Los 100 años de Maureen O'Hara, la "reina del Technicolor" y pionera del movimiento #MeToo

En algún momento el colectivo #MeToo tendrá que hacerle un reconocimiento público a Maureen O'Hara. A su llegada a Hollywood en 1938, el temperamento irlandés, rebelde e indomable de la futura gran estrella del cine chocó de frente con una industria a la que nadie le cuestionaba en ese momento su perfil machista.

O'Hara, esa chica brava capaz de plantarse frente a los más duros de la pantalla cumpliría 100 años este lunes 17. Además de su talento, su belleza y su lugar indiscutido en el firmamento estelar de Hollywood, la actriz irlandesa por excelencia hoy merece el recuerdo por haber sido una pionera en la reivindicación del lugar de la mujer en ese mundo.

"Siempre me negué a acostarme en el diván del casting y supe que eso me iba a costar varios papeles. Pero jamás estuve dispuesta a interpretar a una prostituta. Esa no era yo", contó en su autobiografía, 'Tis Herself (algo así como "Es ella misma") y publicada en 2004, cuando O'Hara ya era octogenaria y el escenario al cual se enfrentó ya había quedado atrás. Ese libro hoy podría funcionar como una suerte de prólogo simbólico del movimiento surgido en la década siguiente.

Lo que O'Hara soportó con una valiente negativa frente al avance de poderosos hombres de la industria acostumbrados a intimar con las estrellas de sus películas en el Hollywood dorado fue un anticipo de los padecimientos de las víctimas de personajes como Harvey Weinstein. Hasta que la cadena de silencio se rompió definitivamente.

Su lugar de pionera en esa causa estuvo siempre en línea con la actitud decidida que mostraban sus personajes clásicos. Maureen O'Hara siempre la peleaba. No retrocedía ni un paso frente al avance de sus galanes. Tenía como aliada una belleza extraordinaria. Gracias al encendido tono pelirrojo de su cabellera y a la profunda belleza de sus ojos verdes fue bautizada para siempre como "la reina del Technicolor".

Su lugar en el firmamento de Hollywood siempre fue el de la heroína romántica. Por eso en la mayoría de sus películas el romanticismo siempre se mezclaba con la aventura. Era costumbre verla en los westerns, en las historia de capa y espada o en algún lugar exótico participando de hechos extraordinarios, pero siempre con un toque diferente nacido de ese costado intimista que tan bien sabía enriquecer. Su carácter indómito y desafiante hacía el resto.

Había nacido cerca de Dublín el 17 de agosto de 1920 como Maureen FitzSimmons y se definía como una "chica católica dura y resistente". Empezó muy joven en la radio y de allí pasó al teatro, aunque siempre reconoció que su sueño frustrado era el de convertirse en soprano y cantar ópera. Su llegada a una obra protagonizada en Londres por Charles Laughton fue providencial. Terminó acompañándola a Hollywood con el papel de Esmeralda en la mano para acompañar a Laughton como El jorobado de Notre Dame (1939). El estrellato ya estaba a la vuelta de la esquina con esa aparición fulgurante, acompañada ese mismo año con su papel protagónico en La posada maldita, de Alfred Hitchcock, también junto a Laughton.

Dos años después comenzó la alianza más feliz de la carrera en el cine de O'Hara, la que selló con otro irlandés colosal, John Ford. El ideal de heroína de Ford (belleza más bravura en dosis bien armónicas) se reflejó a la perfección en las cinco películas que O'Hara hizo con el director, ¡Qué verde era mi valle!, El hombre quieto, Río Grande, Cuna de héroes y Escrito bajo el sol. "Gracias a John Ford, una actriz espléndida como O'Hara interpretó algunos de los mejores papeles femeninos del cine norteamericano entre 1941 y 1957", diría años después Francois Truffaut.

Así como se convirtió en la preferida de Ford, O'Hara también se ganó ese lugar en el corazón de John Wayne, el actor predilecto del realizador. A las tres películas de Ford que protagonizaron Wayne y O'Hara (El hombre quieto, Río Grande y Escrito bajo el sol) se sumaron luego un par de títulos más. En los sets nació una amistad de hierro que tuvo todo el tiempo devolución mutua de gentilezas y hasta rumores de algún romance secreto.

