estatuas de diversos personajes de la época colonial.

En Francia, la construcción a nivel nacional de una narrativa y una identidad propia que la ubican como defensora revolucionaria de los derechos humanos universales ha eclipsado una prolongada historia de esclavitud y colonialismo.

Sin embargo, el pasado colonialista de Francia es un tema tan sensible como la esclavitud en Estados Unidos. Detrás de la refinada fachada de buena parte de Europa, la región turística más visitada del mundo, se esconde una riqueza generada por el tráfico trasatlántico de esclavos y la subsecuente colonización del continente africano.

Muchas décadas después de que la mayoría de las naciones africanas obtuvieron su independencia, todavía no se ha asimilado por completo esa historia, ni en Europa ni en África. Hay gente de origen africano atrapada en el silencio en Europa, donde un racismo imperecedero, el temor casi histérico a la inmigración y el fracaso de la integración de generaciones de migrantes no se pueden separar de ese pasado inconcluso.

“Es la incapacidad de esclarecer ese pasado lo que mantiene el racismo y la impunidad en la policía, o la impunidad de quienes toman las decisiones para otorgar empleos o viviendas con base en criterios físicos y niegan los derechos de los franceses que son negros o árabes”, opinó Karfa Diallo, de origen senegalés y fundador de Mémoires et Partages, una organización que ha presionado a la ciudad de Burdeos a reconocer su historia. “Nunca se ha dicho así de claro, pero es el meollo del asunto”.

Cuando los investigadores profundizaron su trabajo en Burdeos —más allá de los rostros africanos esculpidos que ven hacia abajo desde una construcción en la Place de la Bourse—, encontraron bitácoras, registros y pinturas que demostraron que esta ciudad francesa, ubicada en un recodo del río Garona, había florecido gracias al comercio basado en la esclavitud de seres humanos.

Los hombres de esta ciudad hicieron fortunas enviando barcos a África, donde los franceses intercambiaban productos por personas, a las que enviaban a las colonias caribeñas a través del Atlántico. Allí eran vendidas y obligadas a trabajar en plantaciones, produciendo bienes que tenían como destino final el puerto de Burdeos para venderse en toda Europa.

En 2009, el Museo de Aquitania montó una exposición permanente en la que detalló el papel de Burdeos en el comercio francés relacionado con la esclavitud. De 1672 a 1837, 180 dueños de barcos de Burdeos dirigieron 480 expediciones que transportaron hasta 150.000 africanos a las colonias francesas, lo que hizo que Burdeos se convirtiera en el puerto dedicado al tráfico de esclavos más importante de Francia después de Nantes.

El gobierno de la ciudad comenzó a reconocer físicamente esa historia en 2006, con una placa modesta en un muelle ubicado junto al río para conmemorar la historia de la esclavitud. A lo largo de los años, los recordatorios se han vuelto más prominentes y se han acercado a los lugares donde vive la gente. El año pasado, a la orilla del río, se erigió la estatua de Modeste Testas, una mujer esclava que fue comprada por dos hermanos de Burdeos.

Este mes, la ciudad instaló placas en cinco calles residenciales con nombres de hombres locales famosos que estuvieron involucrados en el tráfico trasatlántico de esclavos. Una placa, colocada en el muro de una casa de un piso en la calle Gramont, explica que Jacques-Barthélémy Gramont, quien fue alcalde de Burdeos, financió una expedición para vender esclavos en 1783 y dos más en 1803.

Marik Fetouh, un subalcalde, comentó que la ciudad siempre había creído que el pasado debía recordarse y explicarse, lo que contrasta con la cantidad cada vez mayor de personas que están presionando para derribar estatuas en Europa y Estados Unidos.

“Deshacerse de las estatuas no borrará los crímenes horribles que se cometieron”, señaló Fetouh. “No solo no se cambia la historia, sino que también se eliminan maneras de explicarla”.

Sin embargo, Diallo comentó que tanto Burdeos como Francia debían hacer más, en especial ante la ira que desató el asesinato de Floyd. Diallo mencionó que, aunque en términos políticos era poco realista considerar reparaciones económicas, creía que la idea era justa en términos morales: cuando Francia abolió la esclavitud en 1848, compensó a los esclavistas por sus pérdidas económicas. Según Diallo, eso sería poco; a él le gustaría que se renombrara toda una calle de la ciudad, pues lo consideraría un “símbolo contundente”.

Fetouh señaló que cambiar los nombres de las calles molesta a los residentes y que provocaría que la población se abriera menos a ver hacia el pasado. No obstante, por toda Europa hay ahora menos sentimientos favorables a la conservación del statu quo.

En Francia, muchos manifestantes se enfocaron en Jean-Baptiste Colbert, el estadista del siglo XVII cuya vida se sigue celebrando por su impacto duradero en la economía política de Francia, pero que también fue el autor del Code Noir, el decreto de 1685 que reguló la esclavitud en las colonias. El martes, un manifestante manchó con pintura roja una estatua de Colbert ubicada enfrente de la Asamblea Nacional y escribió “negrofobia de Estado” en su pedestal.

Jean-Marc Ayrault, un ex primer ministro que ahora es presidente de la Fundación para la Memoria de la Esclavitud, instó al gobierno a quitar el nombre de Colbert de los salones y las edificaciones importantes. La idea recibió un rechazo inmediato encabezada por el presidente Emmanuel Macron, quien durante un discurso a la nación señaló que Francia “no borrará ningún vestigio o nombre de su historia. La república no derribará ninguna estatua”.

Sin embargo, Francia —cuyo poder diplomático depende mucho de la influencia que sigue ejerciendo sobre sus antiguas colonias africanas— ha batallado más que otras naciones europeas para asimilar su pasado imperial.

Achille Mbembe, un experto camerunés en historia poscolonial y Francia, mencionó que un factor que dificulta esos esfuerzos es el hecho de que Francia se considera una nación defensora de valores universales como la igualdad y la libertad.

“No hay muchos países en el mundo que crean profundamente que están investidos con una misión universal”, comentó Mbembe, quien da clases en la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo. “Estados Unidos es uno y Francia es el otro”.

“Es la idea de una premisa universal que se basa en el concepto de que hay una sola raza humana”, agregó. “Pero los franceses confunden el horizonte con la realidad existente. Hay una brecha inmensa”.

Era fácil ignorar la brecha porque el tráfico de esclavos y el colonialismo se realizaban a una gran distancia del territorio francés en Europa, señaló Mbembe, quien añadió: “Siempre fue una especie de empresa en el extranjero”.

Los vínculos imperecederos entre Francia y sus antiguas colonias también siguen moldeando la perspectiva de los africanos francófonos, generaciones después de la independencia.

Migrantes africanos jóvenes y pobres siguen arriesgando la vida para cruzar el Sahara y el Mediterráneo con el fin de llegar a Francia, debido a su difusa pero intensa fuerza de atracción.

La élite de esos países tiene apartamentos en París y envía a sus hijos allá.

Diallo, el activista senegalés de Burdeos, dejó África hace un cuarto de siglo como un joven inspirado por las palabras de Léopold Senghor y Aimé Césaire. En Francia, construyó una vida en el recodo del río y siente que esa ciudad es suya.

“El deseo por Europa es más fuerte que el deseo por África”, opinó Diallo. “Incluso para nosotros, no está para nada ausente. Vinimos a estudiar aquí, y a final de cuentas nos quedamos. Nos volvimos franceses”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company