Anuncios

El país que suprimió el Ejército

Arma y casco del antiguo Ejército de Costa Rica. (Wikimedia Commons)
Arma y casco del antiguo Ejército de Costa Rica. (Wikimedia Commons)

El 1 de diciembre de 1948, Costa Rica, un país que acababa de salir de una breve pero sangrienta revolución, daba un insólito paso de avance en el camino de la convivencia civilizada al decidir —por decreto del gobierno provisional, encabezado por José Figueres Ferrer— la disolución del Ejército. Era una medida audaz, e incluso temeraria, en vista de las amenazas —internas y externas— que enfrentaba el nuevo régimen, pero Figueres creyó que ese riesgo valía la pena. La proclama que leyó ese día desde el cuartel de Buenavista, sede actual del Museo Nacional, decía en su segundo párrafo:

La Junta Fundadora de la Segunda República declara oficialmente disuelto el Ejército Nacional, por considerar suficiente para la seguridad de nuestro país la existencia de un buen cuerpo de policía.

Costa Rica había sido un país bastante estable, con una tradición civilista desde que emergiera como nación soberana a mediados del siglo XIX, y sus fuerzas armadas, que alguna vez habían sido excesivas para su población (35.000 hombres en armas para unos 400.000 habitantes), habían ido reduciéndose con el paso del tiempo hasta llegar a menos de un millar en el momento de su disolución. No obstante, su existencia seguía siendo una rémora y un gravamen económico para los hombres que, en pro del adecentamiento público, habían hecho estallar una guerra civil y se habían enfrentado exitosamente a las fuerzas del gobierno y a las de la vecina dictadura de Nicaragua que habían acudido en su defensa.

José Figueres Ferrer (extrema derecha). (Wikimedia Commons)
José Figueres Ferrer (extrema derecha). (Wikimedia Commons)



Ahora, ganada la libertad, restablecido el orden, redefinido el Estado —al inaugurar una nueva etapa democrática a la que la nueva dirigencia llama “Segunda República”— la supresión del Ejército, y la reinversión del gasto público que demandaba su mantenimiento en los sectores de educación y salud, se convierte en un avance impostergable. Figueres tiene el coraje de convertir a Costa Rica en la primera nación de América que suprime las fuerzas armadas. Merece honor y reconocimiento por ese gesto que lo hace sobresalir entre todos los líderes regionales de su tiempo.

El presidente provisional admite, en su proclama, que la revolución que ha encabezado ha sido cruenta y que esta reorientación de recursos es una de las cosas que le debe a sus conciudadanos como una forma de justificar la alteración del orden y el sacrificio de vidas que conllevó el conflicto armado. De ahí que diga también en ese texto:

Los hombres que ensangrentamos recientemente a un país de paz, comprendemos la gravedad que pueden asumir estas heridas en la América Latina, y la urgencia de que dejen de sangrar. No esgrimimos el puñal del asesino sino el bisturí del cirujano. Como cirujanos nos interesa ahora, mas que la operación practicada, la futura salud de la Nación, que exige que esa herida cierre pronto, y que sobre ella se forme cicatriz más sana y más fuerte que el tejido original.

Una placa del monumento reza: A quienes murieron por las garantias sociales. (Wikimedia Commons)
Una placa del monumento reza: A quienes murieron por las garantias sociales. (Wikimedia Commons)

Un año después, en la nueva constitución con que se estrena la Segunda República, Costa Rica consagra la supresión de sus fuerzas armadas. En lo adelante, y por los últimos 66 años, ha sido un país de paz y promotor de la paz regional, al extremo que a uno de sus más destacados mandatarios contemporáneos, Oscar Arias, le otorgaron el Premio Nobel de la Paz en 1987 por sus esfuerzos en pro del proceso de paz, entendimiento y diálogo en Centroamérica, una de las zonas de mayor violencia política en las últimas décadas del siglo XX.

Mirado retrospectivamente, José Figueres Ferrer fue un líder valiente y visionario. Tal vez las propias tradiciones pacifistas de Costa Rica le permitieron adoptar una política radical que no habría sido posible en otros países donde las instituciones castrenses tienen otro poder y arraigo y donde, tristemente, han sido protagonistas de la supresión del régimen democrático desde el primer día de la independencia. Eso no disminuye, sin embargo, el noble ejemplo y el mérito pionero de Costa Rica que, al tomar la decisión de eliminar las fuerzas armadas, quiso, trascendiendo su ámbito nacional, hacer una contribución extraordinaria a la comunidad continental. De ahí por qué, en su proclama, dijera también el presidente Figueres Ferrer:

"Somos sostenedores definidos del ideal de un nuevo mundo en América. A esa patria de Washington, Lincoln, Bolívar y Martí, queremos hoy decirle: ¡Oh, América! Otros pueblos, hijos tuyos también, te ofrendan sus grandezas. La pequeña Costa Rica desea ofrecerte siempre, como ahora, junto con su corazón, su amor a la civilidad, a la democracia.”