Anuncios

Las mujeres de Julio Cortázar

Julio Cortázar por Sara Facio en 1967.
Julio Cortázar por Sara Facio en 1967.

Un hombre puede ser varios hombres, según sus amores. Un amor puede ser varios amores, según ese hombre. “Yo tuve unos amores infantiles terribles, muy apasionados, llenos de llantos y deseos de morir”, decía Julio Cortázar en alguna entrevista que cita Mario Goloboff en la biografía Leer a Cortázar (Ediciones Continente). “Los venenos” es un cuento que pinta esos sentimientos tan claroscuro que agitan la infancia. Hay una niña, una máquina de matar hormigas, hay traición. A lo largo de su vida, el autor de Bestiario fue acompañado por algunas mujeres que dejaron huella en su línea de tiempo.

Cuando un autor muere, lo que queda son sus obras, las palabras que dejó a su paso, los relatos que se siguen repitiendo, que lo cuentan, lo describen, lo reinventan. De los amores sobreviven nombres, texturas, intensidades. En el centenario del nacimiento de Cortázar (nació el 26 de agosto de 1914 en Bruselas), su biógrafo dice: Públicamente, las mujeres importantes en su vida fueron Aurora Bernárdez, durante toda su vida, Ugné Karvelis, durante diez años más o menos, y quien, digo en la biografía, fue el gran amor de su vida: Carol Dunlop”.

A Bernárdez, la conoció en 1948, en la confitería Richmond. Ella había leído “Casa tomada”, pero no sabía si ese tal Cortázar era argentino o español. Compartieron los años de su crecimiento como autor. Fue la primera esposa, el sostén, la tierra firme que quizá necesitaba para armarse. Alguna foto los muestra sentados a la par, él prolijo y un con ramo de flores en sus manos; ella con el mentón algo elevado, tomándolo por el brazo. Hay una cierta calma en la foto. Un orden templado.

A la lituana Ugné Karvelis la conoció en la editorial francesa Gallimard, en 1967. Ella era escritora, crítica y traductora. “Se enamoró certeramente –cuenta Goloboff-. Comentó a algunos amigos que era una diosa escandinava. Tuvieron una gran pasión sembrada también por las ediciones en lenguas extranjeras y sus contactos, los de Ugné, con el mundo socialista. Se vinculó mucho a lo que ella estaba vinculada: la izquierda internacional. Terminaron tempestuosamente, con alcohol.”Ella tuvo una influencia muy grande en el crecimiento de su pensamiento político. Se suele decir que El libro de Manuel (1973) exorciza la salida de Bernárdez y la entrada de Ugné a la vida del escritor. La relación con Karvelis duró hasta 1978. Luego, dice Goloboff, Cortázar quedó “a la intemperie”. “Supongo que para él el quedarse solo sería la intemperie”, reafirma.

Carol Dunlop y Julio Cortázar
Carol Dunlop y Julio Cortázar

En 1980 aparece el gran amor, Carol Dunlop, con su pelo corto, sus palabras y su fotografía. Cortázar solía decir que creía en ciertas redes que se tejen más allá de la lectura lógica de las cosas; un sistema, decía, “de leyes exterior al nuestro y que, con cierta permeabilidad, se puede sentir y sobre todo, vivir”. Quizá algo de eso hubo aquel día en el que esa norteamericana, treinta y dos años menor que él, visitó la casa de su ex esposo y conoció allí al escritor argentino con el que pasaría el resto de su vida, que fue corta, a decir verdad. Ella era activista y había tenido que irse de Estados Unidos por manifestar en contra de la guerra de Vietnam. Escribía y era bonita. El tiempo que les quedó, hasta que ella enfermó y murió, fue intenso. Viajaron, escribieron juntos un trabajo que luego él terminó, Los autonautas de la cosmopista. Hay una foto que los muestra mirándose a los ojos, tomados de la mano, él con barba y el pelo algo crecido, ella con el pelo muy corto y un jardinero que la hace verse más joven de lo que ya era. Es una foto en la que flota la intimidad. “Muerta ella, él realmente se dejó morir y empezó a parecer la edad que tenía realmente. Inclusive hay una carta que le escribió a su madre, todavía viva, donde le decía: ‘ pronto me reuniré con ella, estoy muy mal’”, cuenta Goloboff.

Sin embargo, quizá la más inmortal de las mujeres en Cortázar sea la de la ficción, la Maga, que se eterniza en Rayuela, y que se inspira en Edith, una muchacha uruguaya que Cortázar conoce en el Conte Biancamano, un barco rumbo a Europa en 1950. Mantuvieron una relación sobre todo por carta, y la idealización fue el hilo que hilvanó la relación.

“No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasera muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio, para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban)”, le escribió Cortázar alguna vez.

Pero yo creo que lo femenino ingresa en la obra de Cortázar desde la infancia – explica Goloboff-, con el abandono precoz del padre, en cuanto ellos llegan a la Argentina, y él tiene cuatro, cinco años. Él es criado en un universo femenino: la madre, la abuela, la tía, la hermana. Vive con cuatro mujeres, hasta que se va de la casa. Está rodeado de un universo femenino y guarda una relación sobre todo con la madre hasta el final; una relación muy estrecha, muy afectuosa, muy íntima con la mamá a la que todavía cuando él tiene casi setenta años le escribe una carta que encabeza ´Querida mamita’.

Por otro lado, la Maga también es un personaje super idealizado, porque en sus principios, como se ve en el cuaderno de bitácora, es un personaje que Oliveira inventa para darle celos a Talita y después se trasforma en un personaje en la literatura. Hay una doble idealización”. A tono con los amores en la literatura cortazariana: ideales, inalcanzables, tan etéreos, a la vez, tan arrasadores.


Publicado originalmente en Las novedades de Babel