Apagar los incendios y reducir las emisiones de carbono al estilo aborigen

Incendios iniciados por Violet Lawson para eliminar el sotobosque que podría avivar un incendio más destructivo y descontrolado, cerca de Cooinda, en el Territorio del Norte de Australia, el 15 de enero de 2020. (Matthew Abbott/The New York Times).
Incendios iniciados por Violet Lawson para eliminar el sotobosque que podría avivar un incendio más destructivo y descontrolado, cerca de Cooinda, en el Territorio del Norte de Australia, el 15 de enero de 2020. (Matthew Abbott/The New York Times).

Cooinda, Australia – En un momento en el que grandes extensiones de Australia están incendiándose, Violet Lawson siempre tiene un cerillo a la mano.

En el bosque que rodea su casa en el extremo norte del país, Lawson inicia cientos de pequeños incendios cada año: literalmente, combate el fuego con el fuego. Estas prácticas tradicionales aborígenes, que reducen el sotobosque que puede avivar llamaradas de mayor tamaño, están captando la atención mientras Australia padece el desastre y enfrenta un futuro ardiente.

A lo largo de la década pasada, los programas de prevención de incendios, principalmente en tierras aborígenes al norte de Australia, han disminuido los incendios forestales destructivos a la mitad. Aunque los esfuerzos se basan en antiguas prácticas, también tienen un beneficio absolutamente moderno: las organizaciones que practican las quemas de prevención han recaudado 80 millones de dólares con el sistema de comercio de derechos de emisión, pues han reducido las emisiones de gases de efecto invernadero de los incendios en el norte un 40 por ciento.

Estos programas, que están generando información científica importante, son considerados un modelo que puede adaptarse para salvar vidas y hogares en otras regiones de Australia, así como en zonas del mundo que son propensas a incendios y que son tan distintas como California y Botswana.

“El fuego es nuestra herramienta principal”, dijo Lawson mientras inspeccionaba un tramo recién quemado en el que los pastizales se habían convertido en cenizas, pero los árboles permanecían intactos. “Es parte de proteger la tierra.”

Los programas de prevención de incendios, a los que el gobierno otorgó licencias por primera vez en 2013, ahora cubren un área que tiene tres veces la extensión de Portugal. Aun cuando en meses recientes los poblados del sur se estaban incendiando y el humo cubría Sídney y Melbourne, los incendios en el norte de Australia eran mucho menos graves.

“El gobierno australiano está comenzando a notar los beneficios de que los indígenas cuiden de sus tierras”, afirmó Joe Morrison, uno de los pioneros del proyecto. “Los aborígenes, que han pasado épocas muy difíciles, están notando que la ciencia occidental está revitalizando y celebrando su lenguaje, sus costumbres y sus conocimientos tradicionales”.

En algunos aspectos, los métodos aborígenes se asemejan a los métodos occidentales que se practican en todo el mundo: uno de los objetivos principales es reducir el sotobosque y otros materiales inflamables que aceleran los incendios feroces y perjudiciales.

No obstante, el enfoque antiguo suele ser más extenso. Los indígenas queman sus terrenos iniciando fuegos de baja intensidad programados rigurosamente, del mismo modo en el que el propietario de una casa suburbana emplea su podadora.

Las prácticas aborígenes han sido exitosas en parte gracias a una mayor tolerancia cultural al fuego y al humo que genera. El norte poco poblado del país, donde la influencia y las tradiciones de la población aborigen están mucho más arraigadas que en el sur, no enfrenta tantos obstáculos a causa de los debates políticos y las preocupaciones de los residentes respecto a los efectos del humo en la salud.

El paisaje y el clima del norte de Australia también provocan que esta zona de Australia sea más propicia para las quemas de prevención. Los amplios espacios abiertos y las estaciones bien definidas (a una temporada de calor seca le siguen lluvias monzónicas) hacen que la quema sea más predecible.

Aun así, a pesar de estas diferencias regionales, quienes han estudiado las técnicas aborígenes afirman que pueden adaptarse para las zonas más pobladas del país.

