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200 horas después del desplome en la mina El Pinabete, el rescate aún no llega y el fantasma de Pasta de Conchos ronda la zona

Los mineros de El Pinabete, Coahuila
Los mineros de El Pinabete, Coahuila

Sentadas en círculo en sillas de plástico y alrededor de velas, cinco mujeres rezan en voz baja y monótona, casi imperceptible. 

“Santa María, madre de Dios, te rogamos, señora, escúchanos…”, piden al unísono, mientras las llamas anaranjadas de las velas titilan junto a una figura de la Virgen de Guadalupe y la fotografía de uno de los 10 mineros atrapados en el pozo carbonífero de El Pinabete, en el municipio de Sabinas, al norte de Coahuila.

Desde que este miércoles se cumplió una semana del siniestro en el que la mina quedó inundada de agua, el ánimo entre los familiares ha ido decayendo con cada hora sin noticias de sus seres queridos. “Aún confiamos en el milagro”, dicen todavía algunas de las mujeres que acompañan los rezos en un silencio plomizo, agotado. Pero lo cierto es que, a nueve días ya del accidente, más de 200 horas después, mantener la esperanza se ha vuelto cada vez más difícil, incluso para las más creyentes, quienes la noche del jueves realizaron una caminata con veladoras para reafirmar su fe en ese milagro. 

Cecilia Cruz es de las personas que han comenzado a prepararse mentalmente para lo que pueda suceder. Todavía repite como un mantra que “ojalá y Dios quiera” que los mineros sigan con vida, pero cada vez ve más complicado que su sobrino Sergio Gabriel Cruz Gaytán, de 41 años, salga caminando del pozo en el que desapareció luego de que se escuchara un estruendo bajo la tierra. 

“Solo sabemos lo que le dicen a mi hermano allá adentro”, dice Cecilia encogiéndose de hombros, mientras espanta unas moscas tan pegajosas como el sofocante calor que golpea la tierra coahuilense, repleta de carbón en sus entrañas. 

Cecilia se refiere así al otro campamento, el que está del otro lado del área restringida que establecieron los elementos de la Guardia Nacional y que está más cerca del área siniestrada. Ahí permanecen los familiares más directos de los mineros atrapados, aunque en el otro campamento, donde está Cecilia junto a los medios de comunicación que aún permanecen en el lugar, también hay padres, hijos y hermanos de los mineros.

Uno de ellos es el señor Antonio Cabriales, un hombre de 81 años que pide desesperado que lo dejen bajar al pozo a tratar de rescatar a su hijo, Mario Alberto Cabriales Uresti, de 41 años. Otra es Angélica Montelongo, que no se separa del altar que levantó a San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles, para pedir por su hermano, Jaime Montelongo Pérez, un veterano minero de 61 años que, pese a que ya estaba pensionado, continuaba bajando al pozo en busca de carbón y un sustento. 

“Todos los días escuchamos que dicen: ‘Ahora sí, ya bajó el agua. Ya mero van a entrar los buzos a rescatarlos’. Pero, hasta ahorita, no sabemos si ya entraron o qué están haciendo”, lamenta angustiada la mujer, que baña a su bebé en una cubeta, ante la falta de instalaciones en los alrededores del pozo carbonífero accidentado. 

Velada en Coahuila
Velada en Coahuila

“Mucha negligencia y pérdida de tiempo”

Hasta ahora, las autoridades gubernamentales han informado que van extraídos más de 150 mil metros cúbicos del agua que inundaba la mina y que ahora se escurre turbia por una vereda que pasa a escasos metros del campamento de los familiares. Y ayer viernes, Protección Civil federal afirmó durante la conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador que ya existen “todas las condiciones” para descender a la mina para hacer un nuevo intento de rescate. El propio mandatario ha insistido públicamente en que se está trabajando día y noche para llevar a cabo el rescate. 

“El presidente vino aquí a vernos (el pasado domingo 7 de agosto), para darnos unas palabras de esperanza. Nos dijo que confiáramos, que todo iba a estar bien, pero pasan los días y vemos que no pasa nada. Por eso ya muchas veces pensamos lo peor”, dice Cecilia con un hilo de voz. 

“Ha habido mucha negligencia y mucha pérdida de tiempo”, tercia otra familiar, visiblemente molesta, que afirma no entender por qué en las conferencias mañaneras la coordinadora nacional de Protección Civil, Laura Velázquez, insiste en que ya hay condiciones para realizar el rescate y luego este no se concreta. 

“¿Para qué nos dicen eso si luego no lo cumplen? Nada más nos genera más angustia”, se queja la mujer. 

A estas alturas —el noveno día, más de 200 horas después del desplome—, el fantasma de la mina de Pasta de Conchos, ubicada a tan solo unos kilómetros de distancia de El Pinabete y donde en 2006 un grupo de 65 mineros se quedó atrapado tras una explosión fatal, comienza a apoderarse del desgastado ánimo del campamento. Nadie aquí quiere escuchar ese nombre, pero a todos les ronda por la cabeza lo sucedido con aquellos hombres que, 16 años después, continúan sepultados bajo la mina de carbón.  

“Queremos que nos los entreguen. Así sea vivos o muertos, pero que los entreguen”, hace hincapié la señora Cecilia. 

“No queremos que un día lleguen y digan: ‘Pues mejor ya tápenle ahí y ahí queda’. ¡Porque eso ya ha pasado! —exclama la mujer, elevando el tono de voz con el que habla regularmente—. Así pasó en Pasta de Conchos. Explotó la mina, murieron todos y ahí los dejaron abandonados. Es el mayor temor de nosotros —dice señalando con la barbilla a su marido, un hombre de mostacho frondoso y rostro agrietado por el sol, también minero—. Por eso exigimos a nuestras autoridades que nos entreguen a nuestros muchachos, sea como sea, pero que nos los entreguen”.

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