"Maureen es mi tipo de mujer. Casi todos mis amigos son hombres, con excepción de ella", dijo el actor. Peter Bogdanovich, que conoció bien a los dos, ratificó estos dichos. A la vez, O'Hara hizo en su autobiografía el más entrañable relato de los últimos días de Wayne, enfermo de cáncer y muy deprimido.

O'Hara tuvo muchas oportunidades para lucirse en las décadas de 1940 y 1950. El "radiante Technicolor" de ese tiempo se destacaba especialmente alrededor de su presencia. En 1941 protagonizó un curioso musical en tono de comedia, Se conocieron en la Argentina (They Met in Argentina), la última muestra de la "política de buenos vecinos" que expresó desde el cine la intención de Estados Unidos de mejorar la relación con los países de América latina a partir de la Segunda Guerra Mundial. Hablada en inglés, mostraba a O'Hara como una joven argentina en medio de dos galanes que se disputaban su amor, un deportista rioplatense (el galán y cantante de tangos uruguayo Alberto Vila) y un millonario texano (James Ellison). La película era ingenua y amable, pero su estreno no fue autorizado por los censores de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, según recuerda Diego Curubeto en el libro Babilonia gaucha. Se cuenta allí que había quedado en la memoria el recuerdo reciente de otra película de Hollywood, la comedia Burlones burlados (Argentine Nights), que a juicio de esos evaluadores ridiculizaba a nuestro país. En Uruguay, la película con Maureen O'Hara llegó a los cines sin problemas, gracias a la popularidad de Vila.

En esas dos décadas fue una estrella con todas las letras, pero pudo haber llegado más lejos si aceptaba someterse a las reglas no escritas del Hollywood de entonces. "Por no haber permitido que el productor o el director me besen cada mañana o me toqueteen, han contado por toda la ciudad que yo no soy una mujer, sino una fría estatua de mármol. Supongo que Hollywood seguirá sin considerarme otra cosa que no sea un frío trozo de mármol hasta que me divorcie de mi marido, abandone a mi bebé y ponga mi nombre y fotografía en todas las portadas. Si esa es la idea que Hollywood tiene de lo que debe ser una mujer, estoy preparada para marcharme ahora", dijo en un momento. Toda una declaración de principios.

Tuvo un primer matrimonio breve con el guionista y productor George H. Brown. Luego se casó con "el peor hombre" de su vida, el también guionista y director Will Price, que le dio un hijo, y encontró la felicidad con su último marido, un alto militar retirado, Charles Blair, que había sido el primer piloto en alcanzar con un vuelo en solitario el Polo Norte. Se casaron en 1968 y una década después el hombre murió en un accidente aéreo.

A partir de allí, O'Hara hizo una película más (el western Gigante entre los hombres, su último encuentro en la pantalla con Wayne) y decidió retirarse a vivir entre una casa en Irlanda y otra en la isla caribeña de St. Croix. Tuvo un fugaz regreso en 1991 como figura de la comedia Yo, tú y mi mamá, junto a John Candy, y sucesivos problemas de salud (ataques cardíacos, pérdidas de memoria) la fueron distanciando todavía más. Murió a los 95 años mientras dormía, el 24 de octubre de 2015. Dicen que lo último que escuchó fue la música de El hombre quieto, su película preferida. Su bello y memorable papel en ese film llevó a su partenaire, de nuevo John Wayne, a decir: "Prefiero vérmelas con un matón de dos metros a tener que enfrentarme con ese huracán devastador que se llama Maureen O'Hara".

Unos pocos clásicos de la gran carrera de la actriz pueden verse en la Argentina a través del streaming. Por suerte, ese puñado de títulos incluye algunas de sus mejores apariciones:

La posada maldita (Jamaica Inn, 1939)

Realizada a instancias de Charles Laughton, productor y principal figura del elenco, es la última película de Alfred Hitchcock filmada en Inglaterra antes de que el director se instale en Estados Unidos. Hitchcock nunca estuvo del todo satisfecho con los resultados artísticos de una obra en la que no pudo tener todo el control, pero de todas maneras consiguió que O'Hara se destaque interpretando a una joven huérfana llegada de Irlanda a Cornualles para instalarse en la posada de mala muerte donde transcurre la acción. Disponible en Qubit TV.

