¿Órgano lactífero o fuente de sensualidad?, el seno en la literatura

CIUDAD DE MÉXICO, mayo 9 (EL UNIVERSAL).- Los senos son denominados a través de diferentes acepciones, pero para alcanzar el término "pecho femenino", una de las formas más coloquiales de referirnos a los senos de una mujer, tuvieron que pasar muchas y variadas alteraciones en la lengua. De la mano de estas transformaciones, van acompasadas una serie de relatos populares, parte de la cultura tradicional, donde se connotó el simbolismo de las mamas, principalmente, como proveedoras de alimento.

En un recuento de la Biblioteca Virtual "Miguel de Cervantes" se registra que uno de los primeros en hablar de los senos, traducción de la palabra cavidad en latín, fue Valerio Máximo (siglo 14-37 d.C.), en sus "Hechos y dichos memorables". El escritor romano, dedicado a entretener al emperador Tiberio por medio de sus relatos, describió la historia de una joven que amamantaba a su propia madre. Esa sería la primera versión de una infinitesimal lista de versiones que, todavía hoy, nos acompañan hasta la hartura.

La historia relata que la joven, apiadada de la condena de muerte a la que es sometida su madre, una mujer de edad avanzada que apenas probaba bocado dentro de la prisión, ya que estaban prohibido su introducción en cautividad, la provee de leche materna.

La versión más antigua de este relato, proviene de la pluma de Giovanni Boccaccio, quien describe la historia planteada por primera vez por Máximo:

"Obtuvo y recabó que la dejasen entrar dentro y a la madre que perecía de fambre socorrió con sus tetas, abundaba de leche porque era recién parida.

"En fin, continuando algunos días, comenzóse de maravillar el que la guardaba cómo vivía tanto sin comer y, secretamente, púsose a mirar qué es lo que facía.

"Y vio cómo se sacaba las tetas y las ponía en la boca a su madre.

"Y maravillándose de la piedad y modo nunca acostumbrado de criar y alimentar de nueva manera a la madre, contólo al carcelero y el carcelero al Juez y presidente y el presidente al Consejo público.

"Por lo cual, de común consentimiento de todos, fue relajada la pena de la madre, la cual merecía, y fue dada en don y gracia por la piedad y amor de la hija".

Pero esta historia no sólo se presentó reiterativamente en la literatura, sino que hasta grandes pintores como Pedro Pablo Rubens (siglo XVII) y Caravaggio (siglo XVII) usaron esta narrativa para retratarla en parte de sus óleos. Este último, incluyó la escena en su obra "Las siete obras de misericordia" (1607), en la que trataba de exaltar las acciones que vindicaban a la humanidad, una de ellas fue la virtuosidad de visitar a presas y presos, convalecientes y abastecerlos de alimento.

Más tarde, el romanticismo retomó la historia con sus respectivas suertes, claro está, parte de la interpretación de una serie de relatores que ajustaron la historia como mejor le convenía a la memoria. Uno de los vestigios que se conservan sobre una de las versiones del relato, en los albores de este movimiento cultural, fueron los versos de Francisco de Guzmán en su obra "Triunfos":

"A muerte fue por mala condenada

La madre de la hija más piadosa

Que Tulia más arriba ya nombrada

La hija de Servilio maliciosa.

La cual mujer, en cárcel encerrada

Por no le dar la muerte vergonzosa

querían que de hambre se muriese

do nadie su pecado conociese.

La hija de la cual entrar podía

A verla cada hora que quisiese,

Mirándola contino si metía

Viandas a la madre que comiese.

Mas viendo ya que muerta ser debía

Buscó la guardia modo que pudiese

Secretamente ver de qué manera

Vivía la cuitada prisionera.

Y solas otra vez las dos estando

Miró por cierta parte muy secreta

Y vio a la triste madre que mamando

La hija sustentaba con la teta.

Lo cual el carcelero publicando

Mandaron por justicia harto recta

Que fuese, por la hija ser tan buena,

La mala madre libre de la pena."

Y si bien, cada una de estas versiones padeció una serie de escisiones, en cada una de ellas, existe una carga simbólica con respecto a la leche materna por medio de un significado sagrado. Y la humanidad, asidua a apegarse a la creencia de mitos, adoptó esta metáfora como ley regidora de la realidad. De ahí, derivaron tres historias que perduraron a lo largo de distintas épocas y civilizaciones: la Vía láctea, el nacimiento del hijo serpiente y la piedra de leche.

La relación entre la leche materna y la Vía láctea se sitúa en la mitología griega. Cuando Atenea, protectora de Hércules, trata de rescatarlo de las manos de era Hera, el bebé se aferra tanto al pecho de la diosa del Olimpo, que al lograr desasirse de él y derramar leche proveniente de su seno, se originó la Vía Láctea.

El hijo serpiente es un mito en que una mujer rompe con la costumbre de evitar la ducha, durante la menstruación; acude al río y es fecundada por una serpiente. La criatura que nace es humano durante las horas en que el Sol cubre la Tierra y se convierte en un ofidio por las noches.

La piedra de la leche, finalmente, retrata las practicas que se realizaban en la antigua Grecia. A las mujeres embarazadas se les colocaba un amuleto hecho de piedras e hidromiel, pues se tenía la creencia que eso produciría más leche en el seno de la mujer.