Apolo 13, inteligencia artificial y sugerencias para Netflix y Spotify

Como recordó oportunamenteLA NACION, el 11 de abril se cumplió medio siglo de una de las epopeyas más extraordinarias de la historia de de los viajes espaciales. ¿Llegar a la Luna? No, señor. Por el contrario, no llegar a la Luna. O, más bien, llegar hasta la Luna, orbitarla sin descender y regresar a la Tierra con vida, todo en una nave gravemente averiada y en medio del entorno más hostil que conozcamos. Me refiero, claro, a la misión Apolo 13. Fuera de la Apolo 11, es la única de todas aquellas hazañas que se sigue recordando. Tuvo en 1995 su propia película, magníficamente actuada y producida, aunque menos minuciosa, desde el punto de vista técnico, que el libro que escribieron Jim Lovell, comandante de la misión, y el periodista Jeffrey Kluger (Lost Moon, de 1994). Lo leí después de ver el largometraje. Imperdible.

Tal vez por el aniversario, estos días se me ocurrieron algunas ideas que conectan a la Apolo 13 con la inteligencia artificial. Pero antes, un mensaje para Netflix y para Spotify, por si les sirve.

Recientemente, Netflix puso Apolo 13 en su catálogo y por supuesto la vi de nuevo. Gracias por eso Netflix, pero me gustaría, ya que estamos, hacerles una pequeña observación, que no tiene que ver con esta película, sino con las categorías. Por favor, no sigan poniendo la ciencia ficción y la fantasía juntas, como si fueran la misma cosa. Primero, porque no lo son. Segundo, porque enojan a todos: a los aficionados a la ciencia ficción; a los que aman la fantasía, y a los que nos gustan ambos géneros.

En cuanto a Spotify, entiendo que parte de la competencia con las otras plataformas de música por streaming está en los exorbitantes números de sus catálogos, que, algo insólito pero comprensible, ofrecen millones de canciones. Supongo que una sonata de Mozart sería una canción, en este contexto, pero bueno, es lo de menos. Ahora, no sé si lo notaron, pero primero aparecieron las ediciones remasterizadas de algunos clásicos del rock, el jazz, la música progresiva, y así. No es algo nuevo, pero OK. Allá vamos. Después llegaron los mismos discos, esta vez con versiones en vivo de algunas de las canciones. Luego se les añadieron interpretaciones unplugged o grabaciones inéditas en un bar de París o Buenos Aires. A eso se le sumaron registros en teatros a los que los músicos llegaron en un taxi porque al ómnibus se le había fundido el motor. Más tarde, versiones tan inéditas que solo las descubrieron al construir un rascacielos en el terreno donde antes estaba la casa en la que el guitarrista había pasado su infancia y adolescencia; el primer boceto tocado en un piano vertical; el autor cantando a cappella en la ducha; la misma canción grabada por un vecino del estadio donde se la interpretó por primera vez, y así. Estoy exagerando, claro, pero por favor, si no es molestia, destaquen con algún color bien vistoso el álbum original. Si quieren, destaquen el remasterizado, que en general le hace un favor al audio (no siempre), pero todo lo demás tal vez le interese al coleccionista (¿cómo coleccionar algo que está en la nube?) o al fan de fuste. Pero poner un disco y que de pronto empiecen a repetirse los temas que conocés desde chico bajo las más diversas formas y en calidades tan desiguales, sinceramente, solo les suma al catálogo. No a los oyentes.

Apaguen a los astronautas

De vuelta en el espacio, hay un momento clave en la increíble proeza de la Apolo 13: cuando deben replantear la trayectoria de reingreso manualmente. Aparte del ahorro del consumo eléctrico -que convierte las dos naves acopladas en un gran freezer-, del aumento del dióxido de carbono (más sobre esto enseguida) y del hecho de que usaron como transporte espacial un vehículo diseñado para alunizar, el trabajo en equipo y la destreza que se requieren para acertar con la trayectoria correcta para ingresar a la atmósfera terrestre sin destruirse y sin rebotar es tan enorme que, ya entonces, medio siglo atrás, se les dejaba esa tarea a las máquinas.

