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Morfina, la musa siniestra de Rusiñol

Al igual que otros artistas y literatos españoles de la época –como sus amigos Ignacio Zuloaga o Ramón Casas, en 1889 el pintor y dramaturgo catalán Santiago Rusiñol decidió establecerse en París, verdadera capital artística en aquellos años de finales de siglo.

De aquellos años de arte, bohemia y excesos en el barrio de Montmartre, Rusiñol no solo se trajo un estilo pictórico renovado, muy diferente del realismo en el que había dado sus primeros paso, sino también una adicción, la de la morfina, que influyó de forma notable tanto en su creación artística como en su salud y su vida privada.

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Al parecer Rusiñol comenzó a consumir el potente opiáceo para calmar los dolores de huesos que padecía a causa de una antigua caída –una explicación que quizá fuese una mera excusa– y la droga le atrapó por completo durante diez largos años.

La obsesión por esta sustancia, sin embargo, también tuvo frutos creativos pues una de sus pinturas más famosas y alabadas, titulada precisamente ‘La morfina’ (1894), está directamente vinculada con aquella malsana adicción.

El lienzo –hoy en el Museo Cau Ferrat de Sitges, localidad en la que el artista tenía su residencia de verano– muestra a una joven de aspecto enfermizo tumbada en la cama. A primera vista, y de no ser por el título de la obra, podríamos pensar que solo representa a una muchacha prostrada a causa de alguna dolencia.

Sin embargo, la languidez de la joven y el rictus de su rostro, a medio camino entre el dolor y el éxtasis, nos ponen en la pista del verdadero significado de la obra: el placentero abandono de una muchacha en los brazos del poderoso alcaloide. Por si hubiese alguna duda, Rusiñol pintó también otro óleo –quizás un primer ensayo del tema– que, bajo el título ‘Antes de la morfina’, mostraba a la joven preparando la dosis de su droga.

Aunque no era una costumbre demasiado bien vista por la sociedad de la época, lo cierto es que el consumo de morfina estaba muy extendido entre las clases altas de aquel tiempo, a las que pertenecía el escritor y artista.

De hecho, no era extraño que se celebraran reuniones de damas que se daban cita para inyectarse juntas la sustancia, empleando para ello sus valiosas jeringas Pravaz, a menudo adornadas con metales preciosos y brillantes.

El consumo de esta y otras drogas –como la heroína, el láudano, el opio o la cocaína– era también muy habitual entre literatos y artistas, como demuestra la existencia del excéntrico y singular ‘Club des Haschischins’, un grupo parisino que se reunió durante cinco años en el Hôtel Pimodan para tomar hachís, y que estuvo formado, entre otros, por escritores y poetas como Baudelaire, Víctor Hugo, Alejandro Dumas o el pintor Delacroix.

En Barcelona sucedía otro tanto en el famoso ‘Els Quatre Gats’, auténtico templo del modernismo que frecuentaban el propio Rusiñol y sus amigos Casas o Utrillo, entre otros, y donde se consumían de forma habitual todo tipo de sustancias psicoactivas tan frecuentes entre la bohemia.

Aunque sin duda debió llamar la atención en la Barcelona del momento, donde se expuso por primera vez, la pintura de Rusiñol no era ninguna novedad en París.

De hecho, otros artistas antes que él habían representado el mismo tema, como por ejemplo el francés George Moreau de Tours, autor de una pintura con el mismo título –‘La morphine’ (1891)– en la que aparecen dos jóvenes morfinómanas, una de ellas inyectándose y otra abandonada ya al placer, recostada en un sillón.

Rusiñol fue siempre consciente del problema que suponía su adicción a la morfina, y de hecho así lo reflejó en algunos de sus escritos, como en un texto que redactó a finales de la década de 1890 y en el que mostraba su relación de amor-odio con la droga:

“Ya no te dejaré, morfina; ya soy todo tuyo, ya me tienes por entero; ya, aunque quisiera, no podría. Ya sé que me tienes que matar, que me irás matando poco a poco… Me harás sufrir mucho, ya lo sé, pero moriré besándote, adorándote, idolatrándote… Y cuanto más daño me hagas, menos podré pasar de ti”.

Por suerte para el “ideólogo” modernista, en marzo de 1899 Rusiñol ingresó en la clínica del Dr. Paul Sollier en Boulogne-sur-Seine –una de las más prestigiosas del momento– para desintoxicarse de su adicción. Allí pasó varios meses de dura abstinencia hasta que, por fin, dejó atrás a la que había sido su “amiga” más oscura durante varios años.

Fuente: Yahoo! España
Morfina, la musa siniestra de Rusiñol