¡Qué verde era mi valle! (¡How Green Was My Valley!, 1941)

Un hombre está a punto de dejar su pueblo en una zona minera de Gales y antes de hacerlo empieza a recordar su vida en tiempos de su infancia, las vicisitudes cotidianas de su familia y el descubrimiento, a veces divertido y a veces ingrato, de las responsabilidades que aparecen mientras uno va creciendo. Una de sus hermanas es el personaje de O'Hara, figura femenina central de una película definida por el crítico y director español José Luis Garci como "una mirada sobrecogedora del paso del tiempo y de la vida" con la mirada humanista de Ford en su plenitud. Disponible en Qubit TV.

El cisne negro (The Black Swan, 1942)

"Mis primeros besos reales los tuve con los galanes de mis películas. De repente estaba besándome con Tyrone Power", escribió O'Hara en su autobiografía sobre el actor que la acompañó en una de sus apariciones iniciales como gran protagonistas del cine de la época dorada de Hollywood, en este caso una inconfundible aventura de piratas, del cine de capa y espada que encontraba a la actriz como figura ideal por su rara mezcla de audacia y ternura. De no haber fallecido tan prematuramente, Power hubiese sido un compañero ideal para las películas de aventuras protagonizadas de allí en adelante por O'Hara. Disponible en Movistar Play y Fox Play.

De ilusión también se vive (Miracle in 34th. Street, 1947)

Uno de los relatos navideños más tradicionales y clásicos del Hollywood dorado, cuyo título original es Miracle in 34th Street. La historia de un anciano que les hace creer a todos que es el verdadero Papá Noel se convirtió en una de las imágenes características de la mirada que tiene el cine estadounidense de esa celebración. O'Hara está acompañada aquí por John Payne y Natalie Wood, en una de sus primeras apariciones. Disponible en Movistar Play y Fox Play.

Río Grande (1950)

Ultimo título de la magistral Trilogía de la Caballería, que muestra a un coronel que había sido separado de su mujer y de su hijo durante la Guerra Civil hasta que la familia se reencuentra en medio de los enfrentamientos entre el ejército y los apaches en la frontera con México. O'Hara luce todo su esplendor de gran heroína romántica, aguerrida y tierna a la vez, y su química en la pantalla con Wayne es inmediata y perfecta. En su exhaustivo libro biográfico sobre Ford, Joseph McBride define a Rio Grande como una gran historia de amor en la madurez. Disponible en Netflix.

El hombre quieto (The Quiet Man, 1952)

"Preparamos mucho el guion, fuimos trazando la historia con mucho cuidado, pero de modo que si se presentaba una oportunidad de hacer comedia pudiéramos meterla", le contó John Ford a Peter Bogdanovich sobre el armado de una de las grandes obras del director. La película es un regreso nostálgico y profundo hecho por Ford desde su memoria a la tierra de sus padres irlandeses, con sus costumbres, rituales, hábitos, reacciones y sueños. "Es un canto al paraíso perdido", sintetizó el crítico español Angel Fernández-Santos. Wayne y O'Hara representan ese imaginario como una pareja perfecta. Disponible en Qubit TV.

El gran McLintock (McLintock, 1963)

Tenía que llegar en algún momento la película que reuniera a John Wayne y a Maureen O'Hara en clave de comedia, para que ambos explotaran al máximo las posibilidades cómicas de su temperamento aguerrido. Llegó en esta historia del Oeste que apuesta a algunos estereotipos, pero cuenta con momentos de genuina diversión. Los dos actores se sacan chispas y explotan al máximo sus respectivas vis cómicas. Lo que aportan en sus encuentros como perro y gato (conforman una pareja separada que se reencuentra en un momento muy especial) es mucho más atrayente que la película misma. Todo gira en realidad al servicio del lucimiento de ambos. Disponible en Movistar Play y Fox Play.