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Por qué todavía no se puede asegurar cuánto durará la inmunidad contra el Covid-19

Los expertos advierten que cualquier dato hoy existente respecto de cuánto durará la inmunidad de las vacunas se hace con modelos matemáticos
Los expertos advierten que cualquier dato hoy existente respecto de cuánto durará la inmunidad de las vacunas se hace con modelos matemáticos

Puede haber cálculos, estimaciones y hasta algunos ensayos con resultados positivos, pero certezas todavía no hay. Tanto la infección con el nuevo coronavirus como la vacunación generan algún tipo de inmunidad en las personas, que podría incluso durar años según estudios recientes. Sin embargo, aún no se han reunido los datos suficientes como para saber cuánto dura y qué tipo de refuerzos harán falta luego de completados los esquemas de vacunación ya aprobados (de una o dos dosis, según el caso).

Esto es así por tres razones: se trata de un virus nuevo, la respuesta inmunológica es compleja y tiene que ver con muchos factores (entre ellos, genes y otras infecciones); y, además, las variantes podrían dar sorpresas y “saltarse” en ciertos casos esa memoria inmunológica. Ese es el consenso que existe entre los científicos consultados respecto de qué puede esperarse en el país y el mundo tras un año y medio de la aparición del Sars-CoV2 y unos seis meses de aplicaciones masivas de vacunas.

Hasta ahora, las predicciones publicadas en revistas especializadas tienen que ver más que nada con abstracciones matemáticas y algoritmos que hacen cálculos en función de cómo decae el nivel de anticuerpos tras un par de meses de la infección o la vacunación; pero, enfatizan los expertos, se trata de abstracciones que muchas veces no reflejan la complejidad del mundo real. “Cualquier dato hoy existente respecto de cuánto durará la inmunidad de las vacunas se hace con modelos matemáticos que tienen muchas contras, y a esas evidencias hay que tomarlas con pinzas; en el mejor de los casos son evidencias modeladas”, señala Jerónimo Cello, un investigador argentino que trabaja en el Centro de Enfermedades Infecciosas de la Universidad Stony Brook, en los Estados Unidos.

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La semana pasada se dieron a conocer dos estudios, uno de ellos en la revista Nature, que dan indicios de que la inmunidad podría durar dos años, y que posiblemente los recuperados de la infección no necesiten refuerzos después de la primera (o primeras) dosis de vacunas. Sin embargo, aunque esperanzadores, también se trataría de resultados preliminares. “Hasta que no pasen dos años no vamos a saberlo con certeza. Las proyecciones tienen un margen de error muy grande”, plantea Julio Caramelo, investigador del Conicet en el Instituto Leloir.

“Y además hay que ver qué pasa con la memoria inmunológica más que con los anticuerpos. Los anticuerpos a los meses empiezan a bajar, la cuestión es si los linfocitos se mantienen”, agrega. Esto es así porque los anticuerpos son solo una de las posibles respuestas del cuerpo ante una infección. La otra, de linfocitos, es más compleja y cara de medir, añade (por eso los kits comerciales disponibles son siempre parciales).

Son dos tipos de defensa del cuerpo que interactúan, según explica Gabriel Rabinovich, investigador del Conicet, uno de los principales expertos en inmunología del país. “Los anticuerpos declinan rápidamente, pero es difícil de prever cómo, porque en cada individuo es diferente. La gente no tiene que asustarse si no tiene anticuerpos, porque seguramente va a tener memoria inmunológica de linfocitos T o B y ahí producirá anticuerpos cuando vuelva a enfrentarse con el virus”, explicó.

Según afirma Mirna Biglione, investigadora principal del Conicet y miembro de Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica, hay especulaciones respecto de que la inmunidad al Sars-CoV2 sería tan duradera como la de los coronavirus estacionales (que causan resfríos comunes), es decir, de un par de años.

“De todos modos, los ensayos clínicos de la vacuna del Covid no han acabado y quedan preguntas por responder: cuántos meses se mantienen los anticuerpos neutralizantes (los que impiden que el virus entre a las células), cuánto tiempo se mantendrá la memoria celular con los diferentes tipos de vacunas, y si será suficiente para proteger de las variantes de preocupación”, indica.

