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La amenaza nuclear de Putin no es una broma | Opinión

El próximo lunes en el desfile militar de la Plaza Roja, Vladimir Putin exhibirá el “Avión del Fin del Mundo”, que sería su refugio en caso de un holocausto atómico (EEUU tiene cuatro aviones similares).

Aunque es otra bravuconería pretendiendo asustar a Occidente, lo que refleja es su propio temor a una derrota ante el fiasco de la invasión a Ucrania, el aislamiento internacional y la insostenible situación que enfrenta a nivel doméstico.

Se espera que Putin aproveche el simbolismo patriótico del 9 de Mayo conmemorativo de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial— para anunciar una declaración formal de guerra (en vez de una “operación especial”) y justificar así un reclutamiento nacional que le permita expandir los campos de batalla, e intentar resarcirse de la humillación sufrida hasta ahora. Es decir, lanzar una escalada bélica.

Por lo que se percibe, Putin está apostando a una doble estrategia para salvar cara. Por una parte continuar la invasión con armas convencionales, añadiendo miles de soldados; y por otra jugar las dos cartas de último recurso: la psicológica y la nuclear. Al fin y al cabo, el éxito de los agresores como él depende siempre de la rendición psicológica de sus víctimas. Y la rendición que viene pretendiendo es tanto de Ucrania —y potencialmente el resto de las vecinas exrepúblicas soviéticas—, como de los países de la OTAN y sus aliados.

No lo ha conseguido hasta ahora, y el tiempo va en contra suya. Cuanto más se prolonga la guerra, más armas le llegan a Ucrania desde EEUU y otros países y más aumenta la resistencia y la moral del ejército ucranio. Por el contrario, más disminuye el arsenal ruso de artillería, más se degrada la moral de sus tropas, más se hunde el mito del invencible “ejercito rojo”. Y, sobre todo, más se achica la figura de Putin, ya convertido en un enano de la historia.

La buena noticia es que cuanto más amenaza el zar del Kremlin con usar armas atómicas más demuestra que está perdiendo la guerra (“Poseemos instrumentos de los que nadie más puede alardear y los usaremos en caso de peligro existencial”, dijo días atrás durante el test del misil balístico hipersónico Sarmat). “Nuestra respuesta será fulminante” remató.

La mala noticia es que de verdad puede usar las armas letales si su desesperación y paranoia llegan a extremos. Sin olvidar además que lleva años fantaseando con tal idea, como cuando en 2018 afirmó medio en broma que “sí destruiría el planeta en un holocausto nuclear porque fuera de Rusia no hay nada bueno”.

Tal comentario lo repite su maquinaria propagandística en la televisión rusa, especialmente durante las últimas dos semanas en que el volumen de la retórica se ha elevado al máximo. Promueven la idea de que una guerra nuclear es “inevitable”, “inminente”, y los rusos que “mueran por la patria irán al paraíso”. Todo ello acusando como era previsible a Estados Unidos y la Unión Europea de querer destruir Rusia y ellos estar dispuestos a morir achicharrados de radiación para salvar el honor, si su líder Putin lo ordena.

La interrogante es hasta dónde está dispuesto Putin a escalar el conflicto y cuál sería la respuesta de Washington.

El presidente Joe Biden tiene múltiples opciones si Putin cruza el umbral nuclear, pero la mayoría implicaría entrar en una espiral de ataques y contraataques, con posibilidad de precipitarse fuera de control. La semana pasada el presidente se limitó a decir: “Estamos preparados para cualquier acción que tomen [los rusos]”.

Estados Unidos y Rusia poseen los mayores arsenales de las nueve potencias nucleares (las otras son Francia, Gran Bretaña, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte). Conjuntamente EEUU-Rusia representan el 90% de todas las armas, pero hay un desbalance, a favor de EEUU en misiles estratégicos de largo alcance (3,478 frete a 2,565) y a favor de Rusia en armas de corto alcance o tácticas (1,912 frente a 230).

Estas últimas son las que Putin presuntamente detonaría si decide iniciar una escalada bélica. Las armas tácticas en teoría se emplean contra objetivos concretos, por ejemplo una ciudad, y por tanto su onda expansiva sería más limitada, pero no por ello menos catastrófica. Analistas de inteligencia como Seth Cropsey, subsecretario de defensa de Ronald Reagan, consideran posible que con un ataque táctico Putin forzara a Ucrania a elegir al igual que Japón en 1945— entre rendirse o ser aniquilada.

Igualmente opina el profesor de Harvard Graham Allison, especialista en seguridad nacional: “¿Usted cree que si Putin tiene que elegir entre perder o escalar a nivel nuclear no va a elegir lo segundo?”. Y advierte: “Si atacamos Rusia con todo nuestro arsenal no quedaría un ruso. Pero ellos nos destruirían, América desaparecería del mapa”.

La Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) a la que se refiere el profesor Allison, es la llamada política de deterrence que ha retenido a las potencias de usar su arsenal en los últimos 77 años, evitadola aniquilación planetaria.

Pero “Putin ha roto ya ese equilibrio con sus irresponsables amenazas”, reitera David Heckler, exdirector del ultra secreto Laboratorio Nacional de Los Alamos, donde se gestionan las políticas de deterrence nuclear.

Un equilibrio que ni siquiera violaron los asesinos sociópatas Joseph Stalin y Mao Zedong. Eso ya de por sí habla del peligro en que nos encontramos. Riesgo que se multiplica por el hecho de que Putin ha cancelado todos los protocolos de comunicación con Washington, el famoso “teléfono rojo”, que estuvieron vigentes durante la Guerra Fría.

Y para colmo los sistemas rusos de detección de misiles son anticuados, incrementando la probabilidad de un error catastrófico. Mientras que EEUU posee un sistema de monitoreo global, con tres satélites activos y receptores infrarrojos que suplen la información de los radares, Moscú carece de tal sistema, impidiendo por ejemplo detectar misiles lanzados desde submarinos hasta que ya es demasiado tarde, apenas a 10 minutos del impacto. E impidiendo también discernir si un ataque es real.

La invasión de Ucrania ha cambiado el mundo, aunque la mayoría del mundo no se dé cuenta. O no quiera dársela. Es más fácil pensar que esta crisis es pasajera, o que Ucrania está muy lejos, y Putin no va a suicidarse orquestando un apocalipsis nuclear. Y que si se atreviera Estados Unidos le derrotaría. En fin, un pensamiento mágico de que aquí vivimos en un búnker invencible y estamos a salvo de todo.

Nada más lejos de la realidad. La historia ha dado un giro en 2022 y no hay vuelta atrás. El único camino hacia delante es evitar primero el abismo nuclear, y después construir un nuevo orden internacional que garantice la seguridad y la paz.

Rosa Townsend es periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.