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Algoritmos: así se fragua de manera invisible el odio que has vivido en estas elecciones

Enfrentamientos entre simpatizantes de VOX y de Unidas Podemos en Vallecas. (Getty Images)
Enfrentamientos entre simpatizantes de VOX y de Unidas Podemos en Vallecas. (Getty Images)

Las elecciones para la Comunidad de Madrid han vuelto a evidenciar la profunda fragmentación entre las diferente posturas políticas. Si gran parte de la culpa de esta polarización social reside en la retórica extremista de unos partidos y otros, también hay un elemento que ha contribuido a que el clima fuera irrespirable durante la campaña: los algoritmos en las redes sociales de una buena parte de los votantes.

Detrás de cada publicidad de Facebook, de cada feed de Twitter y de cada sugerencia de YouTube hay un algoritmo diseñado específicamente para que los usuarios consuman sin medida. Cada click abre las puertas de una realidad subliminal que comienza con el rastreo constante de nuestras preferencias y de nuestros gustos. De esta manera recibimos un sutil bombardeo de contenido cada vez más personalizado según nuestros intereses, a veces fruto del morbo y otras de la inquietud. Cuanto más tiempo se pasa en la plataforma de turno, más efectivo es ese algoritmo y más marcado es el camino que recorremos… o, más bien, que nos hacen recorrer.

Muchas veces no le damos importancia a cómo el algoritmo influye en el flujo del contenido que consumimos, sobre todo cuando nuestros intereses son los vídeos de gatitos o los mejores juegos de petanca de la historia. Cuando éstos se repiten uno detrás de otro y luego conectan con perritos o canciones de Los Panchos lo único que parecen encenderse son nuestros niveles de dopamina. Y así pueden pasar las horas, sumidos en lo inocuo. Pero cuando en época de campaña electoral le damos ‘like’ a un vídeo que publica uno de nuestros contactos de Facebook con el título:“Aquí Santiago Abascal describe perfectamente al fantoche de Pablo Iglesias”; o retuiteamos una noticia con el titular: “Pablo Iglesias: El PP necesita al fascismo para mantener el Gobierno”, o YouTube nos sugiere reproducciones donde ciudadanos critican a Isabel Díaz Ayuso por llamar “mantenidos” a aquellos que forman parte de las colas del hambre en Madrid, entonces, la espiral de contenido se comienza a envenerar.

Isabel Diaz Ayuso arrasó en las elecciones regionales en Madrid. REUTERS/Susana Vera
Isabel Diaz Ayuso arrasó en las elecciones regionales en Madrid. REUTERS/Susana Vera

Este tipo de noticias, artículos de opinión y crónicas han existido toda la vida. La única y trascendental diferencia es que antes quedaban en las ondas, en los televisores o en el papel, y ahora van conectando de manera ilimitada con contenido relacionado en las plataformas sociales. Es decir, si uno se deja llevar, acaba siendo arrastrado por la propaganda política, por las teorías conspirativas, por las teorías de pseudocientíficos o pseudomédicos y contenidos abusivos que podrían llegar a hacernos vivir en una realidad paralela. Esto puede quedar en nada, pero también puede influir en la intención de voto, polarizar a la población o llegar a extremos como el autor de la matanza de Christchurch, Nueva Zelanda, en marzo de 2019, que se nutrió de vídeos sobre supremacía blanca que acabaron influyendo de manera dramática en su frágil y psicopática personalidad.

El cómo está montado el lucrativo circo tecnológico está teniendo muchísimo que ver en la radicalización de la sociedad. No sólo lo hemos visto en Madrid durante la agitada campaña electoral, también se experimentó en Cataluña con los disturbios independentistas y a nivel nacional. Quizás los ejemplos más claros se encuentran en Estados Unidos con los seguidores de Donald Trump que decidieron atacar el Capitolio el 6 de enero o en procesos electorales como los de Ucrania. Esta propagación de extremismos preocupa tanto, que los Gobiernos están tratando de entender mediante cómo poner freno al poder de las redes sociales.

Uno de los más activos es el de EE.UU., donde los CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, o de Twitter, Jack Dorsey, se han sometido a las preguntas de los responsables políticos en el Senado. Las plataformas defienden que aplican filtros o eliminan contenidos nocivos, aunque en la realidad, Facebook se ha convertido en la cuna de la desinformación durante la pandemia. Quizás uno de los ejemplos más claros es el grupo ‘Stop the Steal’, que durante semanas albergó a personas convencidas de que las elecciones de EE.UU. fueron un fraude. Precisamente en EE.UU. se está poniendo en marcha la ley de Protección a los Estadounidenses de los Algoritmos Peligrosos, que busca responsabilizar a las grandes plataformas sociales por formar parte de esta “amplificación algorítmica de contenidos dañinos y radicales que conducen a la violencia fuera de la red”.

El CEO de Twitter, Jack Dorsey, durante su comparecencia en el Senado de EE.UU. en noviembre (Getty Images)
El CEO de Twitter, Jack Dorsey, durante su comparecencia en el Senado de EE.UU. en noviembre (Getty Images)

La campaña electoral en Madrid ha dejado episodios vergonzosos como los que ocurrieron en un acto de VOX en Vallecas, donde decenas de personas atacaron a los militantes y a la policía durante un mitin; o con las amenazas de muerte que han sufrido miembros del Gobierno o candidatos a gobernar en Madrid, como Iglesias. Estos incidentes son la punta del iceberg y quedan amplificados por los algoritmos. Las etiquetas que los políticos colocan a sus adversarios (fascistas, comunistas, 'trumpistas' -por Donald Trump-, bolivarianos …) no ayudan a calmar los ánimos y tampoco lo hacen las exageraciones casposas donde se afirma con demasiada facilidad que si gana uno llegará el comunismo y si gana el otro, el fascismo. Poco se ha sabido de los programas electorales y la línea que han seguido unos y otros es la de la crispación. Este cóctel ha conseguido que haya primado el odio retransmitido y retroalimentado con mensajes canalizados en las redes sociales.

Por mucho que poco a poco comience a aparecer una legislación que proteja a los consumidores, la última palabra la tiene la ciudadanía. Es nuestra la responsabilidad final de dedicar más o menos tiempo en plataformas que nos pueden llevar por un camino equivocado.

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