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La pavorosa erupción que aniquiló una próspera ciudad en cuestión de minutos

La ciudad antes de la terrible erupción. (1902/Wikimedia Commons)
La ciudad antes de la terrible erupción. (1902/Wikimedia Commons)

El 8 de mayo de 1902, el volcán monte Pelée (o montaña Pelada) de la isla francesa de Martinica, hizo erupción y destruyó por entero la cercana ciudad de Saint Pierre. Ninguna otra actividad volcánica en la historia del continente ha causado un número tan alto de bajas mortales: alrededor de 30.000 personas perecieron en cuestión de minutos incineradas en un mar de lava —con temperaturas que ascendían hasta los 1.000 º C—que también alcanzó a algunos barcos anclados en el puerto. Un vapor francés, el Pouyer Quertier, que estaba acercándose al lugar, fue testigo de la aniquilación de la ciudad como en una contemporánea visión de Sodoma.

Sin embargo, la tragedia pudo haberse evitado si las autoridades hubieran tomado en serio las señales que el propio volcán venía dando desde casi un mes antes cuando empezó a producir ruidos subterráneos, leves sacudidas y agrietamientos en el suelo por las cuales salían las típicas emisiones sulfurosas, o fumarolas.

Erupción del Monte Pelée, en Martinica, en 1902, con el cementerio en primer plano. La mitad izquierda de una tarjeta estereoscópica. (Wikimedia Commons)
Erupción del Monte Pelée, en Martinica, en 1902, con el cementerio en primer plano. La mitad izquierda de una tarjeta estereoscópica. (Wikimedia Commons)

Saint Pierre, que hasta entonces había sido la capital de la colonia, era una próspera ciudad de unos 20.000 habitantes, con un puerto que tenía bastante tráfico por ser el principal punto de embarque del azúcar de la isla, ya en franco período de monocultivo. A unos 7 km de distancia se alzaba el cono del monte Pelée, que se consideraba un volcán activo, aunque sus dos erupciones anteriores, a lo largo del último siglo, se habían definido como leves.

Una semana antes de la catástrofe, el 1 de mayo, el volcán empezó a vomitar ceniza en cantidad suficiente como para cubrir todas las tierras aledañas; al día siguiente, amén de la lluvia de ceniza, se advirtieron aluviones de lodo y la aparición de fumarolas. El sábado 3 de mayo la ciudad empezó a llenarse de refugiados que huían de los campos cercanos al volcán y que ya contaban haber vistos cadáveres de animales y personas en algunos de los ríos que se mostraban desbordados. A partir del día 4, la actividad del volcán se hizo más notoria dando lugar a un fenómeno asombroso y sobrecogedor: Saint Pierre se vio inundada por millares de arañas, ciempiés y serpientes que escapaban de las inmediaciones del volcán.

Un mapa impreso en 1904 que muestra todo el área afectada por la erupción del volcán. (Wikimedia Commons)
Un mapa impreso en 1904 que muestra todo el área afectada por la erupción del volcán. (Wikimedia Commons)

Las serpientes —una especie de víbora autóctona de Martinica, que se cuenta entre las más venenosas del mundo— atacaron a cuanto ser vivo se interpuso en su camino y le causaron la muerte a no menos de medio centenar de personas: una siniestra vanguardia del infierno que se avecinaba. Por temor a los reptiles mucha gente optó por encerrarse en sus casas que habrían de convertirse en sus tumbas pocos días después.

La ciudad quedó devastada tras la erupción. (1902/Wikimedia Commons)
La ciudad quedó devastada tras la erupción. (1902/Wikimedia Commons)

Que, ante tan obvio repertorio de alarmantes señales, las autoridades no ordenaran la evacuación general de la ciudad no se debió tanto a un acto de colectiva imprudencia como a la deliberada decisión del gobernador Luis Mouttet que, a pocos días de celebrarse unos comicios donde esperaba prorrogar su mandato, temía quedarse sin electores. De ahí que no sólo el gobernador y sus agentes trataron de restarle importancia a la amenaza del volcán, sino que incluso forzaron el regreso de algunos vecinos de la ciudad que se disponían a huir de ella, actitud que, a juzgar por lo ocurrido luego, tiene incluso una connotación criminal. Como un acto de justicia divina, el gobernador Mouttet y su familia habrían de contarse entre las víctimas.

A las 6 de la mañana del día 8 empezó a descender lentamente la lava por la ladera del volcán, según contaron algunos sobrevivientes del SS Roraima, que a esa misma hora anclaba a menos de un kilómetro de la costa y que sería destruido por la erupción. A las 7:30 A.M. el monte Pelée dejó escapar una columna de fuego y humo que alcanzó 10 km de altura y que, 30 minutos después, al colapsar por gravedad, descendió por las laderas del volcán como un torrente ígneo que alcanzó la ciudad en cuestión de un minuto e incineró o asfixió a todos sus habitantes, de los cuales sólo dos lograron sobrevivir.

En un instante, la ciudad de Saint Pierre se había convertido en un inmenso cementerio. A esa hora el telegrafista del Pouyer Quertier enviaba un mensaje urgente a la ciudad de Fort-de-France, situada a 24 km al sur: “St Pierre destruida por erupción del Pelée, envíen toda la ayuda posible”.  Una ayuda que, salvo por los contados supervivientes, no quedaba nadie a quien prestársela.