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La guerra de Estados Unidos con Pancho Villa

Casi al amanecer del 9 de marzo de 1916, Estados Unidos era objeto de la más seria agresión extranjera —en su territorio continental— de todo el siglo XX: una partida de unos 500 hombres (que algunos historiadores elevan a 1.500) al mando del famoso general, líder revolucionario y bandido Francisco (“Pancho”) Villa había cruzado la frontera y atacado el pueblo de Columbus, en Nuevo México, donde los asaltantes dispararon sus armas a discreción, cometieron robos y asesinatos e incendiaron propiedades. Cuando, alrededor de las 7 de la mañana, los asaltantes regresaron a México —perseguidos por los soldados del 13er. regimiento de caballería, que les causaron unas 75 bajas—, el hasta entonces apacible pueblo fronterizo estaba prácticamente en ruinas: establecimientos y viviendas saqueados y quemados y más de una docena de ciudadanos muertos.

No había llegado mediados de marzo cuando EEUU iniciaba una guerra particular con Villa y, siguiendo precisas órdenes del presidente Wilson, el general Pershing organizaba una campaña punitiva al frente de 5.000 soldados que se adentraron en territorio mexicano con la orden expresa de capturar a Villa vivo o muerto.

Associated Press
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¿Qué llevó a Pancho Villa —que distaba de ser tonto y que, de peón de campo, se había convertido en uno de los caudillos de la revolución mexicana— a atacar EEUU, teniendo en cuenta las buenas relaciones que sostenía con sus vecinos, al extremo que el propio Pershing lo había recibido en su campamento y hasta se había fotografiado con él?

Los historiadores no se muestran unánimes en cuanto a las razones, pero todas las que se enumeran parecen plausibles: Villa se sentía traicionado por sus amigos del norte que, a punto de entrar en la primera guerra mundial, habían decidido asegurar la frontera sur reconociendo al gobierno de Venustiano Carranza, contra quien Villa luchaba entonces con franca desventaja.

Al mismo tiempo, el gobierno norteamericano había suspendido la venta de armas a Villa quien, hasta ese momento, había contado con esos suministros que pagaba con dinero de sus atracos y extorsiones e incluso con el papel moneda que llegó a acuñar cuando fue gobernador de Chihuahua, en 1913, durante la rebelión constitucionalista contra el gobierno de Victoriano Huerta.

Se arguye que a Villa lo enojaron mucho los reflectores alimentados por energía eléctrica norteamericana que su rival Álvaro Obregón utilizó para repeler el ataque villista al pueblo de Agua Prieta, en el estado de Sonora, el 1 de noviembre de 1915.  Se ha dicho también que su incursión fronteriza tuvo por objetivo provocar la intervención de Estados Unidos en México y el consiguiente derrocamiento de Carranza; e incluso se ha planteado —aunque esta última razón es mucho más improbable y hasta parece absurda— que Villa había obrado como un agente a sueldo del imperio alemán.

Associated Press.
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En cualquier caso, pocos días después del ataque que destruyó a Columbus, Villa tenía tras sí al equivalente de una brigada del Ejército de EEUU que, por primera vez en su historia, utilizaba camiones y aviones de guerra en una operación militar. El general Frederick Funston, a quien Pershing comisionó personalmente con el mando de esta acción punitiva, persiguió tenaz e implacablemente a Villa y a sus hombres dentro del territorio mexicano y les ocasionó casi 200 bajas mortales en los once meses que duró la campaña.

No obstante, ni Villa fue capturado por los norteamericanos ni la expedición en su contra llegaría a convertirse en otra guerra con México y contra el presidente Carranza, a quien Washington empezaba a ver como el aliado que garantizaría la seguridad de su frontera sur. En febrero de 1917, casi en vísperas de entrar en la guerra europea, el presidente Wilson retiraba las tropas de México y daba por terminada las hostilidades contra el notorio revolucionario y su banda.

Francisco Villa —cuyo auténtico nombre fue el de José Doroteo Arango Arámbula— aún había de prolongar, aunque sin éxito, su vida revolucionaria y delictiva durante otros tres años hasta que, muerto Carranza, hizo las pases con el nuevo gobierno, el cual incluso le regaló una hacienda y le permitió conservar unos 200 hombres en su escolta, a los que además les pagarían pensión. Sin embargo, cuando su vida parecía más segura y tranquila, lo asesinaron alevosamente mientras viajaba en su automóvil por las calles de Parral, un pueblo cercano a su hacienda.

Un vendedor ambulante alertó a los asesinos emboscados con el grito de guerra con que solían aclamar sus hombres al caudillo: ¡Viva Villa!