La Argentina, medalla de bronce de vóleibol en Tokio 2020: el logro de un equipo que se apoyó en la superación y la fortaleza mental

Festejos del seleccionado olímpico de Voley Argentino luego de la victoria frente a Brasil y la obtención de la medalla de Bronce.
Santiago Filipuzzi

TOKIO.- Es una secuencia que ya parece una rutina. Caer y levantarse, hundirse y resurgir. No es sencillo, no es para cualquiera. Es una reiteración indefinida que agota. Que sacude cualquier planificación. Pero en la que extrañamente hay un grupo que se siente cómodo. Algunos le dicen resiliencia, para ellos siempre fue superación. Es la muestra de una de las mayores capacidades que puede tener un equipo, más allá de lo deportivo: la fortaleza mental. Es la historia de un plantel que viajó a Italia diezmado por el Covid. Que nunca pudo volver por las restricciones de vuelos en la Argentina y que decidió hacer una pretemporada fuera de casa. Que consiguió hospedaje en Tokio antes de poder ingresar a la Villa Olímpica, y que fue forjando su camino desde la dificultad. El calendario marca que 78 días después de aquel vuelo sin retorno, la selección argentina de vóleibol consiguió el premio tan buscado. El triunfo ante Brasil en el Ariake Arena tuvo sabor a metal: al igual que en Seúl 1988, el conjunto nacional consiguió la medalla de bronce y reescribió la historia. Una marca indeleble. Un desahogo eterno.

Caer y levantarse, acción y reacción. Así se movió la Argentina durante todo el torneo olímpico. Con señales inequívocas de que algo estaba creciendo internamente: tras la fatídica noche ante Brasil, en la etapa de grupos, despejaron los nubarrones ante Francia; cuando Italia los tenía contras las cuerdas, salieron de ese incómodo lugar con potencia e intensidad y no dejaron escapar a la presa, y cuando las 36 horas que pasaron entre la semifinal y el bronce parecían apenas un puñado de minutos para poder levantar cabeza, un nuevo clásico les dio la oportunidad de volver a ser. “Superación. La palabra que encaja con este equipo es superación”, lanza el entrenador Marcelo Méndez en uno de los pasillos del estadio. Mientras el rock nacional retumba desde altavoces, musicalizando el golpe, interviniendo desde lo contextual. “Maldición, va a ser un día hermoso”, se escucha. Y sí.

Festejos del seleccionado olímpico de Voley Argentino luego de la victoria frente a Brasil y la obtención de la medalla de Bronce.
Santiago Filipuzzi


Los festejos luego de la victoria frente a Brasil y la obtención de la medalla de bronce (Santiago Filipuzzi/)

Brasil es la conexión. El hilo conductor entre Seúl y Tokio. El escollo que aquella generación logró superar en octubre de 1988 y que sirvió de espejo para futuras generaciones, como la que sacudió el Ariake Arena. Esta vez, fue 3-2 para la Argentina, con parciales de 25-23, 20-25, 20-25, 25-17 y 15-13. Con la herencia de los Conte (Hugo en la tribuna y Facundo como líder emocional y deportivo en la cancha) y con un grupo que se merecía la oportunidad. La frustración de Río 2016 estaba demasiado latente. Hace cinco años, la selección había conseguido avanzar con muy buen nivel en el grupo, pero por el otro lado cayó de forma inesperada Brasil (cuarto en su zona). El impacto en el Maracanazinho se cicatrizó -y con creces- en este verano nipón.

“Son partidos en los que se lucha por algo que nunca pudiste agarrar. El premio es tan grande que querés hacer todo lo posible para llevártelo. Y así pasa que podés no jugar de la mejor manera. Pero empujamos cuando había que empujar, conseguimos puntos clave en las definiciones y siempre estuvimos de pie. Ellos tenían las armas, ellos te podían pisotear, pero siempre estuvimos ahí. Siempre luchamos y empujamos al límite. Y así conseguimos ese premio”, relata Luciano De Cecco, la mente fría dentro de la furia. El titiritero que empuja desde el talento. A su lado camina Bruno Lima y no puede ni llorar. Es tan grande la emoción que queda atragantada. Es un dolor en el pecho con una mezcla de sensaciones. Dice que “no me queda más que disfrutar”, y recuerda esos 78 días “lejos del país y de la familia”. “Teníamos que luchar mucho más que el resto. Sabíamos que teníamos que ser muy fuertes de cabeza. Y que nos teníamos que apoyar en que todo el torneo fue así: ir peleando de abajo. Aun cuando parecía que los puntos nuestros valían medio y los de los demás valían tres. Siempre que estuvimos abajo creímos en nosotros. Siempre vimos la chance de levantarnos”, destaca. El renacer como marca registrada.

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