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Tienen alzhéimer, y este ensayo clínico podría ser su última esperanza

Michelle Papka, directora del Centro Cognitivo y de Investigación, en su despacho de Springfield, N.J., el 6 de abril de 2021. (Jackie Molloy/The New York Times)
Michelle Papka, directora del Centro Cognitivo y de Investigación, en su despacho de Springfield, N.J., el 6 de abril de 2021. (Jackie Molloy/The New York Times)

A pesar de la urgente necesidad de tratamientos para ralentizar o detener la enfermedad de Alzheimer, encontrar pacientes para los ensayos clínicos ha sido difícil y frustrante.

Los pacientes suelen ser mayores. Sus médicos tal vez no formen parte de una red de investigación. Y muchos pacientes con demencia nunca reciben un diagnóstico, ya sea porque sus médicos no les dicen qué les pasa o porque evitan averiguar que tienen la temida enfermedad.

“¿Cómo se puede reclutar cuando los pacientes no se dan cuenta de que son candidatos?”, preguntó Michelle Papka, directora del Centro Cognitivo y de Investigación, un centro de ensayos clínicos en Springfield, Nueva Jersey.

Su centro es uno de los 290 que buscan participantes para un nuevo estudio del fabricante de fármacos Eli Lilly and Co. que planea inscribir a 1500 pacientes. La empresa espera confirmar los resultados de su estudio más pequeño, de 76 semanas de duración, con 257 pacientes. En él se descubrió que el fármaco experimental donanemab ralentizaba de forma significativa el progreso del alzhéimer, la primera vez que un estudio sobre un fármaco modificador de la enfermedad cumplía sus objetivos principales.

“Me sorprendería que no fuera un estudio popular”, comentó John Dwyer, presidente de la Fundación de la Plataforma Global de la Enfermedad de Alzheimer, una red de centros de ensayos clínicos contratada por Lilly para ayudar a acelerar el reclutamiento de pacientes.

¿Pero de dónde saldrán los pacientes?

Tienen que tener el grado justo de deterioro cerebral; si es demasiado, probablemente sea demasiado tarde. Si es demasiado poco, puede que se tarde mucho en ver el efecto del fármaco, si es que lo hay. A menudo tienen que descubrir el estudio por su cuenta. Tienen que aceptar recibir infusiones regulares de lo que podría ser un placebo durante más de un año.

Además, si ellos o sus familiares han prestado atención al estado de la investigación de los fármacos para el alzhéimer, sabrán que un estudio tras otro de lo que parecía un tratamiento prometedor para el alzhéimer ha fracasado, hasta el punto de que algunas empresas, tras gastar miles de millones en intentos inútiles, decidieron abandonar el negocio de desarrollar fármacos para el alzhéimer.

Tres personas que llegaron a un centro de ensayos clínicos en Nueva Jersey el 26 de marzo, una brumosa mañana de viernes, ofrecen algunas respuestas sobre quién podría inscribirse y por qué.

Michael y Peggy Gross en Mahwah, Nueva Jersey, el 7 de abril de 2021. (Jackie Molloy/The New York Times)
Michael y Peggy Gross en Mahwah, Nueva Jersey, el 7 de abril de 2021. (Jackie Molloy/The New York Times)

Dijo: ‘De ninguna manera, yo no’

Hace unos años, Michael Gross, de 73 años, de Mahwah, Nueva Jersey, empezó a darse cuenta de que algo estaba mal. "Me confundía qué palabras usar, y seguía empeorando", señaló.

Sin embargo, Gross, director jubilado de una agencia de publicidad, se sorprendió cuando un médico le sugirió que se hiciera una punción lumbar para buscar proteínas que son una señal de alzhéimer. No podía tener esa enfermedad, pensó Gross.

“Dije: ‘De ninguna manera, yo no’”, comentó.

No obstante, lo hizo.

Lloró, se desesperó.

Entonces se preguntó qué podía hacer al respecto.

Optó por la dieta mediterránea. Empezó a hacer ejercicio. Empezó a hacer crucigramas y se suscribió a un programa de entrenamiento cerebral. Encontró un estudio en ratones que afirmaba que una luz brillante dirigida a sus cabezas ayudaba a combatir el Alzheimer. Compró la luz.

La enfermedad siguió avanzando. Ahora no puede recordar los detalles de una noticia mientras la lee.

Gross, aficionado a los Yankees de toda la vida, se sintió desconcertado el día que olvidó el nombre del exentrenador del equipo, Casey Stengel, y se empeñó en mantenerlo en su memoria.

