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Primero, la aprobación de una vacuna. Después, 'el caos y la confusión'.

Es posible que en la primavera del próximo año, los estadounidenses tengan varias opciones de vacunas de eficacia moderada contra el coronavirus, pero sin forma de saber cuál es la mejor. (Emiliano Ponzi/The New York Times)
Es posible que en la primavera del próximo año, los estadounidenses tengan varias opciones de vacunas de eficacia moderada contra el coronavirus, pero sin forma de saber cuál es la mejor. (Emiliano Ponzi/The New York Times)

Estados Unidos podría estar a unos cuantos meses de un importante punto de inflexión en el combate al coronavirus: la primera vacuna que funcione.

Demostrar en menos de un año que una vacuna es inocua y eficaz batiría el récord de rapidez, sería el resultado de muchas semanas de siete días de trabajo para los científicos y de miles de millones de dólares de inversión por parte del gobierno. Siempre y cuando puedan obtenerla suficientes personas, la vacuna podría ralentizar una pandemia que ya ha cobrado un millón de vidas en todo el mundo.

Es tentador aceptar la primera vacuna como lo hace el presidente Donald Trump: un interruptor de encendido y apagado que nos regresará la vida que conocemos. “Tan pronto como le den el visto bueno, la aplicaremos, derrotaremos el virus”, señaló en septiembre en una conferencia de prensa. Pero los expertos en vacunas afirman que más bien debemos prepararnos para un año desconcertante y frustrante.

Es posible que las primeras vacunas solo ofrezcan una protección moderada, lo suficientemente baja como para que sea prudente seguir usando cubrebocas. Tal vez para la próxima primavera o verano existan varias de estas vacunas de eficacia moderada y no haya una idea clara de cuál es más conveniente elegir. Debido a esta gama de opciones, quizás los fabricantes de una mejor vacuna en las primeras etapas de desarrollo tengan problemas para concluir los ensayos clínicos. Además, es posible que algunas vacunas sean retiradas del mercado de manera repentina porque resultan no ser inocuas.

“Hasta ahora, casi nadie se ha dado cuenta de las complejidades, el caos y la confusión que habrá en unos cuantos meses”, afirmó Gregory Poland, director del Grupo de Investigación de Vacunas de la Clínica Mayo.

Una parte de esta confusión es inevitable, pero otra parte es el resultado de la forma en que fueron diseñados los ensayos de las vacunas contra el coronavirus: cada empresa está llevando a cabo sus propios ensayos y comparando la vacuna con un placebo. Pero no tenía que ser así.

En la primavera, cuando los científicos del gobierno comenzaron a debatir sobre la manera de invertir en la investigación de las vacunas, algunos querían probar varias vacunas al mismo tiempo y compararlas, lo que se conoce como un protocolo maestro.

Anthony S. Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, estaba a favor de esa idea. Pero estos megaensayos plantean un riesgo empresarial para cualquier fabricante de vacunas debido a que ponen de manifiesto las diferencias entre su vacuna y la de sus competidores.

En cambio, el gobierno ofreció financiar ensayos extensos de vacunas si las empresas aceptaban algunas reglas para el interés común y compartían algunos datos. Pero estas empresas tenían la autorización de llevar a cabo los ensayos de manera independiente.

“Se debe contar con toda la cooperación de las empresas farmacéuticas para participar en un protocolo maestro”, señaló Fauci. “Eso —no sé cuál es la palabra correcta— no resultó ser viable”.

El sistema de escrutinio de vacunas no estaba equipado para este embrollo. Lo normal es que los científicos tarden varios años en preparar una vacuna antes de probarla en los seres humanos. Los ensayos iniciales de inocuidad, conocidos como fase 1 y 2, pueden tardar muchos años.

Si todo marcha bien —y por lo general no es así— entonces puede comenzar la fase 3, la última, en la que se compara a miles de personas que reciben una vacuna con miles de personas a quienes se les administra un placebo. Es posible que la obtención de estos resultados tarde otros tres años. Solo entonces —una década o más después de que haya comenzado la investigación— algún fabricante de vacunas construirá una fábrica para elaborar los productos.

Cuando el coronavirus empezó a propagarse a principios de este año, los investigadores de vacunas de todo el mundo sabían que no podíamos darnos el lujo de esperar tanto. La Organización Mundial de la Salud reunió a un grupo de expertos para comenzar lo que se llegó a conocer como el ensayo clínico Solidaridad. Se administrarían varias vacunas al azar a un grupo grande de voluntarios, mientras que un grupo más pequeño recibiría un placebo.

Todas las vacunas serían probadas frente al mismo grupo del placebo, y todos los voluntarios estarían viviendo en las mismas condiciones. “Se puede hacer una comparación totalmente válida, no solo de cada una de esas vacunas frente al placebo, sino de una frente a otra”, comentó Thomas Fleming, bioestadístico de la Universidad de Washington y miembro del grupo del ensayo clínico Solidaridad de la OMS.

Esos ensayos tardaron nueve meses en ponerse en marcha, pero comenzarán con un estudio pequeño en Latinoamérica a fines de octubre.