Solo que, tras el incidente, las computadoras debieron apagarse, y, con poco tiempo para corregir el rumbo, tuvieron que hacerlo basándose en sus ojos e instintos de pilotos. El logro es histórico. No me parece imposible que hayan tenido también un poco de buena suerte, dadas las condiciones; de mala suerte ya no les quedaba nada.

Miraba la película la otra noche y de pronto me di cuenta de que cuando hablamos de inteligencia artificial (IA) solemos olvidarnos (excepto en la ciencia ficción) de lo que les pasó a los astronautas Lovell, Jack Swigert y Fred Haise. Tuvieron que apagar las computadoras porque no tenían suficiente electricidad. De un instante para el siguiente, pasaron del siglo XX al XIX. Solo que ahora estaban viajando por el espacio, nada menos. Es tan obvio y tan trivial el asunto de la electricidad que solemos pasarlo por alto. En la ficción, las máquinas pensantes siempre se las arreglan para obtener energía: paneles solares (Transcendence) o la que generan nuestros organismos (The Matrix), pero en el mundo real las cosas no son tan sencillas, al menos de momento.

Si Apolo 13 ocurriera hoy, ¿la inteligencia artificial consideraría necesario mantener el soporte vital de los astronautas o apagaría la computadora (se apagaría a sí misma, digamos) para ahorrar energía? Exacto: hay aquí una paradoja, y las paradojas no le sientan bien a la IA. La máquina sabría que los humanos no son capaces de calcular trayectorias de reingreso (y mucho menos en las catastróficas condiciones que experimentaban los astronautas de la Apolo 13), de modo que la única forma de llevarlos a casa sanos y salvos sería mantenerse funcionando. Pero para mantenerse funcionando necesitaría una energía eléctrica de la que no dispone, excepto que suspenda el soporte vital de los humanos, lo que se contradice con el mandato (que suponemos ineludible, al revés que en Alien) de preservar la vida de los astronautas.

Quisiera creer que en las próximas misiones al espacio habrá un botón rojo así de grande para apagar las computadoras, sacarlas de este bucle infinito y hacer las cosas a mano. Porque la misión Apolo 13 demostró que nosotros, los seres humanos, somos capaces de lograr lo que es prácticamente imposible cuando no tenemos nada que perder. Digo, los muchachos estaban en una frágil lata presurizada rodeados por un vacío absoluto (o casi) a menos de 200 grados bajo cero y a unos 400.000 kilómetros de casa. No había posibilidad de rescatarlos a tiempo, no había salvavidas, no había palanca de eyección, nada. Nada del todo. Excepto que somos humanos, y el Deus ex machina de las tragedias griegas y romanas quizá no sea sino una metáfora de ese superpoder que nos confiere la desesperación o el abismo.

El otro tema interesante respecto de la inteligencia artificial es el momento (cómico, pero tan real) en el que se dan cuenta de que los filtros para capturar el dióxido de carbono del módulo lunar y los del módulo de comando tienen formas diferentes. Unos son rectangulares y los otros, circulares. Háblenme de problemas de compatibilidad.

El dilema se resolvió colectivamente, con un número de cerebros humanos que desarrollaron en muy poco tiempo una receta (y un procedimiento paso por paso) para lograr la cuadratura del círculo y salvar así la vida de los astronautas.

Me preguntaba estos días qué haría una máquina si, de la nada, sin haber preparado un algoritmo (y sin tiempo para programarlo), la pusiéramos frente a esta encrucijada. No hay remate, pero sabemos que la IA no es generalista, y me temo que hoy, incluso con medio siglo de avances informáticos, sigue habiendo desafíos que solo un equipo de mentes humanas puede resolver a tiempo.