“Todos los días me despierto y me digo: ‘Casey Stengel, Casey Stengel’”, añade.

Gross vio un anuncio en Facebook sobre el ensayo clínico de Lilly. Ese viernes por la mañana llegó a hacerse una prueba para ver si era apto. Consistía en un escáner cerebral para detectar una proteína, la tau, que se encuentra en las neuronas cerebrales muertas y moribundas. Si tenía muy poca tau, no sería apto.

Se sometió a otra prueba, una resonancia magnética del cerebro, y descubrió que había sido aceptado para el ensayo.

¿Y ahora, si no recibe el medicamento? ¿O si el fármaco falla?

Entonces buscará otros ensayos, dijo Gross. Incluso considerará un tratamiento del que ha oído hablar recientemente. “Te inyectan algo en la fosa nasal, y supuestamente te cura”, comentó.

Su mujer, Peggy, se sumó a la conversación.

“No hemos llegado a un punto en el que admitamos que no hay ayuda para él”, dijo.

‘Llegó a un punto en el que era algo muy real’

La siguiente paciente en llegar fue una mujer de 63 años que está inscrita en el ensayo y que ya ha recibido dos infusiones del fármaco o del placebo. Ella y su marido pidieron que no se utilizaran sus nombres porque aún no han revelado su diagnóstico a sus amigos y familiares.

Es una optimista alegre pero, debido a su enfermedad, deja que su marido sea el que más hable. Cuando su memoria empezó a flaquear hace unos años, ella y su marido lo atribuyeron al estrés de su trabajo como terapeuta ocupacional.

“Creo que no pensamos en el alzhéimer”, dice su marido.

No obstante, sus problemas de memoria continuaron, incluso después de dejar su trabajo. Iba a hacer las compras, con una lista, y se olvidaba de las cosas de la lista. Se le olvidaban las citas.

“Llegó a un punto en el que era algo muy real”, dijo su marido.

Llevó a su mujer a un neurólogo que le hizo una serie de pruebas. Los resultados no fueron buenos.

“Por primera vez pasó de un problema de memoria a algo alarmante”, comentó el marido. El 6 de marzo, una punción lumbar confirmó el probable diagnóstico: alzhéimer.

El hombre y su mujer estaban angustiados. Ningún medicamento, ningún cambio en el estilo de vida, había demostrado que podía alterar el curso de la enfermedad. Su médico no los remitió a un ensayo clínico, pero su hijo mayor, estudiante de segundo año de medicina, les encontró el ensayo de Lilly.

La mujer no espera una cura, pero dijo: “Espero no seguir empeorando. No quiero convertirme en una idiota balbuceante. Si puedo seguir así, seré feliz. Tejo con ganchillo, coloreo y paseo al perro”.

‘No habría una vacuna contra la COVID si la gente no se hubiera ofrecido’

Bob Lippman, de 78 años y residente de Summit, Nueva Jersey, recibió el diagnóstico de alzhéimer en noviembre de 2017, tras un año y medio de síntomas crecientes. Se enteró del ensayo de Lilly por Papka y fue aceptado. Recibió su segunda infusión en el centro de Nueva Jersey ese viernes por la mañana.

A Lippman ahora se le dificulta conversar, así que su esposa, Marlene, contó su historia.

“Repetía mucho las cosas y me preguntaba lo mismo una y otra vez”, señaló. “Se olvidaba de conversaciones enteras. Al principio pensé que era el envejecimiento normal”.

Sin embargo, después de escuchar a un ponente de la Asociación de Alzheimer en Sage Eldercare, una organización sin fines de lucro cerca de su casa en Summit, Nueva Jersey, se dio cuenta de que lo que su marido estaba experimentando no era normal.

Las pruebas de memoria confirmaron esos temores, y un escáner cerebral que detecta el amiloide, las rígidas bolas de placa que son el sello distintivo de la enfermedad de Alzheimer, concretó el diagnóstico.

Empezó a hacer planes: rehacer los testamentos y los poderes notariales. Encontró un grupo de apoyo para cuidadores en Sage, así como el ensayo de Lilly.

Tiene claro qué es lo que puede esperar. Si su marido recibe el fármaco y no el placebo, y si el fármaco es tan eficaz como lo fue en el pequeño estudio inicial, “en el mejor de los casos podría retrasar el curso de su deterioro”, dijo. “Desde luego, no va a curarlo”.

“Nuestro principal incentivo es ayudar a otras personas y hacer avanzar la investigación”, añadió. “No habría una vacuna contra la COVID si la gente no se hubiera ofrecido como voluntaria”.

This article originally appeared in The New York Times.

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