La acusación formal cierra el círculo de la historia de Trump

El expresidente Donald Trump pronuncia un discurso en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en National Harbor, Maryland, el 4 de marzo de 2023. (Haiyun Jiang/The New York Times)
El expresidente Donald Trump pronuncia un discurso en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en National Harbor, Maryland, el 4 de marzo de 2023. (Haiyun Jiang/The New York Times)

WASHINGTON — Hubo un tiempo, no hace mucho en realidad, en el que Donald Trump dijo que se preocupaba por la inviolabilidad de la información clasificada. Eso, por supuesto, fue cuando su adversaria fue acusada de ponerla en peligro y fue un arma política útil para Trump.

A lo largo de 2016, fustigó a Hillary Clinton por utilizar un servidor de correo electrónico privado en lugar de uno gubernamental seguro. “Voy a hacer cumplir todas las leyes relativas a la protección de información clasificada”, declaró. “Nadie estará por encima de la ley”. El manejo negligente que Clinton hizo de la información sensible, dijo, “la descalifica para la presidencia”.

Siete años después, Trump se enfrenta a cargos penales por poner en peligro la seguridad nacional al llevarse documentos clasificados cuando abandonó la Casa Blanca y negarse a devolverlos todos incluso después de que se le exigió hacerlo. Hasta en el ámbito de lo que va y viene de la política estadounidense, es bastante sorprendente que el asunto que ayudó a llevar a Trump a la Casa Blanca en primer lugar amenace ahora con arruinar sus posibilidades de regresar a ella.

La acusación presentada el jueves por un gran jurado federal a petición del consejero especial Jack Smith cierra el círculo de la historia de Trump. “Enciérrenla”, coreaban las multitudes en los mítines de campaña de Trump para su complacencia. Ahora, puede ser él el encerrado si es condenado por alguno de los siete cargos denunciados que incluyen asociación delictuosa para cometer obstrucción de justicia y retención intencionada de documentos.

Esta acusación es la segunda presentada contra el expresidente en los últimos meses, pero en muchos aspectos eclipsa a la primera tanto en gravedad jurídica como en peligro político. La primera acusación, anunciada en marzo por el fiscal del distrito de Manhattan, acusaba a Trump de falsificar registros empresariales para encubrir el pago de un soborno a una actriz de cine para adultos que alegó que habían mantenido una relación sexual. La segunda la presenta un fiscal federal en representación de toda la nación, la primera en la historia de Estados Unidos contra un expresidente, y se refiere a los secretos de la nación.

Mientras que los partidarios de Trump han tratado de desestimar la primera como el trabajo de un demócrata electo local en relación con cuestiones que, aunque indecorosas, en última instancia parecen relativamente insignificantes y ocurrieron antes de que él asumiera el cargo, las últimas acusaciones se derivan directamente de su responsabilidad como comandante en jefe de la nación para salvaguardar los datos que podrían ser útiles a los enemigos de Estados Unidos.

El expresidente Donald Trump, un candidato a la nominación presidencial del Partido Republicano, en un evento de campaña en Manchester, Nuevo Hampshire, el 27 de abril de 2023. (Sophie Park/The New York Times)
El expresidente Donald Trump, un candidato a la nominación presidencial del Partido Republicano, en un evento de campaña en Manchester, Nuevo Hampshire, el 27 de abril de 2023. (Sophie Park/The New York Times)

Puede que a los votantes republicanos no les importe que su líder dé dinero a una estrella porno para que guarde silencio, pero ¿también serán indiferentes en caso de autoridades que intenten recuperar material clandestino?

Tal vez. Desde luego, Trump así lo espera. La acusación de Manhattan solo pareció aumentar sus índices de popularidad más que perjudicarlo. Por eso, de inmediato afirmó que la última acusación era parte de la conspiración más extravagante de la historia de Estados Unidos, una conspiración que, según él, parece implicar a una amplia gama de fiscales locales y federales, grandes jurados, jueces, demandantes, reguladores y testigos que han mentido durante años para tenderle una trampa, mientras que él es el único que dice la verdad, sin importar cuáles sean los cargos.

“Nunca creí posible que algo así pudiera ocurrirle a un expresidente de Estados Unidos, que recibió muchos más votos que cualquier presidente en funciones en la historia de nuestro país y que actualmente lidera, por mucho, a todos los candidatos, tanto demócratas como republicanos, en las encuestas de las elecciones presidenciales de 2024”, escribió en sus redes sociales, haciendo múltiples afirmaciones engañosas en una sola frase. “¡SOY UN HOMBRE INOCENTE!”.

En cuanto a Clinton, si acaso sentía un poco de alegría por la desgracia ajena la noche del jueves, siendo ella la candidata derrotada, no lo dijo. Pero ella y sus aliados siempre han creído que el hecho de que James Comey, el entonces director del FBI, reabriera la investigación de su correo electrónico unos días antes de la elección de 2016 le costó la victoria que tantas encuestas habían pronosticado.

Trump tratará de poner a sus partidarios en contra de sus perseguidores, con el argumento de que está siendo perseguido porque a él sí se le acusó formalmente mientras que eso no sucedió con Clinton.

No importa que los hechos sean distintos, que él pareciera haber hecho todo lo posible para frustrar intencionadamente a las autoridades que trataban de recuperar los documentos secretos durante meses mientras los investigadores concluían que Clinton no tenía la intención de violar la ley. Pero será un argumento político útil para Trump insistir en que es víctima de doble moral.

Por qué no reconoció el posible peligro político derivado de manejar mal información clasificada y tener más cuidado al respecto durante la campaña de 2016 es otra cuestión. Pero pasó gran parte de su presidencia haciendo caso omiso de las preocupaciones sobre la seguridad de la información y las normas sobre la conservación de documentos gubernamentales.

Divulgó información ultraconfidencial a funcionarios rusos que lo visitaban en el Despacho Oval. Publicó en internet imágenes sensibles de Irán obtenidas por satélite. Siguió utilizando un teléfono móvil inseguro incluso después de que le dijeron que el dispositivo era monitoreado por agencias de inteligencia rusas y chinas. Rompió documentos oficiales y los tiró al suelo una vez que terminó con ellos, a pesar de que las leyes exigen que se guarden y cataloguen, mientras sus ayudantes iban tras él, recogiendo los fragmentos y pegándolos de nuevo con cinta adhesiva.

Incluso cuando se enfrentaba a las consecuencias de sus actos, nunca se mostraba preocupado. Al fin y al cabo, era el presidente y podía hacer lo que quisiera. Incluso durante la investigación sobre los documentos clasificados que se llevó a Mar-a-Lago, se ha defendido afirmando que tenía el poder de desclasificar cualquier cosa que quisiera con solo pensarlo.

Pero ya no es presidente. Ahora se enfrentará no solo a los votantes de las elecciones primarias que decidirán si ha sido inhabilitado para la presidencia, sino a un fiscal que afirma que hará cumplir las leyes relativas a la protección de información clasificada.

Será fichado como un criminal acusado y, a menos que ocurra algo imprevisto, en última instancia será juzgado por un jurado de sus iguales.

Qué diferencia hacen siete años.

c.2023 The New York Times Company