Más o menos en la misma época en que la OMS estaba preparando su megaensayo, los funcionarios del gobierno de Estados Unidos estaban debatiendo sobre la mejor manera de invertir en los ensayos de las vacunas, y acelerarlos. Algunos investigadores, entre ellos Fauci, estuvieron a favor de un diseño muy parecido al de la OMS.

No obstante, Moncef Slaoui, asesor principal de la Operación de Máxima Velocidad (OWS, por su sigla en inglés), la iniciativa de múltiples organismos para acelerar el desarrollo de las vacunas y los tratamientos contra el coronavirus, señaló en un comunicado que esos ensayos habrían sido poco prácticos. “Si la OWS hubiera probado todas las vacunas con un protocolo maestro, la operación habría tenido que esperar meses antes de comenzar y reclutar a 200.000 voluntarios al mismo tiempo”.

Al final, el gobierno optó por lo que calificó como un “enfoque armonizado”. Permitiría que los fabricantes de vacunas llevaran a cabo sus propios ensayos, pero solo si usaban protocolos que siguieran ciertas directrices y permitieran que los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por su sigla en inglés) realizaran pruebas a todos sus voluntarios de la misma manera. A cambio de seguir estas reglas, las empresas podrían aprovechar la amplia red de instalaciones de los NIH para realizar pruebas clínicas y recibir un apoyo financiero importante para sus ensayos. Con este programa, el gobierno ha prometido hasta la fecha 10.000 millones de dólares a los fabricantes de vacunas.

Hasta ahora, AstraZeneca, Johnson & Johnson y Moderna han comenzado a hacer ensayos en la red. Se espera que Novavax y Sanofi empiecen sus propios estudios de fase 3 en los próximos meses. Pero Pfizer, uno de los que están a la vanguardia, nunca se unió a la red y optó por realizar los ensayos totalmente por cuenta propia.

Muchos expertos creen que, si los resultados de Pfizer son favorables, esta empresa solicitará a la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) una autorización de emergencia para su vacuna, posiblemente solo para un grupo de personas en alto riesgo. Luego, la empresa podría obtener con rapidez la licencia y ponerla a disposición de toda la población.

La autorización de una vacuna dependerá de cuánta protección ofrezca en los ensayos de fase 3, lo que los expertos llaman eficacia. En junio, la FDA estableció como meta un 50 por ciento de eficacia para una vacuna contra el coronavirus.

No obstante, quizás la eficacia en un ensayo no sea necesariamente la misma en el mundo real. Eso se debe a que, al igual que en cualquier estudio estadístico, los ensayos de fase 3 tienen márgenes de error. Una vacuna que cumple las directrices de la FDA tal vez tenga en realidad una eficacia de más del 50 por ciento o quizás menos. Es posible que resulte tener solo un 35 por ciento de eficacia.

Las cosas podrían ser incluso peores para las vacunas en las primeras etapas de ensayos. Se tendría que demostrar que esos productos son mejores que la vacuna recién aprobada. La diferencia entre dos vacunas será menor que entre una vacuna y un placebo. Como resultado, estos ensayos tendrían que ser más extensos y de mayor duración. Quizás el elevado costo sea mayor al que puedan pagar muchas de las pequeñas empresas emergentes que están desarrollando vacunas innovadoras.

“Eso prácticamente impide el desarrollo de mejores vacunas”, aseguró Naor Bar-Zeev, experto de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. “Debido a la enorme inversión de los contribuyentes, la población debe exigir más”.

Las directrices de la FDA plantean la posibilidad de probar futuras vacunas frente a una vacuna ya autorizada, pero no aclaran si el organismo cambiaría los requisitos de las pruebas. “No podemos especular sobre lo que pueda o no suceder en el futuro”, señaló una vocera de la FDA.

El viernes, en una llamada telefónica con reporteros, Paul Mango, funcionario del Departamento de Salud y Servicios Humanos, afirmó que la Operación de Máxima Velocidad iba por buen camino para conseguir hasta 700 millones de dosis de diversas vacunas para marzo o abril, las suficientes para “todos los estadounidenses que deseen obtenerla”, comentó. Mango señaló que el comité de asesores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades determinarían quién recibe cada vacuna. “Ellos nos orientarán con respecto a qué vacuna es la más adecuada para qué población”, señaló.

Sin embargo, el comité de asesores todavía no tiene ningún plan para ello, y Grace Lee, profesora de Pediatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford y miembro de ese comité, advirtió que no sería fácil elegir una. “Debido a tanta incertidumbre con respecto a las vacunas contra el coronavirus, es difícil hacerlo”, afirmó.

Incluso las vacunas moderadamente eficaces serán de gran ayuda para disminuir los casos de COVID-19, pero solo si un número suficiente de personas las recibe, y solo si son conscientes de que podrían enfermarse de todas maneras. “Con algunas de estas vacunas, tendremos que seguir usando cubrebocas”, comentó Poland de la Clínica Mayo.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company