Arte y feminismo: el proyecto de la 'Womanhouse'

<span class="caption">Portada del catálogo de 'Womanhouse'. </span> <span class="attribution"><a class="link " href="https://www.judychicago.com/gallery/womanhouse/pr-artwork/" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Through the Flower Archives/ Penn State University;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas">Through the Flower Archives/ Penn State University</a></span>

En torno a los años setenta, se produce en Estados Unidos un acontecimiento sin precedentes que cambiará para siempre la forma de concebir el arte y, en especial, el arte hecho por mujeres: el proyecto de la Womanhouse. En este artículo desgranaremos qué tiene de especial este trabajo, qué propicia su surgimiento y, sobre todo, por qué supone un punto de inflexión para la Historia del Arte.

La segunda ola

La década de los setenta trae consigo el arraigo de la segunda ola del movimiento feminista. Si la primera ola estaba principalmente focalizada en la lucha por la igualdad legal e institucional, incluyendo conquistas como el derecho al voto o a la propiedad, la segunda ola se enfocará a reivindicaciones consideradas privadas como la familia, la sexualidad o el aborto.

Desde el terreno artístico, por su parte, comienza a revisarse el lugar que tradicionalmente les había sido asignado a las mujeres creadoras. Para teorizar sobre ello, las estudiosas feministas pusieron de relieve la ideología de las esferas separadas. Esta teoría asigna una separación de roles asociados al género, según la cual los hombres pertenecen a la esfera pública, en la que deben desempeñarse profesionalmente para el abastecimiento familiar, mientras que las mujeres quedan relegadas a la esfera privada, consagrando su vida al cuidado de los demás.

Al trasladar estas reflexiones al mundo del arte, empieza a percibirse la ausencia de obras femeninas en las galerías y museos y a cuestionarse por qué no existían las figuras de grandes mujeres artistas. Efectivamente, las mujeres habían permanecido históricamente en el hogar, y no habían tenido los medios para formarse como tales. Incluso en los casos en los que sí habían accedido a estas oportunidades, su trabajo no había sido reconocido en igualdad con el de sus compañeros. Excluidas de las conocidas como Bellas Artes, su labor había sido minusvalorada como artesanía.

CalArts y la creación de la Womanhouse

En este caldo de cultivo, las pioneras Judy Chicago y Miriam Schapiro fundan en 1971 el primer Programa de Arte feminista en Occidente, asociado al Instituto de las Artes de California. Desde este espacio, articularán una comunidad artística exclusivamente formada por mujeres en la que discurrirán sobre la identidad femenina socialmente impuesta y las opresiones que esta imposición conlleva.

Partiendo de estas consideraciones y conjugando un diálogo teórico y artístico, las alumnas del programa se acercaron a la creación desde sus propias vivencias personales. Al compartir experiencias, enseguida descubrieron que sus problemáticas, lejos de ser casos particulares, comprendían un trasfondo colectivo, público e irremediablemente político.

Indudablemente, la producción artística más trascendental que se originó en el programa fue Womanhouse. Para llevarla a cabo, Chicago, Schapiro y su veintena de estudiantes alquilaron una casa en una zona residencial de Hollywood. La vivienda, que contaba con diecisiete habitaciones, estaba prácticamente en ruinas, por lo que las artistas tuvieron que trabajar durante semanas en su remodelación.

Habitaciones

Una vez reformada, se pasó a la fase de creación estrictamente artística, que conjugó la exposición de obras materiales con la realización de performances. La instalación, convenientemente fragmentada en diferentes habitaciones, propició la posibilidad de albergar múltiples ambientes que, a su vez, compartían una misma línea conceptual: la representación de los roles que el patriarcado había atribuido a las mujeres.

En este sentido, las ideas de Betty Friedan formuladas en uno de los textos canónicos del feminismo, La mística de la feminidad (1963), cobrarán un significado esencial y se trasladarán por vez primera al plano artístico a través de temáticas tan arraigadas a la domesticidad como lo son la menstruación, el matrimonio o la depresión posparto.

En el espacio de la cocina, el techo estaba decorado con huevos fritos que, simulando la fuerza de la gravedad, tomaban forma de pechos. De esta forma, se simbolizaba el cansancio y la carga social que implica dedicar la vida a cocinar y servir a otros.

El cuarto tejido contaba con una estructura confeccionada con la técnica del croché. Con las paredes oscuras y una bombilla colgada en la parte superior de un óvalo blando, la pieza evocaba la luz del cobijo, el nido, los cuidados. En esta habitación, además, resulta esencial la elección del material con la intención de reivindicar el arte textil, tradicionalmente asociado a lo femenino y considerado arte menor.

El baño, por su parte, blanco e impoluto, contrastaba con el cubo de la basura, repleto de tampones y toallitas higiénicas usadas. De esta forma, se ponía de relieve la problematización del tabú instaurado alrededor de la menstruación.

Performances

Waiting es un monólogo poético en el que su autora, Faith Wilding, se sienta encorvada en actitud impasible y, con las manos en el regazo y la mirada perdida, recita al ritmo de su propio balanceo.

El texto encierra una reflexión acerca de la espera que acompaña la vida de las mujeres, a las que se ha instado a esperar pasivamente la felicidad una vez consigan ser atractivas, enamorarse, casarse, tener hijos, etc.

Leah’s Room supone una reconstrucción del tocado de Leah, un personaje novelístico que mantiene una relación con un hombre más joven que ella. La performance consiste en la actuación de la propia Leah que, contemplando su reflejo, se maquilla y desmaquilla agitadamente en un acto agónico de desesperación. La obra representaba la imposición social de la belleza, el deseo y la eterna juventud femeninas.

Aunque todas estas propuestas artísticas referentes a la identidad, género o intimidad encontraron en el espacio privado un lugar idóneo para articularse, resulta esencial señalar que la Womanhouse consiguió reconvertir toda esta domesticidad en algo puramente expositivo, lo que desestabilizó las fronteras entre lo privado y lo público.

Asimismo, el proyecto entrañó la revisión de la Historia del Arte como un constructo hegemónico de poder exclusivamente masculino y permitió, desde la celebración de la colectividad femenina, repensar y dignificar la figura de las mujeres creadoras.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Celia Torrejón-Tobío no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.