“Definitivamente tenemos que aprender a hacer quemas al estilo aborigen”, comentó Bill Gammage, profesor en la Universidad Nacional Australiana en Canberra. “Nuestros bomberos son hábiles combatiendo incendios, pero no tienen la capacidad que tienen los indígenas para evitarlos”.

La semana pasada, Victor Cooper, un exguardia forestal en el norte de Australia, encendió un montón de corteza para demostrar el tipo de incendio que arde a temperaturas suficientemente bajas para evitar daños a plantas sensibles que son un alimento fundamental para los animales.

Aseguró que los incendios de prevención deben arder a fuego lento, no a llamaradas. Deben programarse de acuerdo con la temperatura del aire, las condiciones del viento, la humedad y los ciclos de vida de las plantas. Las tradiciones de los aborígenes del norte se centran en el monzón, y queman la tierra trecho por trecho conforme la temporada de lluvias da paso a la temporada seca.

“No le tememos al fuego”, dijo Cooper, quien hace quemas de forma regular alrededor de su casa, construida sobre pilotes y enclavada en el bosque. “Sabemos que mientras más pronto hagamos la quema, mayor protección tendremos”.

Este año, se certificará para unirse al programa de bonos de carbono. El dinero ganado mediante ese sistema ha incentivado la supervisión de la tierra y ha generado cientos de empleos en las comunidades indígenas, donde las tasas de desempleo son elevadas. Los recursos también han financiado la construcción de escuelas en zonas desatendidas.

Se está utilizando información de un satélite de la NASA para cuantificar la disminución de las emisiones de carbono y hacer modelos de las rutas de los incendios por computadora. La tecnología moderna también complementa las quemas de prevención: se usan helicópteros para dejar caer miles de dispositivos incendiarios del tamaño de pelotas de ping pong sobre grandes trechos de territorio en determinadas épocas del año, cuando la tierra sigue húmeda y es poco probable que los incendios ardan sin control.

Quienes forman parte del programa aseguran que se sienten frustrados porque otras partes del país se han mostrado reticentes a aceptar el mismo tipo de incendio preventivo. La inacción ya lleva tiempo: una investigación federal de gran envergadura realizada después de unos incendios mortales hace más de una década recomendó extender la adopción de los métodos aborígenes.

“Tengo muchas amistades en otras partes de Australia que no logran comprender que el fuego es una herramienta útil, que no todos los tipos de fuego son iguales y que es posible controlarlo”, afirmó Andrew Edwards, un experto en incendios forestales de la Universidad Charles Darwin en el norte de Australia. “Es difícil hacer comprender a las personas que el fuego no es algo malo”.

Los programas pioneros de quema preventiva en el norte de Australia se concretaron durante las décadas de 1980 y 1990, cuando los grupos indígenas se trasladaron de regreso a sus tierras nativas después de haber vivido en asentamientos por la recomendación (o la orden, en algunos casos) del gobierno.

La tierra, que permaneció inhabitada durante décadas, había sufrido. Fuertes incendios estaban diezmando a las especies y dañando pinturas rupestres.

“La tierra estaba fuera de control”, comentó Dean Yibarbuk, un guarda forestal cuyos parientes mayores indígenas lo alentaron a buscar soluciones.

Los grupos aborígenes terminaron por asociarse con científicos, con el gobierno del Territorio del Norte y con ConocoPhillips, una empresa petrolera con sede en Houston que estaba construyendo una instalación de gas natural y debía encontrar un proyecto que compensara sus emisiones de carbono.

De acuerdo con los cálculos de Edwards, el año pasado los incendios forestales en el norte de Australia afectaron 57 por ciento menos hectáreas de las que quemaron en promedio entre el 2000 y el 2010, la década anterior al inicio del programa.

Yibarbuk, quien ahora es presidente de Warddeken Land Management, una de las organizaciones participantes más grandes, ofrece trabajo de medio tiempo y de tiempo completo a 150 guardabosques indígenas.

“En el norte tenemos mucha suerte de poder mantener nuestras prácticas tradicionales”, dijo Yibarbuk. “Nos sentimos orgullosos de regresar a la región, hacernos cargo de ella y marcar una diferencia”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company