En definitiva, las dudas se resolverán más en el terreno epidemiológico y sanitario que en las mesadas y hojas de cálculo de los laboratorios, sobre todo si se tiene en cuenta el cambiante azote de las variantes (“cepas”) que podrían saltar algunas defensas inmunológicas generadas por las vacunas (aunque hay optimismo por cómo funcionan hasta ahora).

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“El correlato de inmunidad es difícil de establecer en modelos in vitro. No está estandarizado y hay apenas algunos avances. Y después los otros sesgos de la eficacia tienen que ver con la diferencias con las nuevas variantes que disminuye en algún porcentaje niveles de neutralización en la población. Eso es una limitante más de cualquier modelo”, dice Humberto Debat, investigador del INTA en Córdoba y miembro del Grupo País, que hace investigación genómica del nuevo coronavirus.

Debat agrega que en la Argentina hoy el 90% del virus que circula es de variantes del original de Wuhan que podrían impactar en la neutralización y por eso los resultados de lo que se vio en meses anteriores no son extrapolables. “En un trabajo danés se encontró que la inmunidad duraba ocho meses, pero ahora hay otro virus, es otra pandemia. Hay que juntar las cartas y dar de nuevo, hacer el seguimiento en otro contexto, con un virus que responde de manera distinta y está asociado a la evasión y al escape inmune que le da una vuelta de tuerca a cualquier presunción”, añade Debat.

También apunta a lo que sucede por estas semanas en Inglaterra, donde avanza una variante con origen en la India, que se “escapa” en un contexto con altísima vacunación como el británico. “Esto es un llamado de atención muy fuerte. Hay que ver si por eso hará falta un desarrollo nuevo de vacunas”, completa el científico.

Además de las investigaciones académicas, las empresas desarrolladoras de las vacunas hacen un seguimiento que es parte de la fase clínica tres. “Y Johnson y Johnson, cuya vacuna es monodosis, está probando una combinación de dos dosis”, pone como ejemplo Biglione.

Seguimiento al linfocito

Precisamente Rabinovich encabeza un grupo de investigadores —entre las que destaca a Montana Manselle Cocco, y Florencia Veigas—, que puso a punto una plataforma que busca medir la inmunidad celular o de linfocitos, algo que es difícil y caro de medir. El proyecto, financiado por el Ministerio de Ciencia y la Agencia de Promoción Científica, se llama “Covid T”, se lanzó a fines de abril y consiste en tratar de ver cuánto se prolonga efectivamente esa “otra memoria” inmunológica en los recuperados de la infección en comparación con pacientes que recibieron las distintas vacunas. Hasta ahora tienen muestras de personas inmunizadas con las dosis del producto de Sinopharm, con la Sputnik V, más algunos de la Comirnaty de Pfizer (argentinos que participaron del ensayo clínico en fase III) y están en busca de algunos de AstraZeneca.

Como las vacunas tienen distintas plataformas e inducen la respuesta inmune por virus inactivado o al mostrarle una parte del virus (la proteína S) es importante saber cómo se reacciona, también en un contexto de preponderancia de las variantes. “La idea es medirlos a tres meses, seis meses y un año. La función esencial de la plataforma es hacer estudios poblacionales y ver cuándo será necesaria una nueva dosis, o volver a vacunar para mantener la inmunidad que se genera, para la toma de decisiones no en individuos sino en la población general”, contó Rabinovich a LA NACION.

Como se dijo, la inmunología es un campo complejo en el que no sólo se juegan las variables de una vacuna y unos anticuerpos sino que también depende de los genes involucrados que hacen que el cuerpo responda bien o no frente a un virus, así como la historia de las enfermedades previas de cada persona; por ejemplo, la exposición a los otros coronavirus que generan resfríos. “En el Sars CoV1 (que generó un brote en el año 2002), los anticuerpos duraron un año, pero los linfocitos T estaban hasta once años después. Depende del patógeno y también de cuándo sea que se termine la pandemia”, concluyó Rabinovich.