Amaury Vergara, el heredero de Chivas que parece aburrirse como millonario sin fama

Amaury Vergara, presidente de las Chivas del Guadalajara. (Foto: Óscar Meza/Jam Media/Getty Images)
Amaury Vergara, presidente de las Chivas del Guadalajara. (Foto: Óscar Meza/Jam Media/Getty Images)

Amaury Vergara carga en sus espaldas con el peso de un legado. Su padre fue un prestigioso empresario que constituyó una fortuna desde la nada absoluta. A diferencia de otros magnates, su legitimidad encontró sustento en las clases populares. Era, pues, el más terrenal de los dueños del país. El heredero tiene tareas titánicas en todos los frentes.

El anuncio de que Amaury formará parte de la nueva temporada de Shark Tank México evoca, invariablemente, a la memoria de Jorge Vergara. Y al mismo tiempo revela la imposibilidad del hijo de desprenderse del aura del padre.

El exitoso programa al que asisten emprendedores en busca de la inversión de un "tiburón", como se conoce a los empresarios, seguramente le traerá miles de nuevos seguidores a Amaury. Su imagen jovial (renovada a partir de sus nuevas responsabilidades) y el verso que la caracteriza encandilarán a quienes no tienen el menor interés por el futbol.

Por otro lado, su encomienda más pública ya ha resentido el daño. El pulso de la afición rojiblanca revela lo natural: el dueño del Rebaño Sagrado está más preocupado por las cámaras que por atender a su equipo. Los paralelismos salieron al paso de inmediato: "quiere imitar a su padre", dicen, en alusión a quien fuera uno de los padrinos del programa en su edición mexicana.

La historia dice que Jorge Vergara comenzó vendiendo "carnitas" y luego, tras muchos años de enarbolar la religión echaleganista, supo construir un emporio de suplementos alimenticios. La fórmula del éxito tenía fachada infalible: todo se puede conseguir con esfuerzo.

Amaury es heredero de esa tradición. Sin embargo, al igual que su padre, pronto se ha topado con una cruenta realidad: en el futbol, el voluntarismo no basta para ganar títulos. No es suficiente con desear el éxito. Los problemas no se resuelven con inversiones millonarias, como las que intentó en los albores de su gestión al frente del Rebaño.

Jorge Vergara presentando a Johan Cruyff, con quien firmó un convenio de colaboración en 2012. (REUTERS/Alejandro Acosta)
Jorge Vergara presentando a Johan Cruyff, con quien firmó un convenio de colaboración en 2012. (REUTERS/Alejandro Acosta)

Consciente tanto de sus capacidades como de sus limitaciones, Amaury delegó en Ricardo Peláez las decisiones deportivas de su equipo, pero a dos años de distancia los hechos delatan la vocación intervencionista del clan Vergara. Peláez es solo un empleado más. No quedan ni vestigios de aquel directivo que emanaba autoridad en cada gesto.

Cuando el apellido Vergara llegó a Chivas, en 2002, el futbol mexicano se cimbró. ¿Quién era ese nuevo rico tan políticamente incorrecto? ¿Qué había ganado para tener el derecho de repartir verdadazos? La arrogancia como método lo llevó al lugar que quería. La vida de un millonario sin fama debe ser muy aburrida.

Esa personalidad sintonizaba a la perfección con la extremosidad que rodea al futbol nacional. Alguien como Jorge Vergara tenía que incursionar sí o sí en la industria balompédica. Y tenía que hacerlo con un club como Chivas, el equipo mexicanísimo por excelencia. La fusión perfecta entre patriotismo y echaleganismo. Un mito transgeneracional muy bien conocido llevado al límite: esfuérzate y serás alguien en la vida.

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Amaury Vergara observa desde el campo de juego un partido de Chivas en la Liga MX. (Photo by Refugio Ruiz/Getty Images)
Amaury Vergara observa desde el campo de juego un partido de Chivas en la Liga MX. (Photo by Refugio Ruiz/Getty Images)

En 16 años, Jorge Vergara consiguió dos títulos de Liga para Chivas. Lo normal en un equipo que se ha acostumbrado a renovar sus vitrinas decenalmente. El despido crónico de técnicos, disputas contractuales con jugadores estelares y magros resultados deportivos fueron las constantes en su mandato.

Pocos recuerdan al Jorge Vergara de la primera década del siglo. Hablaba todo el tiempo. Sus desplegados en contra del América eran el combustible de las primeras planas. Intentó comprar al Atlético de Madrid y, según contó en entrevista con CNI Canal 40 en 2005, un día llegó hasta su oficina un ofrecimiento para que adquiriera al Manchester United.

Jorge Vergara era un tipo de convicciones firmes. Lo dejó claro en todos los ámbitos en los que incursionó. Su historia bien podría definirse como el sueño mexicano. Empezó "desde abajo" y llegó a las altas esferas con la "cultura del esfuerzo" como lema absoluto e innegociable.

Amaury ha tratado de replicar los modos de su padre. Dinero no hace falta. Jugadores y entrenadores van y vienen, y Chivas, lejos del culto al esfuerzo que ideó Jorge Vergara, está convertido en una oda a la mediocridad. Un equipo que festeja partidos ganados, no títulos; una afición capaz de idolatrar a jugadores con dos torneos buenos en su haber; y un dueño que se arroga el derecho a decir que "no todos los mexicanos son para Chivas”.

En términos reales, pocas cosas han cambiado en el Guadalajara. La fórmula sigue siendo la misma: hay que echarle ganas. Algún día, en diez años quizá, llegará un título que valide las convicciones. El legado Vergara goza de continuidad. Amaury entiende que el dinero sin fama no es tan reluciente. Los medios han cambiado, pero el fin sigue intacto: hacer de Chivas una herencia cualquiera.

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